Un poquito de «revolución educativa»
El Arroyo es una pequeña población situada en el municipio Guajira. Está al norte de la laguna de Sinamaica. Se llega allí por la carretera que atraviesa la boca del Gran Eneal, a kilómetro y medio desde Las Guardias en dirección hacia Varilla Blanca.
Hay unas 150 casas, la mayoría de ellas modificadas en los últimos años de la era de Hugo Chávez. No son obra de la Gran Misión Vivienda Venezuela, sin embargo. Corpozulia, con fondos del gobierno nacional, sustituyó viejos palafitos de madera y paja por unos de concreto.
Pero esa es casi toda la ayuda oficial que han recibido los habitantes del lugar. Es rarísimo que haya agua potable, no tienen un consultorio médico activo y las bolsas de comida del CLAP son un espejismo entre los manglares.
La única escuela a la que pueden acudir los infantes y jovencitos añú del caserío es la Unidad Educativa Nacional Bolivariana El Arroyo, que inicialmente funcionaba en una estructura de 350 metros cuadrados con dos plantas y un patio interior construida por UNICEF en el año 2001.
Quizás muy pesada para el inestable terreno en el que está, la escuela empezó a ceder en sus cimientos y tuvo que ser abandonada en 2007 por el riesgo para los niños y sus maestros. La certificación del peligro la hizo el departamento de Bomberos de la Alcaldía de Mara, el más cercano vecino de un municipio que no tiene lujos así. El desahucio dejó las instalaciones originales convertidas en un depósito, empujando las actividades docentes a la intemperie, a un lado del pequeño edificio.
Heberth Chacón, alcalde de La Guajira, llegó un día con 20 láminas de zinc que han servido para techar los improvisados ‘salones’ de clase, aunque eso no los salvó de las inundaciones de 2009 y 2010, por lo que las enramadas que sustituyeron a la escuela de cemento han tenido que ser reconstruidas.
Paredes hechas de palos, pisos crudos, basura en los alrededores, baños insalvables, pupitres arruinados y arrumados. Así está desde hace por lo menos dos años la escuela rural número 435. No hay agua corriente ni les llega la alimentación escolar, a pesar del mural en el que los propios niños dibujaron los productos que el Centro Nacional de Alimentación Escolar ya no les provee con la frecuencia de ley.
El consejo educativo y la dirección de la escuela imploraron al vicepresidente de la República, al ministro de Educación, al gobernador del estado Zulia y al Consejo Presidencial de Derechos Humanos que intervinieran para acabar con este caso de abandono de la política educativa nacional. Solo tienen una copia del remitido con el acuse de recibo. La carta que enviaron pidiendo ayuda es del 9 de octubre de 2014. Y nada. Ninguna respuesta por encima de la retórica del compromiso revolucionario con la educación del pueblo.
Tras una espera que nadie sabe calcular, llegó la promesa oficial de construir una escuela con bases firmes y paredes y techos de material compacto. A la entrada del pueblo están los pilotes para ese palafito grande en el que ya tendría que estar funcionando la nueva UENB El Arroyo. Reposan junto a un pantano. De momento es imposible saber si alguna vez servirán para soportar el peso del derecho humano a la educación.
Entretanto, 262 niños y adolescentes toman clases en las 3 ó 4 enramadas disponibles, enfrentando un sinfín de problemas. El esfuerzo épico de educarlos bajo esas condiciones lo hacen 17 maestros y profesores, más dos asistentes de educación inicial y la directora, Norma Reverol. Les ayudan una secretaria, tres vigilantes, 5 aseadores y 3 madres procesadoras de alimentos que deben hacer milagros para que los chamos tengan algo que ingerir, aunque sea durante un par de días de clase a la semana.
Como ocurre en toda La Guajira venezolana, muchas familias de la parroquia Elías Sánchez Rubio, donde está localizado El Arroyo, solían confiar en que la rutina escolar garantizara la mayor parte de la alimentación de los hijos. La escasez de bienes de consumo diario, el desempleo, la militarización, la sempiterna sequía y los desatinos en las medidas gubernamentales para combatir el contrabando, son factores que se confabulan para jorobarle las ya exiguas posibilidades de sobrevivencia a los pueblos wayúu y añú en esta zona de miseria del estado Zulia.
Una escuela con alimentación segura era motivo de tranquilidad para los pobladores del sufrido caserío, donde la pobreza es una regla universal. Cuando ese beneficio llegó a punto de extinguirse volvieron la malnutrición y la desnutrición, y con ellas la deserción escolar. Ni siquiera la pesca tradicional en la laguna y el golfo les alcanza para mitigar el hambre. La del estómago, claro está, pues peor les va con el hambre de dignidad y de un desarrollo integral al que podrían acceder con educación de buena calidad.