Vestidos de noche, Yukio Mishima

La Verbena Libros
2 min readDec 14, 2016

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En un soleado día tokiota, mientras recibe a los invitados en una exhibición ecuestre, Akayo acepta la invitación de la señora Takigawa de ocupar su lugar en el palco, sin sospechar sus segundas intenciones: que conozca a su hijo Toshio. Al poco tiempo, los jóvenes están prometidos y Ayako se encuentra entre dos cuerdas que tiran de ella en direcciones opuestas. Como pieza clave en la relación entre madre e hijo, Ayako va descubriendo las grietas en un mundo que parecía perfecto, a la vez que se desvela el verdadero carácter de sus seres queridos.

Vestidos de noche transporta a Japón, pero al que no acaba de querer ser Japón y quiere ser un poco más Europa, viste de Lanvin para montar a caballo y toma té a la inglesa. Permanecen costumbres tradicionales pero se ven como algo estático que ha de permanecer relegado a momentos concretos, como la petición de mano. En ese aspecto, Toshio es un punto fresco de naturalidad frente a la obsesión por lo occidental de su madre.

En este libro, Mishima, faltan amigos, personas en las que Ayako pueda confiar y refugiarse en los momentos de soledad. Y Toshio, y su madre. La familia aparece más como una indicación de lo que se ha de hacer que como un entorno en el que se puede ser uno mismo, con confianza. Es llamativa la soledad en la que viven los protagonistas, que son, a la vez, figuras constantes en la vida social de la flor y nata. Acompañados pero solos, incapaces de compartir, quizá porque nadie les ha enseñado. No puedo leer este libro sin tratar de entender qué ha pasado en el desarrollo de Ayako, de Toshio, de la misma señora Takigawa, que les haga ser tan suyos, estar tan consigo mismos… Por ello, cuando Ayako y Toshio se comunican, cada vez que abren su corazón al otro, es una pequeña victoria. Sobran formalismos, se agradecen los diálogos en los que las palabras quieren decir algo y no solo parecerlo o llenar un espacio de tiempo en un restaurante caro. La otra cara de la moneda es la sorpresa al recordar que la belleza se puede contemplar con pausa. En general, la pausa, todo en este libro, de acción subterránea, es pausado. Una pausa delicada, bella, en una manera de escribir que no te crea adicción pero te hace querer seguir leyendo.

Mishima pone en el contexto de la alta sociedad japonesa los miedos, amores y soledades que cualquier persona puede padecer, creando así un relato humano donde prevalece la lucha por lo que se considera prioritario y se aprende sobre la sinceridad y la franqueza como factores clave en las relaciones.

Belén Halcón

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