Estuve pensando en terminar
Desde la cocina,
podés escuchar a la vecina llorar
como una niña a la que nunca
le leyeron un cuento.
Es el cuarto souvenir
que estalla contra la pared
y el tercer cigarrillo
que arrojás por el balcón.
La última vez que te miré,
no te reconocí.
Lo admito mientras coloco los vasos verdes:
Cada semana pienso más en mi madre,
en cómo quiso dejar los platos sucios,
irse de casa.
¿Es acaso esta tibieza que guardó
en mis zapatos
la misma con la que pico
los tomates?
Podría decirte tantas cosas,
pero abrís la botella
y el corcho me roba
el turno para hablar.
Es un peligro
este deseo de huir,
queriéndolo o no.
Es un suicidio
esta manera de amar.
A lo largo de la mesa,
el sabor de lo monótono
acecha en la salsa.
La cerámica del florero se desgasta
con cada plan sin hacer.
Las servilletas reposan sobre el mantel
ajado y frío.
Comienza a llover.
La señora de abajo golpea el piso.
El palo de escoba,
una amenaza vaga
y una sirena de policía.
La carne sigue tierna en tus dientes
cuando explicás nervioso
“Están todas para internar”.
El vino resbala como lágrimas
en las copas que se niegan a tocar.
¿Es esta la vida que mis padres soñaban para mí?
¿Es este mi lugar en el mundo de las cosas?
Debe haber algo que me ayude
a desaprender tanta quietud.
Un instante
que me sacuda.
¿Qué hacemos con tantos fósforos
si no podemos morderlos?
La última vez que te miré, pensé,
“Sos tan hermoso
que podría clavarte un cuchillo
en la cabeza”.
¿Mi abuela se escondía para llorar
o para guardar las cuchillas bajo el inodoro?
Un oficial golpea la puerta.
Es el segundo en venir esta semana
y la primera vez
que arrojo la mesa.
Desde la cocina,
la vecina puede escucharme gritar
“¿Qué será de nosotros
cuando termine la tormenta?”