The Feminist Fight Club*

Analía Plaza
6 min readJan 8, 2017

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No hace muchos días escribí algo que llamó la atención de algunas personas:

Trabajo en un sector — tecnología — en el que desde hace años existe una sana discusión sobre la diversidad de la gente que lo compone.

Diversidad significa variedad, diferencia: juntar a trabajar a personas con distinta formación, experiencia, origen, cultura, religión, ideología, orientación y género.

En la mayoría de empresas tecnológicas — tanto en las que conozco directamente como en las más grandes, y sólo hay que ver los números — el porcentaje de mujeres está entre el 20% y el 30%, entre el 10% y el 20% si miramos sólo a los puestos técnicos y alrededor del 15% en los consejos. Para un sector que va de moderno e innovador, los números son vergonzosos: peores que los del 500 Index de Standard and Poor’s (21%) y hasta que los del Ibex 35 (20%).

Hay causas históricas y culturales, y suficiente literatura sobre ellas como para dar más vueltas — si tienes curiosidad, puedes empezar por When Women Stopped Coding, un fabuloso podcast de NPR que analiza el nacimiento de la cultura hacker que apartó a las mujeres de los ordenadores.

En lo que llevo pensando varios meses es en la actitud de las empresas ante las consecuencias — o en cómo cada vez más organizaciones se unen al discurso de ‘¡somos diversos!’ para intentar tapar, de cara a la galería, la desigualdad que tienen dentro.

Dropbox
El 14 de diciembre, Dropbox, una empresa que quizá salga Bolsa este año y que usan millones de personas de todo el mundo, publicó un tuit para alardear de lo diversa que es.

Las respuestas son muy divertidas. Evidencian lo que decía arriba: nuestra foto es “diversamente” ridícula (no hay ni negros ni latinos), pero somos de los buenos. Estamos poniendo de nuestra parte para molar. A este ritmo no vas a verlo, pero ¡eh! ¡No será porque no dijimos que lo intentaríamos!

En género, sus números son “mejores” que los de otras tecnológicas, pero los que mandan siguen siendo los señores.

Hay toda una narrativa elaborada alrededor de la inclusión, la diversidad y la igualdad de género en tecnología, con compañías que escriben informes con sus datos (Facebook, Twitter, Google), muestran sus “progresos”, financian charlas y programas sobre el tema y acompañan sus ofertas de trabajo con frases tipo “we embrace diversity” que me encantaría saber qué significan.

Está claro que si no eres parte de la solución, eres parte del problema, pero: ¿no chirría un poco todo esto? ¿Te imaginas a una empresa en la que ya mandaran tantas mujeres como hombres, o más, publicando estas historias?

A raíz de aquel tuit y de varias discusiones que vinieron después, me acordé de cuando Tuenti quería contratar gente extranjera: en lugar de escribir “aceptamos extranjeros”, abrió una oficina en Barcelona (creo que Job and Talent hizo algo parecido).

En un sector en el que hay verdaderas guerras por llevarse a los mejores y en el que currarte y mostrar

  • tu forma de trabajar (generalmente, escribiendo posts técnicos)
  • lo guay que eres (tu “cultura” y beneficios para empleados — este vídeo de Typeform es el ejemplo perfecto)

es la estrategia que aplican la mayoría de las empresas, ¿no da un poco de grima que para atraer mujeres (y minorías raciales) todo lleve ese halo de ayuda, de comprometerse a una causa triste y de tender la mano a los más necesitados?

A mí sí.

Sobre todo cuando, una vez dentro, probablemente el ambiente arrastre los mismos dejes machistas que el resto del mundo.

¿Es tu empresa machista?

Esta es una pregunta que me hace mucha gracia, se dirija a quien se dirija. Pues claro, ¡como todo el mundo! He llegado a escuchar que quienes hablamos sobre estos temas lo hacemos “porque no tenemos nada mejor de lo que quejarnos”, o que en otros sectores (en fábricas, en grandes corporaciones viejunas) la situación es “mucho peor”: es “machista de verdad”.

Ejemplo:

Se filtran emails de Apple que revelan un ambiente sexista y tóxico — noticia de septiembre.

Recibo este mensaje:

(semanas después, quien lo envió se disculpó por haber “infravalorado” la situación)

No hay “grados” de machismo (o de racismo) ni casos más o menos “dramáticos”.

Hay un completo sistema construido en nuestras cabezas que hace que el mundo sea como es (desigual) y muchísimo material al respecto para lo de siempre: escuchar, leer, entender, ser consciente y cambiar tus actitudes antes de culpar a “los que se quejan” por hacerlo. En tu empresa y en tu vida.

Tengo la suerte de pasar la mayoría del tiempo con gente muy distinta a mí — en formación, edad, experiencia, origen, orientación, cultura y religión — y algo que me encanta es detectar gestos que, creo, hacen más que cualquier marketing sobre “diversidad”.

No habrás recibido un solo email que diga “Feliz Navidad” (siempre es: “felices vacaciones”) ni faltarán pizzas vegetarianas sobre la mesa los viernes. María sacará una compresa e irá de su mesa al baño mostrándola, sin escondérsela en el bolsillo como estamos enseñadas a hacer. Y Laura, por poner otro ejemplo, será siempre la primera en cargar muebles cuando haga falta — incluso si alguien pide la ayuda de “hombres fuertes” para ello.

Para mí, lo interesante ahora mismo es justo eso. Después de años hablando sobre el tema (sobre igualdad en general y sobre feminismo en particular) cada día, entre litros de vino y café, es fácil quedar con mis amigas Bea o Elena y estar de acuerdo en todo — tenga que ver con cultura, relaciones o trabajo.

Juntarme con mujeres que ante el mismo problema opinan y actúan diferente es a-b-s-o-l-u-t-a-m-e-n-t-e enriquecedor. No os hacéis idea de cuánto. Si todo esto va de escuchar y entender, hacerlo con otros puntos de vista es lo mejor.

Esto no va sólo de tecnología.

El fin de semana pasado el suplemento Express del Washington Post se lució con esta portada:

(si no entiendes qué está mal, mira su disculpa)

Hablando una vez más con Elena (creadora de la teoría Follar SL y con quien en una hora de conversación aprendes más que leyéndote quince libros), nos preguntamos: ¿cuánta gente vio esa portada antes de mandarla a imprenta? ¿Es que nadie detectó el error?

Y Elena, que tiene teorías para todo, enunció una nueva. Mejor que hacerlo por “ayudar” a las “minorías” y marcarte el tanto de la “diversidad”, hazlo por business:

OPORTUNIDAD DE NEGOCIO: CONTRATA A GENTE DISTINTA Y TU PRODUCTO SERÁ MEJOR

Más mujeres mirando la portada detectarán el error, al igual que más gente con discapacidad se preocupará por que el producto sea accesible o — por poner otro caso cercano —más gente viviendo en las afueras detectará lo que le falla a un algoritmo de rutas cuando hay menos opciones de transporte.

La lista de ejemplos, tanto en medios como en tecnológicas como en cualquier otro sector, es eterna.

Podemos dejarla para otra ocasión.

*The Feminist Fight Club es un libro que aún no he leído, pero cuyo título me parece fantástico (hasta que alguien me haga cambiar de opinión).

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