Barlovento ya no llora ni que le echen brujería
Betsayda Machado nos invitó a El Clavo, una comunidad única en Barlovento donde las sonrisas son gratis y la música es el idioma. Esto fue lo que pasó:
Creímos que sería una visita corta, un ida y vuelta para escuchar los cantos de parranda y comernos un sancocho. Apenas entramos al pueblo, Aldo, un tamborero, se nos vino de frente al autobús gritando: “Esto es la ricura… ¿Están listos pa’ la ricura?” Hubo risas con volumen en todo el bus, se rompió el hielo…
Aunque El Clavo está solo a una hora de Caracas, ir a Barlovento tiene un sentir de viaje en el tiempo: es un área con mucha historia colonial no dicha, de esclavos sublevados que, escapando de las fincas, fundaron un entramado indescifrable de cumbes, aldeas de cimarrones alzados ocultas en la vegetación. En esta tierra fértil, se dieron algunos de los primeros gritos de independencia de la africanía en Venezuela.
Barlovento es, desde sus tradiciones, un ecosistema único, de historia social y musical desconocida para casi todo el planeta, que fusiona los más primarios ritmos africanos con los cueros y maderas del caribe. Un sonido que quien lo vive, se queda con él.
Así empezó la cosa
Unos años atrás, gracias a César Miguel Rondón y a Flor Alicia Anzola, conocí a Betsayda Machado. Su voz me pareció única, poderosa y conectada con lo más profundo de la tierra… Le pregunté por qué cantaba así y me respondió que su voz era el resultado de muchos años de parranda. Su papá fue un trompetista célebre del pueblo de El Clavo y la música su lengua materna. En 1993, antes de cumplir los veinte, ya la habían premiado como “La voz negra de Barlovento”.
Con su esposo Rafael, percusionista virtuoso y experto en ritmos afro, Betsayda ha recorrido todo el país persiguiendo tradiciones. Lo que algunos conocemos como “tambor venezolano” para ellos es una amalgama de decenas de géneros y subgéneros, casi todos en extinción. Celebramos mucho cuando nos invitaron a El Clavo. Presentíamos que sería una vivencia única, y así fue.
Pase lo que pase, no me voy de El Clavo
Cuando nos bajamos del bus en la calle Real, Esteban Sánchez Monge, cronista y maestro de música, nos preguntó qué queríamos saber. Le dijimos que todo, no sabíamos casi nada:
“Somos descendientes de Senegal, somos unos negritos que no pasamos de 1.80 metros, con una habilidad tremenda, con esto se viene mezclando lo que se llama la cimarronería, que es el negro que no le gusta trabajar, cometen el gran error de incorporarlo como explotación del agrícola y el negro empieza a huir, a formar rochela y a cantar, a vacilar el trabajo, porque realmente ese no era su origen” Esteban Sánchez Monge.
Con Esteban entramos en la casa de la mamá de Betsayda, a la que comenzaron a llegar vecinos de todas las edades, con maracas o tambores. En dos preguntas que le hicimos al maestro, pasamos de cuatro a veinte personas. Se respiraba muy buen ánimo, el canto estaba por comenzar.
El sonido de fondo lo componían pequeñas conversaciones y golpes suaves a los tambores para probar los cueros. ‘Sonerito’, el cantante de la parranda, interrumpió el cuchicheo con un llamado, cantado, en voz alta: “Pan-para-pam-pam” y todos los presentes, en automático, respondieron con tambor y canto: “Pam Pam”. Y así, sin más anuncio, arrancó una locomotora sin freno, en la que la comandante de turno, durante nuestro encuentro, fue Betsayda.
Humana y musicalmente se generó, en esos veinte o treinta metros cuadrados, un momento de muy alto impacto para nosotros, un remolino vivo de historia, una energía muy potente y elevada. Quizá común para los locales, sin duda modificadora para todos los demás. Los cantos, repetidos por toda la comunidad al unísono, fueron gritos de arraigo y de protesta social: Escucha la canción aquí.
“Me dan ganas de llorar /como matan a la gente /en este nuestro país /en mi pueblo inocente. /Nos matan por no dejar /y ya yo no sé qué hacer,/ pienso en mi madre y mis hijos,/ mis panas y mi mujer” Sentimiento — Youse Cardozo
“Pueblo donde yo nací /donde me crié, donde moriré / aunque yo no tenga en mi cuenta un centavo /pase lo que pase, no me voy de El Clavo” No me voy de El Clavo — Oscar Ruiz.
El día se convirtió en una colección de canciones de muy alta energía y de ritmo casi frenético que cuentan la historia hablada de El Clavo y sus vivencias. Algunas de las canciones, aprendimos, son de hace unos veinte o treinta años, otras son de los últimos meses o las últimas semanas. Una canción es un regalo que trae cualquiera que tenga el ánimo, y la canta en la parranda. Si a la comunidad le gusta, se queda en el repertorio... La ley de supervivencia es la ley de la selva: las canciones que sobreviven más tiempo, son las más poderosas.
Tras tres horas de música ininterrumpida, canto, baile y percusión, apareció un emisario, venido de cuatro casas más abajo: estaba listo el sancocho.
El Sancocho
Un sancocho es una sopa en la que conviven muchos sabores. Es también por naturaleza un plan de familia, un plan de grupo. No se hace un sancocho en una olla de litro y medio ni de tres litros. Se hacen los sancochos en ollas soperas descomunales de hasta 120 litros y todo el mundo colabora con lo que pueda; es un caldo de cocción lenta que toma sus sabores de las carnes y huesos de algún animal, y de un conjunto de verduras y aliños que varían según la zona, la realidad económica y el imaginario de quien cocina. El sancocho obliga a un tiempo de compartir, impone un ritmo lento; si el caribe fuera una religión, el sancocho sería la misa. Tiene una cosa enamoradora el sancocho, y es que siempre puede sumarse una persona más porque “donde comen dos, comen tres”.
Las conversaciones que ocurrieron alrededor de ese sancocho en El Clavo, pusieron todo en contexto. Asterio Betancourt, fundador de la parranda, nos compartió el cuento: Tienen casi treinta años de trayectoria ininterrumpida y el primer concierto de cada año ocurre el primero de enero, cuando salen casa por casa en un desfile de casi veinticuatro horas que visita cada uno de los hogares de El Clavo y algunos de Brisas del Tuy (El Sapo), la zona residencial hermana.
Son muchas las fiestas y tradiciones musicales que se celebran en El Clavo a lo largo de todo el año. Los parranderos se han enfocado siempre en el compartir y a pesar de tener treinta años de trayectoria, nunca organizaron una gira: La meta nunca fue convertir la parranda en profesión. Son músicos naturales, sí, pero también son agricultores, profesores de gimnasia o de boxeo, vigilantes. Tienen 30 años de éxitos, compartidos únicamente entre ellos y con la comunidad.
Es impresionante ver la cantidad de generaciones que conforman esta parranda. Un insólito grupo de niños muy pequeños (2–7 años), maneja los tambores con mucha comodidad y fluidez. Los jóvenes y adolescentes gravitan entre la parranda y otras distracciones, entran y salen, aparecen y desaparecen. Existe entre ellos una potente generación de cantantes y percusionistas jóvenes.
“Si no matas esa lapa yo no se que me haré yo/ comeré topocho solo con margarina y arroz / No la peles, papá, que en la casa no hay salao / le gritaba a Ramón Veliz, su hijo, emocionao./ Por lo mucho que tú quieras, no la peles papaíto, / que en la casa espera Magli, Amarili y Ramoncito” No la peles papá — de Oscar Ruiz.
Compartiendo con los fundadores, que tienen entre 50 y 60 años descubrimos el más importante de todos los secretos: Sueñan con que la parranda sea una institución, promotora de la cultura, donde los más pequeños puedan descubrir las tradiciones y los jóvenes se enfoquen en entrenar y crecer en sus prácticas. Hoy las armas, los problemas de salud y el hambre son la competencia.
Cercanos a retirarse, se imaginan ahí, en el pueblo, siendo una fuente de vida para la comunidad.
Hoy
Hoy, hace casi un año, empezamos a trabajar con Betsayda Machado y los fundadores de la parranda en un sueño: Compartir con el mundo en voz alta la tradición musical de Barlovento para que la comunidad tenga un espacio de acción, un núcleo positivo para el arte y las ideas, para el folklore.
En octubre de 2015 hicimos un pequeño video pidiéndole a amigos y conocidos de todo el mundo que nos ayudaran a difundir la idea. Aparecieron apasionados, conocedores y caras que no conocíamos.
Parece que el universo estaba esperando a los parranderos desde hace treinta años porque así, casi mágicamente, se materializó una primera gira que va desde El Clavo hasta Calgary en 30 días y queremos celebrarla contigo.
Grupo Imaginarios es un proyecto de investigación, sin fines de lucro, interesado en descubrir, descifrar y compartir lo latinoamericano.
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