Missing is missing

Las Perdidas
4 min readJun 6, 2017

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“Lo que para una persona puede ser una distancia prudencial, para otra puede ser un abismo”, H.Murakami. (Foto: Korney Violin/unsplash.com)

“It’s a mystery of human chemistry and I don’t understand it, some people, as far as their senses are concerned, just feel like home” (High Fidelity).

Escribo, pienso y siento en castellano. Tengo palabras y sonidos favoritos. Me gusta escribir a mano palabras largas y dibujar un poco la ese o la eme. Pero a veces, idiomas como el inglés aciertan y de repente me encuentro con la palabra perfecta. (Sí, manías de escritores). Es el caso de “missing” que se emplea tanto para designar a alguien que está perdido como para indicar que extrañas a alguien. ¿Es lo mismo extrañar que estar perdido? Mi novio me dice que se siente missing al no tenerme a su lado. Yo podría responderle que missing you. Y así…

Desde hace varios meses, mi vida está en una gran pausa que impide responder preguntas sencillas como: “¿cuánto tiempo te quedas?” y “¿qué haces?”. Entonces opto por dar a todos respuestas distintas y consagrarme como la mitómana más adorable de este lado del Pacífico. O contestar: “no tengo idea” y obtener a cambio una expresión que intenta disfrazar preocupación.

No tengo certezas. Pensé venir, arreglar lo que tenía pendiente y volver a Barcelona en un máximo de 90 días, aplicando la misma eficiencia que Mr. Wolf en Pulp Fiction. Pero pronto sumarán 180 días y sigo aquí, como en la canción de Shakira. He pasado por la euforia inicial de reencontrar amigos y lugares. Y he enfrentado también un aplatanamiento que consiste en estar tirada panza arriba y a pesar de que el despertador suene, de que Kitanothekat maúlle queriendo animarme o romperme los nervios, de que los autos de la calle empiecen su bittersweet symphony de bocinazos, yo me resisto a salir de la cama y me cubro con la mantita. En cama me siento triste. Fuera de ella, también.

Y he tenido momentos adrenalínicos cuando sentía que algo salía bien, que quién sabe y se abra una gran puerta, que quién sabe y a lo mejor nos quedamos todos por aquí y ya no regresamos, que quién sabe y todo salga bien, qué quién sabe y mira qué sencillo es todo por aquí: una llamada por aquí y tienes una chambita. Un mail y te llaman a dictar clases. Mensajes con proyectos interesantes. Pura posibilidad. Pero más de lo mismo.

Yo extraño. Tú me extrañas. Y me siento, por ratos, extraña. Extraña suena a entraña, ¿te has dado cuenta?

¿Pero qué extraño? Sí, las personas. Pero no solo a ellas, o su presencia, o su imagen o su olor o su tacto. También las rutinas que compartimos. Los pequeños rituales como los sábados al sol almorzando con cervezas y comentando por qué hemos sucumbido ante el mismo devastador libro o película. O tardes de café en lugares que solo tú conoces porque a pesar de vivir en el mero centro, te las ingenias para encontrar refugios que nos reafirman lo mucho que nos gusta esta ciudad y que sí, debemos seguir luchando porque haremos algo muy muy grande cuando estemos menos agobiadas. O retos locos como conocer todos y cada uno de los bares de Joaquín Costa (¡lo logramos, querida!) mientras intentamos dar respuesta a cuestiones vitales como qué es el éxito, la patria y/o el amor. O enseñarte a caminar sin rumbo y que no te angustie no tener un destino fijo. O ir por las tardes a la parte más alta del barrio mientras paseo a Maggiethedog. O hablar y hablar y hablar con complicidad y cariño mexicanoperuano. O recordar los ritualitos que seguimos antes de ir al cine: caminar siempre rápido porque 2 pisadas mías equivalen a una tuya, ir a la tienda al lado del Renoir a comprar golosinas y sin que te des cuenta mirarte justo antes de que empiece la película, cuando ya apagaron las luces.

Mis entrañas extrañan. ¿Desde dónde se extraña, desde la panza o desde el corazón?

Y saber que, ni bien diga adiós a mis padres y me seque otra vez las lágrimas y cruce los controles de seguridad del aeropuerto y esté ahí, casi solita (Kitanothekat me acompañará en esta aventura de regreso) empezaré a extrañar lo de aquí. Y lo de aquí son mis padres, mis amigos y algunas certezas. Extrañaré gestos, complicidades, códigos, anécdotas que ya cumplen 2 décadas, los “ven a almorzar”, los “en qué andas. Hagamos algo. Pero algo hermoso”, los “vao en bici”. Y saber que ahora tocará vivir así, con un corazón partido, con una mitad aquí y otra allá, donde sea que eso se encuentre.

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Las Perdidas

Una perdida (1987) y otra perdida (1978) hacen Las Perdidas. “Una noche caminando por el Raval le pregunté a Barcelona si me quería. Aún no me responde…”