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Las Gárgolas
4 min readDec 17, 2019

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Por Gaspar Núñez

3. adj. Que es sosegado, tranquilo y apacible.

Han pasado ya algunas semanas desde la apertura de la muestra de Jimena Losada Lacerna en el anexo del MMAMM, Ciudad de Mendoza.

Largos telones oscurecen la sala metiendo, bajo la alfombra, la luz y el afuera que se filtran por los ventanales. Iluminaciones tenues señalan las pinturas con sus respectivos soportes metálicos.

El conjunto está conformado en su mayoría por pinturas de paisajes con atmósferas encapotadas y a campo raso; en la lejanía se erige el cordón montañoso. Pero hay una pieza excepcional que levanta sospechas: un autorretrato de la artista que mira fijamente al espectador con una serenidad inquietante.

Este mundo lleno de melancolía invernal que se hace presente en sus paisajes nos induce –creo– un denso sentimiento de abandono. En sus cielos se hace presente un mal apacible, un desastre cercano que se mantiene aún latente. Desastre significa, literalmente, no astro (del latín des-astrum) y es por esto –entiendo– que los cielos de Jimena prescinden de estrellas. Queda el desamparo. La muerte de Dios ha vaciado el cielo y con él ha arrastrado también los demás astros. Pero Dios no solo ha empujado a la muerte a las estrellas, que Jimena decidió no pintar, sino también al prójimo.

Uno de los mandamientos estructurales de la moral judeocristiana es: ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Hace ya algunos cientos de años, se anunció la muerte de esta todopoderosa figura celestial. Dios fue el más complejo artificio creado y muerto por nosotrxs mismos. Ahora, terminado el siglo XX, podemos decir que hemos acabado por matar también al prójimo. Y es que se ha perdido la segunda parte del mandamiento porque cada vez comprendemos menos a qué se refiere. “Tu prójimo” (del latín proximus) es algo muy simple: la persona que vemos, escuchamos, tocamos. Quien se encuentra inmediatamente cerca.

Nuestro tiempo se caracteriza por malestares como la neurosis y la depresión que son, justamente, el hundimiento y ahogamiento de uno en sí mismo, o la imposibilidad de que ingrese lo otro. Se caracteriza por la abundancia de pacientes que se recuestan en el diván para evitar la mirada de aquel al que le exponen su intimidad, quien, además, no es un prójimo sino un profesional. Se caracteriza por el desencuentro de la mirada con el otro. Por la mirada huidiza y esquiva.

Tradicionalmente se les confiaba a los ojos la tarea de identificar al prójimo y se pensaba en la mirada como una ventana que comunicaba nuestro interior con el afuera. En la película ¿Quieres ser John Malkovich?, cuando los oficinistas y otrxs candidatxs entraban en la cabeza de John, se pueden ver los contornos y los huecos de cada ojo. Como los marcos de una ventana a contraluz.

Se entiende que nuestros ojos son la ventana que se abre al mundo. Y, según LB Alberti, el cuadro es una ventana abierta a la historia.

En aquel autorretrato de Jimena, cuadro y mirada son ventanas que se encuentran y superponen. Donde su mirada es, además, proyecto. Proyecto –en sentido estricto y primordial– refiere al acto físico de lanzar un objeto hacia delante.

Cuando CFK, en 2011, lanzó su afiche de campaña, que la muestra de medio cuerpo y de frente, con la cara a tres cuartos y mirando hacia la derecha, acompañada por el pueblo que levanta banderas y pancartas, estaba, sin dudas, presentando un proyecto. Cuando Macri, en 2015, decidió realizar un video de campaña en el que simplemente el plano se va cerrando en zoom hasta ajustar un primerísimo primer plano de sus ojos celestes que tiemblan nerviosos pero severos sin emitir palabra alguna, estaba –igualmente– presentando su proyecto.

En el caso de Jimena, su mirada –como todo proyecto– se arroja hacia el porvenir, pero también hacia lx otrx, el prójimo, espectadorx, en fin, hacia nosotrxs mismxs; y –como todo proyecto– carga el deseo de obliterar la contingencia (del futuro). Ella rebate la mirada descentrada y esquiva que le es propia a nuestra época, lanzando otra más asertiva para nuestro encuentro.

Aquí, retrato y paisaje se reúnen en el deseo, a partir de la falta. “Desear” significa justamente dejar de (de-) confiar en los astros (sidera), prescindir de ellos, para ponerse uno mismo en su lugar en el cielo.

(Fotos: Hiram Di Lorenzo).

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