Luna

De pronto uno se queda sin palabras, sin razón para usarlas. Nombrar se vuelve irrelevante. El mundo deja de existir, se torna etéreo, borroso, un simple fondo recortado por la silueta de mi cuerpo; una superficie mundana sobre la cual se sostienen mis pies que caminan sin rumbo. El concreto sucio, el smog, el segundo piso del periférico, el rugido agresivo de los camiones, el polvo. Todo desaparece ¿Por qué tanto vacío? Los árboles dejan de ser árboles. Ya no los miro y pierdo su nombre. El suelo no es suelo. ¿Para qué nombrarlo? Lo intento una última vez: suelo, suelo, suelo. Al ritmo de mis pasos. Pero la palabra es hueca ¿Para qué repetir una palabra hueca?

Soy una silueta transparente. Lo único que me mantiene unida a este caminar errático son frases que podría recortar y pegar en todo aquello que no puedo nombrar. Podría hacer un collage con ellas y fingir que soy parte del mundo. “Estoy cansada” suena en el fondo con interferencia. Esta queda con la palabra concreto y smog. Si la acomodo sobre ese fondo se ve real, y por un momento parecería que dejo de ser una silueta. Pero no. Es solo una frase hueca que se vino a instalar en mi rutina, es la carcasa de un sentimiento que no se va y se aferra a esas palabras. “Odio mi trabajo. ¿Qué voy a comer hoy? Si alcanzo a terminar… etc.”. ¿Terminar qué? No sé. Hay mucha interferencia y no alcanzo a nombrarlo. Son estos pensamientos con cuerpos huecos los que me despojan de mi nombre. Son siluetas que me contagian su composición transparente.

Sin embargo, de vez en cuando, logro encontrar una fisura en la silueta que llevo puesta. Por ahí se cuela una luz tenue pero viva. Azul y aperlada que me despierta la curiosidad con una caricia fría. Introduzco mi dedo en la fisura y siento la brisa recorrer mi cuerpo. Con la uña rasco, y con los dedos arranco pedacitos para que entre más luz. Me asomo, la veo y entonces me acuerdo de su nombre, y al acordarme de su nombre, me acuerdo del mío. La reconozco en el cielo y la nombro. Me nombro. Luna.