NO SON HECHOS, SON TEORÍAS ESTÚPIDO*
Por: Juan David Parra (ir a sitio web)
Usted se acaba de graduar de la universidad y es momento de enfrentarse al mercado de trabajo. Lleva varios años preparándose para conseguir ese puesto tan apetecido. Una vez salen convocatorias en la empresa X usted empieza a armar su currículo. Para aumentar sus probabilidades de ser contratado, o al menos eso es lo que usted supone, investiga sobre el sector e indaga con conocedores del medio sobre aspectos que podrían ayudar a mejorar su perfil. Desde la ortografía en su hoja de vida, hasta el cómo vestirse el día de la entrevista, son aspectos que, en teoría, aumentan su elegibilidad. Nada asegura el éxito; pero de seguro una muy mala teoría (ej. fuera de contexto) cerrará esa puerta laboral.
La situación descrita sintetiza los fundamentos de las denominadas Evaluaciones Basadas en Teoría (EBT). Estas parten del principio de que el mundo es tan complejo que tiene poco sentido pensar en una sola receta infalible para transformar procesos sociales. Por esa razón usted, como persona, navega la sociedad solo con teorías, y no con fórmulas incuestionables, sobre cómo sobrevivirla. En el ejemplo de arriba, puede que usted haya seguido al pie de la letra el manual de cómo conseguir empleo para dummies. Sin embargo, este libro fue escrito por empresarios ingleses (por decir cualquier cosa), y no colombianos. Esto no quiere decir que usted deba rechazar de entrada ese conocimiento. Es más, usted mismo ha decidió complementarlo con otras fuentes (ej. colegas, páginas de internet), para ampliar el alcance de su teoría de cómo ser contratado en la empresa X. Al final, puede que tenga éxito. En caso contrario, deberá reevaluar su teoría. El punto es que ahora tiene mejores elementos para reconstruirla. Si es necio, y no lo hace, su terquedad podría ser descrita por el adagio (posiblemente) atribuible a la escritora Rita M Brown; “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.
Si aplicamos el mismo razonamiento al contexto de una evaluación de un programa o una política pública (¿por qué no hacerlo?), habría que concluir que el objetivo de un evaluador es, necesariamente, el estudiar teorías sobre cómo mejorar el desempeño escolar, aumentar la participación democrática de la ciudadanía y reducir índices de criminalidad, etc. La complejidad de esos fenómenos es tal, que mal haría un consultor o investigador en no iniciar su indagación a partir de la postulación de posibles teorías que le ayuden a emprender, y focalizar, su búsqueda. A continuación, el despliegue metodológico de una EBT -y la combinación de métodos cuantitativos y cualitativos para recolectar y analizar información- estaría orientado, precisamente, por la búsqueda de la mejor teoría posible aplicable al trasfondo y los objetivos de la intervención social evaluada. Si se acepta dicha lógica, el resultado final de una evaluación no es, ni puede ser, una receta infalible sobre como alcanzar metas concretas en una temática social específica. Lo máximo a lo que podría llegar un análisis social riguroso es a identificar posibles rutas (o teorías) hacia la transformación social deseada.
Estos párrafos son tan solo un abrebocas de una serie de ideas sobre las que me gustaría seguir profundizando en este espacio. Estoy convencido que la EBT cuenta con herramientas conceptuales muy importantes para hacer mejoras necesarias en la evaluación de programas y políticas públicas. Con alguna periodicidad procuraré ampliar la reflexión para responde preguntas del tipo: ¿En qué se diferencia la ETB de otras formas de evaluar?¿Cómo diseñar una EBT? ¿Cómo recoger y analizar información bajo está lógica? ¿Qué tipo de métodos son idóneos en este paradigma de la evaluación? De momento cuento con algunas publicaciones que avanzan en esa dirección (ver acá y acá). También hay recursos en línea que pueden ser útiles para interesados en este debate (ver acá, acá, acá y acá).
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Otras entradas de esta serie:
¿Cuál es la utilidad de los experimentos sociales?
*Desde luego, este título está inspirado en la icónica frase que evoluciona de un cartel creado por James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña presidencial de 1992. La popularización de dicho eslogan llevó a equipararlo hoy con una forma de enfatizar una idea sin cual es imposible alcanzar una meta.