Traducción al castellano de la Carta de un hombre trans al Antiguo Régimen sexual de Paul B. Preciado, filósofo, publicada el 16 de enero de 2018 en Libération

Julia Lindbeck
6 min readJan 18, 2018

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Damas, Caballeros y otros,

En medio del fuego cruzado en torno a las políticas de acoso sexual, me gustaría tomar la palabra como contrabandista entre dos mundos, el de “los hombres” y el de “las mujeres” (estos dos mundos que podrían perfectamente no existir pero que algunos se esfuerzan para mantener separados por una especie de muro de Berlín del género) para contaros novedades desde la posición de “objeto encontrado” o más bien de “sujeto perdido” en el camino.

No hablo aquí como un hombre que pertenezca a la clase dominante, la de aquellos a quienes se asigna el género masculino al nacer, y que han sido educados como miembros de la clase gobernante, de aquellos a quienes se les concede el derecho, o más bien se les exige (y esta es una clave de análisis interesante) que ejerzan la soberanía masculina.Y no hablo tampoco como mujer, dado que he abandonado voluntaria e intencionalmente esta forma de encarnación política y social. Yo me expreso aquí como hombre trans. Tampoco pretendo de ningún modo, representar a ningún colectivo. No hablo, ni puedo hablar como heterosexual ni como homosexual aunque conozco y habito las dos posturas, porque cuando un* es trans estas categorías se vuelven obsoletas.

Yo hablo como tránsfuga de género, como fugitivo de la sexualidad, como disidente (a veces torpe, ya que faltan códigos preestablecidos) del régimen de la diferencia sexual. Como autocobaya de la política sexual que experimenta, todavía sin tratarlo en profundidad, vivir a cada lado del muro, y que a fuerza de vivirlo cotidianamente, empieza a estar harto, damas y caballeros, de la rigidez recalcitrante de los códigos y los deseos que el régimen heteropatriarcal impone.

Déjenme decir, desde el otro lado del muro, que la cosa es mucho peor de lo que mi experiencia de mujer lesbiana me había permitido imaginar. Desde que vivo como-si-fuera-un-hombre en el mundo de los hombres (consciente de encarnar una ficción política), he podido comprobar que la clase dominante (masculina y heterosexual), no abandonará sus privilegios porque enviemos muchos tweets o gritemos un poco.Desde las sacudidas de la revolución sexual y anticolonial del siglo pasado, los heteropatriarcas están embarcados en un proyecto de contrareforma — al que se le están uniendo las voces “femeninas” que desean seguir siendo “maltratadas-molestadas”. Esta será la guerra de los mil años — la más larga de las guerras, sabiendo que afecta a las políticas de reproducción y a los procesos por los cuales un cuerpo humano se constituye como sujeto soberano. De hecho será la más importante de las guerras, porque lo que está en juego no es el territorio ni la ciudad, sino el cuerpo, el placer y la vida.

Lo que caracteriza la posición de los hombres en nuestras sociedades tecnopatriarcales y heterocentradas, es que la soberanía masculina se define por el uso legítimo de técnicas de violencia (contra las mujeres, contra los niños, contra los hombres no blancos, contra los animales, contra el planeta en su conjunto). Podríamos decir, leyendo a Weber con Butler, que la masculinidad es a la sociedad lo que el Estado es a la nación: quien detenta y usa legítimamente la violencia. Esta violencia se expresa socialmente como dominación, económicamente como privilegios, sexualmente como agresión y violación. De otro lado, la soberanía femenina está ligada a la capacidad de las mujeres de engendrar. Las mujeres son sometidas sexual y socialmente. Solo las madres son soberanas. En el seno de este régimen, la masculinidad se define necropolíticamente (por el derecho de los hombres a dar muerte), mientras que la feminidad se define biopolíticamente (por la obligación de las mujeres a dar vida). Se podría decir de la heterosexualidad necropolítica que es algo así como la utopía de erotización del apareamiento entre Robocop y Alien, y se imagina que con un poco de suerte, uno de los dos se correrá…

La heterosexualidad no es solamente, como demuestra Wittig, un régimen de gobierno: es también una política del deseo. La especificidad de este régimen es que se encarna como proceso de seducción y de dependencia romántica entre agentes sexuales “libres”. Las posturas de Robocop y Alien no se eligen individualmente y no son conscientes. La heterosexualidad necropolítica es una práctica de gobierno que no se impone por quienes gobiernan (los hombres) a las gobernadas (las mujeres), sino más bien una epistemología que fija las definiciones y las posiciones respectivas de hombres y mujeres a través de una regulación interna. Esta práctica de gobierno no tiene forma de ley, sino de norma no escrita, de transacción entre gestos y códigos que tienen como efecto establecer en la práctica de la sexualidad una división entre lo que se puede y lo que no se puede hacer. Esta forma de servidumbre sexual reposa sobre una estética de la seducción, un retrato del deseo y una dominación históricamente construida y codificada, erotizando la diferencia de poder y perpetuándola.Esta política del deseo es lo que mantiene el antiguo régimen “sexo género” con vida, a pesar de todos los procesos legales de democratización y empoderamiento de las mujeres. Este régimen heterosexual necropolítico es tan degradante y destructor como lo era el vasallaje y la esclavitud en la Ilustración.

El proceso de denuncia y visibilización de la violencia que vivimos, forma parte de una revolución sexual, que es tan imparable como lenta y tortuosa.El feminismo queer ha situado la transformación epistemológica como condición de posibilidad de un cambio social. Se trata de volver a poner en cuestión la epistemología binaria y la naturalización de los géneros, al afirmar que existe una multiplicidad irreductible de sexos, géneros y sexualidades. Nosotros entendemos hoy en día que la transformación de la libido es tan importante como la transformación epistemológica: hay que modificar el deseo. Hay que aprender a desear la libertad sexual.

Durante años, la cultura queer ha sido un laboratorio de invención de nuevas estéticas de sexualidades disidentes, frente a las técnicas de subjetivación y a los deseos de la heterosexualidad necropolítica hegemónica. Somos muchos quienes hemos abandonado hace ya mucho tiempo la estética de la sexualidad Robocop-Alien. Hemos aprendido de las culturas butch-fems y BDSM, con Joan Nestle, Pat Califia y Gayle Rubin, con Annie Sprinkle y Beth Stephens, con Guillaume Dustan y Virginie Despentes que la sexualidad es un teatro político en el que el deseo, y no la anatomía, escribe el guión. Y es posible, dentro de la ficción teatral de la sexualidad, desear lamer suelas de zapato, querer ser penetrado por cada orificio, o cazar al* amante en un bosque como si fuera una presa sexual. Sin embargo, dos elementos diferenciales separan la estética queer de la de la heteronorma del antiguo régimen: el consentimiento y la no naturalización de las posiciones sexuales. La equivalencia de los cuerpos y la redistribución del poder.

Como hombre trans, yo me desidentifico de la masculinidad dominante y de su definición necropolítica. Lo que es más urgente no es defender lo que somos (hombres o mujeres), sino rechazarlo, desidentificarse de la coerción política que nos obliga a desear la norma y a reproducirla.

Nuestra praxis política es desobedecer a las normas de género y de sexualidad. Yo he sido lesbiana la gran parte de mi vida, después trans estos últimos cinco años, y estoy tan lejos de vuestra estética de la heterosexualidad como un monje budista que levita en Lhasa lo está del supermercado Carrefour. Vuestra estética del antiguo régimen sexual no me hace gozar. No me excita “acosar” a quien sea. No me interesa salir de mi miseria sexual tocándole el culo a una mujer en los transportes públicos. No siento ningún deseo por el kitch erótico sexual que vosotros proponéis: tíos que se aprovechan de su posición de poder para echar un polvo y tocar culos.La estética grotesca y asesina de la heterosexualidad necropolítica me asquea. Una estética que renaturaliza las diferencias sexuales y sitúa a los hombres en la posición de agresor y a las mujeres en la de víctima (dolorosamente agradecida o felizmente acosada).

Si es posible afirmar que en la cultura queer y trans nosotros follamos más y mejor, es porque hemos sacado la sexualidad del terreno de la reproducción y sobre todo porque nos hemos salido de la dominación de género. No digo que la cultura queer y transfeminista escape a toda forma de violencia. No hay sexualidad sin sombras. Pero no es necesario que la sombra (la desigualdad y la violencia), predomine y determine toda la sexualidad.

Representantes hombres y representantes mujeres del antiguo régimen sexual, encargaros de vuestra parte de sombra, y have fun with it, y dejadnos enterrar a nuestras muertas. Disfrutad de vuestra estética de la dominación, pero no tratéis de hacer de vuestro estilo una ley. Y dejadnos follar con nuestra propia política del deseo, sin hombre y sin mujer, sin pene y sin vagina, sin hacha y sin fusil.

Paul B. Preciado, filósofo

Traducción libre del francés: Julia Lindbeck

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