La intersección de la gordofobia y la transfobia

Kivan Bay
13 min readApr 2, 2019

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Translated by CerebroDeQueso_ on twitter

[Advertencia: Este texto expone prejuicios contra las personas trans y contra las personas gordas, ideaciones suicidas, violencia transfóbica y contiene entrevistas muy, muy tristes con personas trans. Esta es una advertencia del autor.]

Ilustración del autor

¿El movimiento de la positividad corporal (o “body positivity” en inglés) está haciendo suficiente espacio para las personas transgénero? Hay quien diría que no, pues en los espacios “body positive” raramente se habla de las barreras específicas a las que se enfrentan las personas trans y gordas para poder hacer su transición. ¿Cuáles son esas barreras, de qué maneras hemos fallado en abordarlas, y cómo podemos abordarlas en el futuro?

Johnny cuenta que su experiencia con un cirujano plástico en Denver, Colorado, E.E.U.U., lo dejó humillado. El trauma de que le fuese denegada una mastectomía lo dejó con conductas disociativas y casi sin su empleo. Un par de semanas después, un médico diferente le dio la autorización para esta cirugía. ¿Cuál fue entonces el motivo por el cual el primer médico le negara algo tan obviamente importante?

“En palabras del doctor, yo ‘tenía sobrepeso y me vería raro después de la cirugía si mi estómago fuese más grande que mi pecho’.” Johnny, un amable hombre trans que cortésmente respondió mis preguntas, continúa: “Me pareció una forma solapada de decirme, ‘No serás lo suficientemente atractivo para que podamos enorgullecernos de que seas un paciente nuestro’.”

Las personas trans gordas se enfrentan a barreras considerables para acceder a la transición médica, incluyendo la terapia de reemplazo hormonal (TRH) y la cirugía de reasignación de sexo (CRS); comúnmente en forma de cirujanos que se rehúsan a trabajar con ellos, o doctores que opinan que no serán mujeres “idóneas” u hombres “idóneos”. Es por esta razón que las personas transgénero tienen los mayores índices de desórdenes alimenticios, más altos aún que en las mujeres cis y heterosexuales [datos de E.E.U.U.], lo cual es otro peligro más que pone en riesgo sus vidas.

En su ensayo No Apology: Shared Struggles in Fat and Transgender Law, Dylan Vade y Sondra Solovay explican cómo a las personas gordas y las personas transgénero se les presiona a asimilar estándares cisnormativos por el sistema legal: “Al intentar superar estas barreras mediante el uso del sistema legal, no solamente se espera que las personas gordas y trans compartan una meta de asimilación, sino que también se les obliga a reforzar normas gordofóbicas y transfóbicas para poder asegurar sus derechos legales básicos; de los cuales las personas delgadas y cisgénero ya gozan desde un principio. Éste es un ciclo cruel: la opresión requiere que haya una intervención legal, pero además la persona debe participar en esa misma opresión para recibir protección legal”. Vade y Solovay continúan explicando: “Los casos ganados generalmente adoptan una postura legal que refuerza los prejuicios sociales. Los casos que desafían estos prejuicios, generalmente se pierden”. Esto es ilustrado con dos casos de discriminación gorda en California: John R. de Berkeley, y Toni C. de Santa Cruz.

Ambos buscaban una compensación por los daños a causa de la discriminación por peso en sus lugares de trabajo. John R., quien habló sobre su gordura como si fuese un problema que él no podía curar, ganó el caso. Toni C., quien no mostró arrepentimiento por su gordura, no ganó. Toni rechazó la visión medicalizada de su gordura, y su argumento no mostraba remordimiento alguno. Al rehusarse a localizar el problema en su propio cuerpo, y en su lugar localizarlo en una sociedad gordofóbica, Toni perdió el caso.

Aunque Solovay y Vade exponen en su ensayo al sistema legal y no al médico, luego de que yo entrevistara a varias personas trans a las que les han sido negadas la TRH y la CRS a causa de su peso, las similitudes son alarmantes. Muchos ven a las personas trans de cualquier género como un desafío hacia el binarismo de género. Cuando las personas trans no sienten vergüenza por su género ni por su cuerpo, se les ve como amenazas. Cuando son personas gordas, muchos cirujanos y doctores perciben su género como desviado, incluso iconoclasta; y llegan a exigirles que pierdan peso antes de recetarles hormonas o de autorizarles cirugías. Pero con una tasa de fracaso del 90–95% en las dietas, y con un índice del 40% de intentos de suicidio en adultos transgénero, ¿será que estas expectativas de pérdida de peso están haciendo más mal que bien?

Muchos podrían asumir que si los doctores les están negando la TRH y la CRS a las personas transgénero a causa de su peso, debería haber una buena razón médica para ello, pero las entrevistas que realicé parecen sugerir lo contrario. Uno de los entrevistados relató que su doctor había dicho que Adele, la cantante, era demasiado grande para ser una “mujer de verdad”, y que si la cantante se vistiera de forma andrógina, “la gente pensaría que viene a reparar el pavimento de la calle”. Otros contaban sobre clínicas que realizaban pruebas para aseverar si su género es “real” o no, incluyendo preguntas condescendientes sobre si a los hombres trans les gustan las revistas sobre mecánica automotriz.

La heteronormatividad también es todo un tema, pues la gente transgénero y bisexual reportó que sus doctores intentaron usar su orientación sexual en contra suya para disuadirles de llevar a cabo su transición. A muchos se les dijo primeramente que necesitarían adelgazar para la cirugía, solo para que después otro cirujano les dijera que no era necesario, exponiendo la mentira de que los doctores no pueden realizar estas cirugías en las personas gordas. La mayoría reportaron un apoyo emocional escaso o nulo por parte de los médicos luego de que se les impusiera una barrera a causa de su peso, y que en su lugar les recetaron pastillas para bajar de peso. Todos reportaron periodos de gran angustia, la mayoría con ideaciones o intentos suicidas, luego de que les fueran negados sus tratamientos.

Erin, de Melbourne (Australia), me cuenta cómo las actitudes gordofóbicas pueden dañarte de por vida. Erin, un brillante hombre trans de treintaitantos años, comenzó a buscar ayuda médica para su transición a los 19. Relata sobre una clínica que no puede nombrar públicamente puesto que aún teme represalias de su parte. Su género le fue cuestionado tanto en relación a su bisexualidad como a su discapacidad. Le dijeron que antes de realizar su transición, debería esperar hasta “decidirse por una sexualidad” o hasta que “se mejorara” de su enfermedad incurable de toda la vida. También le dijeron que no podía continuar en el programa para poder recibir la TRH, a menos que bajara de peso.

“Cuando les pregunté cómo se suponía que yo adelgazara, considerando que no puedo hacer ejercicio debido a mi discapacidad, me dijeron que ‘hay pastillas que puedes tomar para eso’ y me enviaron a un doctor”. A Erin le recetaron fentermina, una anfetamina que frecuentemente se receta para la pérdida de peso y que es notoriamente peligrosa.

“Me provocó problemas de corazón (taquicardia), me hizo imposible poder dormir, me puso muy agitado, y me hizo sentir muy mal”. A pesar de que él quería dejar de tomar esa droga, se le recordó que no podría seguir en el programa de hormonas a menos que perdiera peso. Como no había otro programa similar disponible en su zona, “yo sentí que no tenía otra opción, así que la seguí tomando por un par de meses más. Y me enfermé más. Mi frecuencia cardiaca seguía elevándose, yo seguía sin poder dormir, y empecé a experimentar una ansiedad terrible. E, incidentalmente, no bajé NADA de peso durante este tiempo”.

Erin me cuenta sobre largos periodos en los que se sentía intensamente suicida tanto estando en el programa como después de haber salido de él. A pesar de que, desde entonces, ya recibió su TRH y ayuda de un médico general que lo apoya, Erin dice, “Siento que hay dos versiones de mí. Está el yo que yo soy ahora, y hay una realidad alterna en la que se me dio acceso al tratamiento que yo necesitaba cuando lo busqué por primera vez, y me imagino que esa versión de mí es una persona mucho más feliz, sana y equilibrada de la que soy ahora”.

Juanita, una mujer trans, escribe de forma bella y desgarradora su experiencia en el Hospital Académico Steve Biko y con el panel médico que decidiría sobre si ella debería recibir hormonas o no:

El doctor Martin le informó que el único problema era mi presión sanguínea, pero que estaba en buena salud y que su recomendación era que yo empezara la terapia hormonal inmediatamente. Yo estaba encantada de escuchar esas palabras, pero el profesor Lindique aplastó mi entusiasmo: “No estoy de acuerdo”. Hubo un silencio mientras el profesor se dirigía a mí: “¿Cuánto pesas?”. Incómoda, respondí su pregunta. “Necesitas bajar al menos 25 kg antes de que te operemos”. Yo estaba sentada allí, confundida, mientras escuchaba discutir al profesor Lindique y a otros doctores del departamento de endocrinología. “Esta es mi decisión final. Doctor Khosa, ¿estaría usted conforme en operar a una paciente obesa?”. El doctor Khosa confirmó que yo necesitaba bajar de peso. El profesor Lindique continuó: “Considero innecesario que le recetemos hormonas a la paciente en este momento. ¿Por qué habríamos de recetarle bloqueadores hormonales, cuando remover los testículos sería más benéfico y rentable? Con suerte, podremos hacerle la cirugía dentro de seis meses”. El doctor Martin intentó por una última vez convencer al profesor Lindique antes de que mi destino estuviera sellado. Salí de la habitación con lágrimas a punto de salir disparadas de mis ojos. En el momento en que vi a JL, colapsé sobre sus brazos llorando desesperadamente.

Juanita cuenta que sus amigos y amigas cisgénero no entendían la gravedad de esa decisión, mientras que sus amistades transgénero comprendían que esto podría significar vivir por años con disforia y sin un tratamiento de buena calidad. Aquí vemos cómo la gordofobia de un médico fue suficiente para trabar la transición de Juanita y ponerla en un estado emocional peligrosamente frágil. Considerando las amenazas a las que se enfrentan las personas trans si no “pasan” (es decir, que otras personas las perciban como el género con el que se identifican y no con uno equivocado), no solamente de parte de extraños violentos sino también de parte de caseros que se rehúsan a rentarles un lugar, empresas que se rehúsan a darles un trabajo, jueces que dictaminan en su contra, y de la violencia cruel y casual del misgendering (es decir, tratar a las personas por un género incorrecto, ya sea accidental o deliberadamente); se entiende que el trauma provocado porque te sea negado un tratamiento hormonal va más allá de ser desmotivante: es peligroso.

Dado que estos doctores constantemente se fían en ciencia ampliamente desacreditada, tal como el índice de masa corporal, y rara vez proveen apoyo para superar estas barreras, a menudo se abandona a las personas trans a lidiar por su cuenta con un pronóstico injusto. Amy Tysoe relata que sus médicos le dijeron que su TRH sería retenida hasta que su IMC estuviera por debajo de 35 y su cirugía hasta que estuviera por debajo de 30. Además, su doctor no pudo o no quiso siquiera realizar el cálculo a la inversa para darle un peso ideal.

Dada esta información, ¿por qué el movimiento “body positive” es tan abrumadoramente cisgénero? (Con un respetuoso saludo a Shay Neary, la increíble modelo transgénero y de talla grande).

Al escribir sobre la autobiografía de Oscar Zeta Acosta, Marcia Chamberlain da un poco de perspectiva sobre las formas en las que el movimiento de positividad gorda (“fat positive”) le ha fallado a las personas racializadas. “El movimiento, que durante la década de 1970 dejó en claro que le preocupaba un asunto únicamente, le exigió implícitamente que dejara en la entrada su color de piel”. Chamberlain continúa: “Pero clasificar las opresiones creaba situaciones difíciles para las personas como Acosta, cuyos ‘estigmas’ no podían ser separados ordenadamente y juzgados en una escala del uno al diez. Es interesante notar que al igual que las personas gordas estaban ausentes en las posiciones de liderazgo en el movimiento Chicano, también era cierto lo contrario: la mayoría de los portavoces del poder gordo (Fat Power) durante los años 70, eran blancos”.

Yo propondría que, mientras que los problemas de raza son aún prevalentes en las comunidades fat positive y de activismo gordo, también tenemos que competir con los problemas de género y de la expresión de éste. ¿Cómo tratamos a la gente gorda y transgénero a nuestro alrededor? Cuando hablamos de positividad corporal y positividad gorda, ¿estamos incluyendo las necesidades de los hombres trans gordos, de las personas no-binarias gordas, y de las mujeres trans gordas? ¿Nos estamos enfocando en las necesidades que tienen específicamente estas personas, o solamente nos enfocamos en las necesidades que nos afectan “a todos nosotros”?

Shay Neary, dialogando sobre otros puntos de desacuerdo entre las mujeres trans y las mujeres gordas, señala: “¿Por qué a las mujeres trans se les agenda [para sesiones fotográficas] y luego las visten con trajes? [La industria] quiere que a las mujeres trans se las vea ligeramente masculinas, porque de alguna manera eso es más ‘alta costura’. Si no eres andrógina, si eres demasiado femenina o demasiado masculina, no quieren contratarte. Quieren que la gente sepa que eres trans, para que puedan mencionarlo en los comunicados de prensa y demás. Terminan explotando nuestra identidad para hacer quedar bien al diseñador”.

Con esto en mente, ¿cómo podemos, como activistas gordos, abordar cuestiones de identidad trans sin explotar a estas personas? Creo que la mejor manera de hacerlo es elevando sus voces, y también enfocarnos como activistas en problemas que específicamente afectan a la gente trans y gorda, tales como la denegación de CRS por motivos de peso. Cuando dialogamos sobre cómo culturalmente se considera a la gordura como un factor feminizante en los hombres, tenemos que enfrentarnos a la forma en que eso afecta a las personas trans masculinas. Cuando hablamos de cómo, igualmente a nivel cultural, se considera que la gordura suprime el género de las mujeres, debemos lidiar con el serio y real peligro que esto representa para las mujeres trans.

Debemos también entender las realidades de la gordura en el cuerpo trans, escuchando a las personas que son gordas y trans. En Part-Time Fatso, S. Bear Bergman escribe: “Irónicamente, es a mi gordura a lo que más le estoy agradecido cuando quiero que el mundo me vea como un hombre. Mi complexión grande, y mi relativa facilidad para moverme en el mundo con ella, son transgresivas e inusuales para las mujeres que han sido educadas en esta cultura. Mis zancadas son largas y llevo mi cabeza en alto, y en ocasiones estos son los únicos factores que se necesitan para inclinar la balanza de la percepción hacia la categoría de ‘hombre’. Mi barriga y mi anchura hacen que mis senos pequeños sean percibidos más como ‘tetas de gordo’, y que mis anchas facciones asquenazíes sean percibidas como imponentes y masculinas en vez de como una balabusta resfriada. Mi incapacidad como gordo de cruzar mis piernas en la rodilla al sentarme, junto con todos los problemas que eso me causaba durante los años en los que aún me vestían con faldas y vestidos, crearon ㅡa través del milagro de la rebelión adolescenteㅡ un hábito de toda la vida de sentarme cruzando las piernas con el tobillo sobre la rodilla, en la forma tradicionalmente masculina.

Sin embargo, mientras que Bergman encuentra su gordura como una afirmación de su género, muchas personas, tales como Katelyn Burns, no lo hacen. En su hermoso ensayo, Burns describe cómo la gordofobia la disuadió de buscar su transición: “Las palabras de Forrest eran análogas a mi diálogo interno: ‘Eres demasiado gorda, demasiado alta, demasiado calva para ser una mujer’”. Dado que es tan común que a las personas trans se les niegue el acceso a una transición médica, uno no se puede sorprender por los miedos de Burns. Cuando tu vida misma depende de la aprobación de otros, no te quedan “opciones”, sino una infranqueable pared que debes escalar o morir. Y para muchos, la subida es simplemente demasiado grande.

En efecto, muchas personas trans expresan un desánimo considerable al hablar de su peso y su transición médica. De acuerdo con Erica, ella no ha buscado la TRH porque sabe que se le pediría que pierda 40 kilos para ello, un obstáculo que ella encuentra imposible debido a su depresión. “Ni siquiera es realmente una decisión que yo pueda tomar, saltarme una sola comida puede convertirme en un bulto inútil tirado en la cama”. Sus sentimientos hacen eco con los de Erin, cuya discapacidad no le dejó más opción que decidir entre tomar la fentermina y vivir toda una vida de malestar por sus efectos secundarios, o bien vivir con el riesgo de suicidio ocasionado por la disforia.

¿Podemos siquiera llamarle a eso una “decisión”?

Este es un tema con el que yo, como un activista gordo cis [N. de la T.: el autor de este artículo salió del clóset a principios del 2018, por lo que es ahora un hombre trans], he luchado mucho en el pasado. Debemos reconocer la terrible presión para bajar de peso a la que se somete a las personas trans, y debemos trabajar para atenuar esa presión. Las estadísticas muestran que las dietas sencillamente no funcionan, y que hacer dieta para perder peso desanima a las personas y aumenta la probabilidad de que suban de peso aún más. No hay nada malo con ser gordo, pero definitivamente hay algo aterrador sobre tener disforia y no poder tratarla solamente por tu cuerpo.

Desafortunadamente, a las personas trans gordas les puede resultar difícil encontrar recursos legales en la ADA (Ley Sobre Estadounidenses con Discapacidades, por sus siglas en inglés). En el Tribunal de Apelaciones del Sexto Circuito de los Estados Unidos, se decidió que una persona gorda no califica como discapacitada si no hay pruebas de que una discapacidad subyacente es la causa de su peso. En otras palabras, no importa cuánto peses, o si tu peso afecta tu movilidad; si no puedes probar de dónde viene tu gordura en el Sexto Circuito, no tienes discapacidades. Dejando de lado la forma indignante en la que se trata a las personas gordas y discapacitadas a este respecto, también cierra uno de los pocos caminos disponibles para que las personas trans puedan buscar apoyo legal.

Los movimientos “fat positivity” y “body positivity” se encuentran en una entrecruzada donde deben decidir si continuarán enfocándose en las personas cisgénero, blancas y sin discapacidades; o si recibirán la liberación para todxs con los brazos abiertos. ¿A quiénes escuchamos dentro de los círculos de liberación gorda o positivismo gordo? ¿Cuáles son las voces a las que levantamos, y por qué?

Mientras continuamos haciendo que nuestros espacios sean más inclusivos, debemos recordar la razón por la que lo estamos haciendo. No es para obtener “puntos de bondad” imaginarios. No es para que nos feliciten por dignarnos a incluir a personas trans gordas, personas con discapacidades o personas racializadas. Sino porque estamos todxs atrapadxs en una máquina que nos roba nuestro valor al nacer y nos divide en jerarquías según nuestros cuerpos; y hasta que todxs seamos libres, hasta las personas más marginalizadas entre nosotrxs sean libres, ningunx de nosotrxs será libre.

Nota del autor: Aquí es donde suelo añadir los sitios donde pueden darme una propina por mi trabajo, pero si les gustó esta lectura, sugiero que hagan una donación a la Trans Lifeline en E.E.U.U., o bien a alguna de las personas que usan el hashtag #TransCrowdFund en Twitter.

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Kivan Bay

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