Keynesianismo y la Gran Depresión

Juan Ignacio Ibañez
18 min readJan 15, 2019

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La discusión económica se encuentra atravesada por lugares comunes que con frecuencia resultan equivocados. Uno de ellos, y objeto de este artículo, está dado por la Gran Depresión. Específicamente, por la salida de la misma.

Leyendo el manual de historia de un conocido colegio secundario cordobés, encuentro una historia que sintetiza el relato dominante a la perfección. Básicamente, se resume en lo siguiente: el capitalismo tiene fases de auge — caracterizadas por exceso de optimismo y “superproducción” — seguidas de crisis. Este habría sido el caso durante los Roaring Twenties (los felices años veinte u años locos). Pero la inevitable crisis capitalista llegó en 1929. Siendo Hoover presidente, intentó implementar todas las medidas que el “consenso liberal” recomendaba: reducir el gasto, reducir los impuestos, reducir el déficit, subir las tasas de descuento… sin embargo, nada de esto funcionó.

Fue entonces, en 1933, cuando llegó Franklin D. Roosevelt (FDR) al rescate. Armado con las ideas que en 1936 serían plasmadas en la Teoría general de Keynes, comenzó a repartir derechos laborales, obra pública y organismos reguladores, recomponiendo la capacidad de consumo de la clase obrera, estimulando la economía y poniendo fin a la crisis. Quedó con ello demostrado que el laissez faire no funciona, pero que el capitalismo puede ser rescatado mediante la expansión del rol del Estado. Habiendo aprendido la lección, crisis como las de 2009 fueron mitigadas siguiendo a Keynes y los teóricos del underconsumption: no hubo otra Gran Depresión sino *apenas* una Gran “Recesión”.

La primera parte de la historia — la gestación de la crisis — lleva la clara marca de la influencia marxista (el manual en cuestión parece inspirado directamente en Hobsbawm). No nos abocaremos a ella, sino a la segunda parte del cuento — la recuperación a través del New Deal — pues es mucho más popular.

Nos interrogamos entonces: ¿es cierto que el New Deal “salvó” al capitalismo de la crisis de 1929?

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El problema: Hoover no implementó medidas de austeridad… sino todo lo contrario

Afortunadamente, tenemos acceso a los datos presupuestarios y económicos de estos años (1). Al consultar los correspondientes al período 1929–1933, ¿qué deberíamos ver, de acuerdo al mainsteram? Pues, las características que, como documentan CEI y Murphy (2011), son atribuidas a este período: caída del gasto, suba de la tasa de interés, reducción de impuestos y un intento de alcanzar el superávit/equilibrio fiscal.

Veamos entonces la evolución del gasto en los Estados Unidos al golpear la Gran Depresión. Recuérdese que Hoover tomó posesión en marzo de 1929 y que la crisis comenzó a finales de octubre del mismo año.

Los subperíodos van de julio a junio — y no de enero a diciembre — debido a que se sigue el año fiscal norteamericano (FY) en lugar del año calendario.

Como podemos observar, los datos muestran exactamente lo opuesto de lo que indica la sabiduría convencional. Hoover no sólo no redujo el gasto, sino que lo aumentó de manera dramática: un 47% en términos nominales. La suba del gasto fue aún mayor en términos reales (el índice de precios — CPI — muestra deflación todos los años) y todavía más exagerada como porcentaje del PIB: el gasto fue poco menos que triplicado (de 3,10% a 7,98%). Y, excluyendo las erogaciones militares, subió un fenomenal 259% (Jacoby, 2011).

Nótese que el gasto creció cada uno de los años, tanto como porcentaje del PIB, nominalmente (excepto el leve recorte de USD 61 millones — 1,31% — en el FY 1933) y en términos reales.

Este incremento del consumo gubernamental tuvo su correspondiente impacto en el balance fiscal. Hoover heredó de Coolidge un superávit de 0,73% del PIB y lo convirtió en un déficit de 4,52% del producto (de 734 millones de dólares a -2.602 millones de dólares). La historia del Hoover austero y liberal tampoco parece cumplirse aquí.

Lo propio aplica para la tasa de descuento. Siguiendo la metodología de Murphy (2010), buscamos la tasa de descuento del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, principal banco del Federal Reserve System (2). Lo que encontramos tampoco cuadra con el relato en cuestión.

En noviembre de 1929, la tasa pasó de 6% a 4,73%. El proceso de baja continuó hasta llegar a un increíble 1,5% en 1931: la tasa más baja en la historia de la Fed hasta entonces (Murphy, 2010). La tendencia bajista sólo se vio interrumpida de forma temporaria a finales de 1931, en reacción al abandono del patrón oro por Gran Bretaña. (3)

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Recapitulando: escalada del gasto público, aumento del déficit, reducción de la tasa de descuento. Todo en proporciones históricas. Nada de esto aparenta haber sido tomado de liberales clásicos. En cambio, pareciera sacado del mismísimo New Deal.

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Estudiemos una última variable: los impuestos. El relato dominante plantea que Hoover reaccionó a la crisis con rebajas tributarias, como insistían los economistas liberales. Empero, esto no condice con la realidad: Mediante la National Revenue Act de 1932, Hoover aumentó fuertemente los impuestos a lo ancho del país. Hubo énfasis especial en gravar ‘a los que más tienen’: el tipo impositivo del impuesto a los ingresos para el top bracket pasó del 25% al 63%. El impuesto inmobiliario fue duplicado y el impuesto a los ingresos corporativos aumentó 15 puntos porcentuales. A esto se agregaron decenas de otros impuestos: a las donaciones, al combustible (uno de los primeros de la historia), a las bebidas, a las armas y hasta el chicle.

Rapoport (en Murphy, 2011) reporta que la ley de aumento de impuestos “llevó, desastrosamente, a una severa contracción de la oferta monetaria. En 1933, quedaba tan poca moneda legal en circulación que ‘pagarés’ alternativos circulaban en muchos pueblos y ciudades americanos”. Esto agravó el proceso deflacionario.

Previo a ello, Hoover había promulgado la Smoot-Hawley Tariff Act (17 de junio de 1930), ley que estableció impuestos a las importaciones de más de 20.000 productos, resultando en los segundos aranceles más altos de la historia de los Estados Unidos, sólo detrás de las Tariff of Abominations de 1828 (!). Que la ley Smoot-Hawley exacerbó la Depresión es uno de los pocos asuntos sobre los cuales sí hay acuerdo entre los economistas (Whaples, 1995).

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La realidad: Hoover implementó un plan expansivo e intervencionista

En resumen, las características del período 1929–1933 fueron un fuerte aumento del gasto, el déficit y los impuestos, así como una enérgica reducción de la tasa de descuento.

Esto es consistente con lo que el propio Hoover (2011: 31–32) afirma en sus memorias: que rechazó el consejo liberal de Mellon (“liquidate labor, liquidate stocks, liquidate the farmers, liquidate real estate”) y se inclinó por el de sus ministros/secretarios Mills, Young, Lamont y Hyde, quienes creían que se necesitaba un rol activo del Estado para amortiguar la crisis.

Este recurso al estatismo condice también con la propia biografía de Hoover. Considerado un “ideology-free master engineer”, fue “virtual dictador de la producción agrícola americana durante los tiempos de guerra” entre 1917 y 1919 (Rapoport en Murphy, 2011). Al año siguiente, el propio FDR afirmó que desearía hacerlo presidente de los EE.UU (ibídem).

No es extraño, luego, que la historiografía reporte que Hoover “financió la obra pública y programas de alivio en niveles hasta entonces sin precedentes (…) usó el púlpito presidencial [para presionar] a las empresas a no bajar los salarios de los empleados” (ibídem). Ni que haya formado cárteles empresarios y asociaciones de productores agropecuarios para intentar combatir la caída de precios (Flax, 2011; Rapoport en Murphy, 2011). O que en 1931 haya promulgado una ley de salarios (Davis-Bacon). Ni que haya fortalecido marcadamente a las asociaciones sindicales mediante la ley Norris-La Guardia de 1932.

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Veamos a continuación la siguiente cita de un discurso de 1932:

“Por tres largos años he recorrido este país de arriba a abajo, proclamando que el gobierno — federal, estatal y local — cuesta demasiado. No cesaré en esta proclama.”

Si siguiéramos la sabiduría ‘popular’, deberíamos interrogarnos quién podría haber sido tan obtuso de creer, en 1932, que el gasto público durante la presidencia de Hoover fuera alto. Antes de responder este interrogante, veamos otra frase célebre del mismo personaje:

“[Hoover ha presidido] la administración que más ha gastado en tiempos de paz en toda nuestra historia… una administración que ha apilado buró sobre buró, comisión sobre comisión”.

Y otra:

“[El nivel de gasto de los republicanos] es imprudente y extravagante (…) [quieren] una enorme erogación de fondos públicos [porque sucumben] a las ilusiones de magia económica (…) tenemos que tomar control de todo en Washington tan rápidamente como sea posible”.

Y otra:

“Por más de dos años nuestro gobierno federal ha experimentado déficits sin precedentes, a pesar de los aumentos de impuestos.”

Y una más:

“Simplemente les pido que me asignen la tarea de reducir los gastos operativos anuales de su gobierno nacional (…) [prometo] absoluta lealtad a la plataforma Demócrata, [la cual exige] una reducción drástica e inmediata del gasto gubernamental… no inferior al 25 por ciento”.

¿El autor? Franklin Delano Roosevelt. Sí: el presidente que supuestamente puso fin a las políticas de “austeridad” de Hoover … ¡hizo campaña denunciando el excesivo gasto de éste! (4) De hecho, su compañero de fórmula, Nance Garner, llegó a afirmar que Hoover estaba “llevando al país por la senda descendente del socialismo” (Jacoby, 2011).

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Todo esto plantea un enorme problema para el saber convencional. Si Hoover no fue el austero liberal que se quiere hacer creer sino, por el contrario, un “big government guy”, esto implica que lo que fracasó no fue el liberalismo, sino el “keynesianismo”. Si las políticas de FDR se hallaban en la misma línea que las de Hoover, si entre ellas había una continuidad y no una antonimia… entonces el New Deal no detuvo la Depresión, sino que la prolongó.

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¿Keynes? No conozco a ningún Keynes

Cuando se habla del “éxito” del New Deal, normalmente se tiene en mente una historia como la siguiente:

El gráfico, sin embargo, es engañoso. En lugar de presentar el PIB en millones de dólares, la unidad de medida es “porcentaje por encima del PIB de 1933”, y recorta convenientemente el intervalo temporal en 1941, de tal modo que se pierda de vista lo distorsivo de este método y no se pueda poner en perspectiva el impacto del New Deal. Asimismo, el gráfico está “estirado” hacia arriba para exagerar visualmente el crecimiento del PIB.

Rehaciendo el gráfico antedicho, con nuestras fuentes (1), con la escala estándar de Microsoft Excel y expandiendo un poco el intervalo temporal, la historia resulta muy diferente:

Leves diferencias entre este gráfico y el anterior pueden deberse a la utilización por nosotros del FY en lugar del año calendario, y pequeñas variaciones según las fuentes consultadas (1). La mayor parte de la disparidad entre gráficos, empero, es puramente visual.

Obsérvese el período 1929–1939.

Esto ya no se ve como una exitosa recuperación.

En rigor, muchos de nuestros interlocutores keynesianos saben esto muy bien.

En el marco analítico keynesiano, existe un rol para el estímulo de la demanda agregada cuando el PIB actual es inferior al PIB “potencial”. Es decir, cuando la economía se encuentra por debajo de la “frontera de posibilidades de producción”. Una consecuencia de esta lógica es que, para poder afirmar que un plan de estímulo a la demanda agregada ha sido exitoso, es preciso que el PIB actual se acerque al PIB potencial tras la implementación del programa. No basta con que el PIB “vaya hacia arriba” en el gráfico, pues el PIB potencial puede haberse elevado en una proporción igual o mayor. En tal caso, el estímulo no ha tenido éxito, sino fracasado. Un síntoma del fracaso del programa de estímulo en igualar PIB actual con el PIB potencial es que el desempleo persistirá.

Christina Romer (1992), enrolada en las filas de los “nuevos keynesianos” y Presidente del Consejo de Asesores Económicos de Barack Obama, utiliza estimaciones del PIB de largo plazo como proxy para el PIB potencial. Así, encuentra que la tendencia de largo plazo es recién retomada en 1942. Como el crecimiento verdaderamente importante recién comienza en la década de 1940, se ve forzada a concluir que la Gran Depresión “comenzó en 1929 y duró hasta 1939” (Romer, 2003: 1).

Es decir, hasta 1939 el New Deal no tuvo éxito en acercar al PIB a su tendencia de largo plazo. Precisamente esto vemos en nuestro gráfico: 10 años desperdiciados. Lejos del éxito.

Incluso entre quienes apoyan ideas en la línea del New Deal, tiende a reconocerse que el programa no fue especialmente exitoso. El manual escolar (5) que mencionábamos al comienzo de este artículo sintetiza esto con claridad:

“A pesar de las medidas implementadas durante los gobiernos de Roosevelt, los niveles de desempleo se mantuvieron elevados (…) y la producción no se recuperó completamente hasta que, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de la industria armamentística dio un decisivo impulso a la economía estadounidense.

(…) La recuperación económica fue bastante limitada en relación con los recursos y con la magnitud de las medidas tomadas (…) el incremento de la inversión pública no pudo compensar la debilidad de la inversión privada. Ésta, atemorizada ante la crisis y con mucha reserva ante las medidas intervencionistas del New Deal, no actuó como se esperaba. (…)”

En efecto, el relato keynesiano más sofisticado reconoce la poca tangibilidad de los resultados del New Deal, pero considera que Keynes de todos modos salió vencedor, porque la guerra sí sacó a los Estados Unidos adelante (Keynes explícitamente afirmaba que el gasto de guerra podía perfectamente revitalizar a una economía).

Por cuestiones de espacio no discutiremos esta tesis aquí (6). Basta señalar la engorrosa situación en que se encuentran los integrantes del campo keynesiano. Más allá de los efectos de la guerra, deben explicar cómo se aplicaron políticas de estímulo durante diez años, y sin embargo la economía no tuvo la recuperación esperada. Por el contrario, crisis anteriores como la de 1920–1921 tuvieron recuperaciones casi inmediatas aplicando políticas de laissez faire (nótese que Harding heredó de Wilson una crisis peor que la que FDR recibía de Hoover).

Los liberales se hallan en una posición más cómoda para dar cuenta de estos hechos: la crisis inicialmente se explica por algunos errores de política monetaria, pero la recuperación no llegó porque la intervención estatal empeoró las cosas. Sólo a finales de los 40s, cuando FDR comienza a retirar las regulaciones más ambiciosas del New Deal y el gasto de guerra extranjero (exógeno) aumenta, comienza la mejoría.

Para los keynesianos el asunto está un poco más difícil. Claro que esto no implica que, forzosamente, estén equivocados. Existen intentos de explicaciones que, si bien pueden ser acusados de ser ad-hoc e infalsables, no son necesariamente equivocados. Un esbozo de las explicaciones en cuestión podría sintentizarse de la siguiente manera:

¿A qué se debió la crisis? Problemas de demanda. ¿Por qué las políticas de estímulo de Hoover no funcionaron? Porque el estímulo, aunque haya sido enorme en términos históricos, igualmente fue demasiado pequeño. ¿Por qué se agravó la situación hacia 1933? Por el extemporáneo intento de equilibrar el presupuesto de Hoover (7). ¿Por qué Roosevelt no logró reactivar la economía? El New Deal también fue demasiado pequeño y Roosevelt también cometió el error de querer equilibrar el presupuesto en 1936. ¿Qué hay de la crisis de 1920? Las políticas de laissez faire no explican la recuperación, sino la expansión monetaria por la Fed. ¿Por qué los déficit de Hoover y FDR (y más recientemente, Obama) fueron “demasiado pequeños” para afectar la economía, pero déficits inferiores como los de Bush hijo fueron considerados excesivos por los keynesianos? Porque en el segundo caso no había “output gap” con el PIB potencial.

En otras palabras, el keynesianismo no tuvo éxito en sacar a los EE.UU. de la Gran Depresión… porque nunca se aplicó. El mismísimo Paul Krugman (1998: 160), ‘the greatest Keynesian alive’, ha llegado a sostener que posiblemente haya cero ejemplos históricos de grandes estímulos fiscales sacando a una economía de una recesión profunda.

Esta explicación puede tener algunos problemas (los recortes de Hoover y Roosevelt fueron casi minúsculos en comparación con sus estímulos, y no se explica completamente la espiral negativa de 1929–1932) pero es internamente consistente. Ahora bien, se caracteriza por su infalsabilidad. Esto es a la vez criticable y una de las razones por las cuales las ideas de Keynes continúan resurgiendo a pesar de parecer que la experiencia las refuta.

Quienes no apoyan las creencias keynesianas, protestan que si un programa de estímulo a la demanda es seguido de una recuperación económica, el keynesiano clama victoria y se jacta de que la evidencia empírica y “científica” se encuentra de su lado. Pero si la recuperación no llega… la reacción es “¡Vaya! ¡Qué suerte que hemos llevado adelante este programa! ¡La economía/demanda estaba peor de lo que pensábamos! Qué pena que nuestro paquete de gasto no ha sido lo bastante grande, pero si no lo hubiéramos implementado las cosas habrían sido aún peores”. Ambos escenarios dan al keynesiano como vencedor, porque la conclusión en realidad ya estaba supuesta en su marco teórico, bastando con ajustar multiplicadores y estimaciones de PIB potencial para que retroyecciones expliquen perfectamente lo ocurrido. Esto aplica tanto a 2009 como a 1929.

El manual escolar al que he hecho referencia es un ejemplo de este razonamiento infalsable:

“[La economía no se recuperó.] Sin embargo, la mayor parte de los economistas que analizaron el período coincide en señalar que los efectos de la crisis hubieran sido aún más devastadores si, siguiendo los postulados del liberalismo clásico, no se hubiesen tomado medidas activas de intervención estatal en cuestiones económicas y sociales.

Por todo esto, puede decirse que el New Deal no evitó las consecuencias negativas de la Gran Depresión, sino que las limitó y sentó las bases para una posterior recuperación económica.”

Diez años de intervencionismo no funcionaron. Queda en el lector establecer si esto fue por que el Estado se entrometió demasiado, o porque debió injerir todavía más.

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Conclusión

El propósito de este artículo nunca ha sido demostrar la imposibilidad de dar cuenta de la Gran Depresión en términos keynesianos, ni probar que los proponentes de la hipótesis del “underconsumption” estaban completamente equivocados al buscar estimular la economía. Más bien, se trata de pavimentar el camino para una discusión seria, mediante la eliminación de mitos.

Herbert Hoover no implementó políticas de austeridad, el New Deal no fue un programa especialmente exitoso, y existen múltiples marcos teóricos en competencia que intentan explicar cómo lidiar con una crisis económica — en una discusión pendiente de saldar . Es hora de reconocer los hechos básicos y aceptar que décadas de debate no se resuelven echando un vistazo a un gráfico aislado. Es hora de hacer economía de verdad.

Continuación: La Gran Depresión en un gráfico.

Post scriptum: sobre tipos impositivos

En recientes intercambios que he tenido, algunos han intentado restarle importancia a los aumentos impositivos de Herbert Hoover, señalando que la recaudación tributaria cayó, no subió, durante su mandato. En cambio, con FDR, la recaudación sí creció.

Este razonamiento es incorrecto. La recaudación es una mala aproximación a la política tributaria, pues si el PIB cae (y si hay deflación), la recaudación en dólares puede caer sin que caiga la presión impositiva. Lo que corresponde observar es el conjunto de alícuotas impositivas.

En esta dirección, alguien me ha acercado el siguiente gráfico, con el propósito de demostrar que los principales aumentos de impuestos fueron obra de FDR.

A ello respondo lo siguiente. En primer lugar, no necesariamente los aumentos de alícuotas son consistentes con recomendaciones keynesianas (8). En segundo lugar, habiendo ya establecido el poco éxito del New Deal, un los aumentos de impuestos no representarían un gran mérito. Y, en tercer lugar, debe observarse que siguiendo la línea verde del gráfico en cuestión, se evidencia que los mayores aumentos en tipos impositivos ocurrieron en el período 1931–1932, es decir, durante la presidencia de Hoover (no de FDR). Y esto sin tener en cuenta la gran eliminación de exenciones impositivas que Hoover llevó adelante.

Ahora bien, se nos puede solicitar que veamos el área sombreada en color rosado. Esto, se dice, demostraría que la presión fiscal fue mayor “para los que más tienen” durante FDR. Empero, estaríamos ignorando los efectos dinámicos de los aumentos impositivos: la creciente presión tributaria bajo Hoover y FDR llevó no sólo a reducir la recaudación tributaria absoluta por el frenado de la actividad económica, sino que provocó un aumento marcado de la evasión fiscal. Como consecuencia, ‘los que más tienen’ redujeron casi a la mitad su aporte al ingreso estatal, en lugar de aumentarlo.

Fuente: de Rugy (2003).

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Referencias

(1) Datos extraídos de The American Presidency Project, UC Santa Barbara y US Government Publishing Office. Cuando los valores de la fuente corresponden a años calendario, el valor para el FY ha sido calculado mediante el promedio simple de los valores de los dos años calendario que se superponen al FY. El índice de precios al consumidor (CPI) fue tomado de FRED (Federal Reserve Bank of Saint Louis).

(2) Fuente: FRED (Federal Reserve Bank of Saint Louis).

(3) El propósito de la suba de tasas entre septiembre y noviembre de 1931 fue evitar una fuga de oro. La escalada permitió infundir confianza en los mercados, de modo de asegurarles que los EE.UU. no seguirían el rumbo británico. Tras ese breve paréntesis, la tasa de descuento continuó bajando.

(4) La primera cita corresponde a la aceptación por FDR de la nominación por el Partido Demócrata, en 1932. La segunda, a su discurso del 29 de septiembre de 1932 (Jacoby, 2011). La tercera, cuarta y quinta cita corresponden a otros discursos de 1932, recuperados del Instituto Cato, Time y Jacoby (2011), respectivamente.

(5) Para quien se pregunte por qué cito un manual escolar: en primer lugar, el mismo es material de estudio en el colegio secundario al cual asiste una de mis hermanas y deseaba presentar una perspectiva alternativa; en segundo lugar, creo que expone de manera clara y sucinta el nivel de conocimiento sobre la Gran Depresión al que accede la mayoría de la población.

(6) En esencia, los detractores señalan que: [a] la economía se reactivó mucho más al finalizar la Segunda Guerra Mundial, contra lo que los keynesianos esperaban; [b] que si todos los habitantes de una nación estuvieran enlistados en el ejército, habría pleno empleo y sin embargo morirían todos de inanición — lo cual quita mucho valor a hablar de “reducción del desempleo” cuando los desempleados están yendo a morir al campo de batalla y no produciendo en un mercado libre; [c] que difícilmente un PIB calculado a partir de la sumatoria de los costes de tanques y rifles sea una medida adecuada de prosperidad económica. Ello, porque la razón por la que se supone que el PIB es calculable, es que los bienes cuyo valor se sumó para el cálculo del producto tienen valor económico porque son transados en un mercado libre. Esto no aplica para las demandas estatales.

Por su parte, los marxistas también consideran que el New Deal no bastaba para rescatar el capitalismo, sino que fue la guerra lo que permitió la supervivencia del sistema, como una operación de masiva eliminación de obreros que era imprescindible para la recuperación de la “tasa de ganancia” capitalista. Sin ella, por expansivas que fueran las políticas, no habría habido recuperación.

(7) Esta explicación por Krugman, sin embargo, contradice otras de su misma autoría, en las cuales afirma que la política de austeridad ya estaba en vigencia en 1929 (Krugman & Wells, 2010).

(8) Técnicamente, ni subir ni bajar impuestos es “keynesiano”. Todo depende del estado en que se encuentre la economía y del destino de la recaudación. Atravesándose una crisis, un aumento de impuestos calificaría como política fiscal “contractiva” y por lo tanto sería anti-keynesiano (y anti-liberal)… a menos que el producido tributario sea destinado a gasto público orientado a sectores de menores recursos, y por ende, mayor propensión al consumo (en el afán de potenciar el multiplicador del gasto). En este caso, sí sería consistente con medidas keynesianas (aunque seguiría siendo anti-liberal). En todo caso, que FDR subió impuestos y Hoover los había bajado es parte del consenso mainstream.

Tampoco estaría claro que la promoción de los “derechos laborales” sea una política “keynesiana”. En la medida en que ello aumente la rigidez nominal y/o real de los salarios a la baja, no necesariamente es así.

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Bibliografía

d. Rugy, V. (2003) “High taxes and high budget deficits — The Hoover-Roosevelt tax increases of the 1930s”. Tax & Budget Bulletin, 14. Cato Institute. Disponible en https://object.cato.org/sites/cato.org/files/pubs/pdf/tbb-0303-14.pdf

Flax, B. (2011) “No, Paul Krugman, WWII did not end the Great Depression”. Forbes. Disponible en https://www.forbes.com/sites/billflax/2011/08/25/no-paul-krugman-wwii-did-not-end-the-great-depression/#5407fec1d542

Hoover, H. (2011) “The memoirs of Herbert Hoover — The Great Depression, 1929–1941”. Orth Press.

Jacoby, J. (2011) “The misuse of Hoover’s name”. The Boston Globe. Disponible en http://archive.boston.com/bostonglobe/editorial_opinion/oped/articles/2011/04/13/the_misuse_of_hoovers_name/

Krugman, P. (2008) “Fifty Herbert Hoovers”. The New York Times. Disponible en https://www.nytimes.com/2008/12/29/opinion/29krugman.html

Krugman, P. (2010) “Myths of austerity”. The New York Times. Disponible en https://www.nytimes.com/2010/07/02/opinion/02krugman.html

Krugman, P.; Wells, R. (2010) “Our giant banking crisis — what to expect”. The New York Review of Books. Disponible en https://www.nybooks.com/articles/2010/05/13/our-giant-banking-crisis/

Murphy, R. P. (2010) “Did Hoover really slash spending?”. The Ludwig von Mises Institute. Disponible en https://mises.org/library/did-hoover-really-slash-spending

Murphy, R. P. (2011) “Is budget austerity modern-day Hooverism?” The Ludwig von Mises Institute. Disponible en https://mises.org/library/budget-austerity-modern-day-hooverism

Romer, C. D. (1992) “What ended the Great Depression?” The Journal of Economic History, 52(4), 757–784. Disponible en http://citeseerx.ist.psu.edu/viewdoc/download?doi=10.1.1.357.4684&rep=rep1&type=pdf

Romer, C. D. (2003) “Great Depression”. Encyclopædia Britannica. Disponible en https://eml.berkeley.edu/~cromer/Reprints/great_depression.pdf

Whaples, R. (1995) “Where is there consensus among american economic historians? The results of a survey on forty propositions”. The Journal of Economic History, 55(1), 139–154. Disponible en http://www.employees.csbsju.edu/jolson/econ315/whaples2123771.pdf

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Juan Ignacio Ibañez

Centre Administrator at UCL Centre for Blockchain Technologies