Lost in Translation

lezuza
4 min readAug 8, 2021

--

Bill Murray duerme. Acaba de llegar a una de las ciudades más coloridas y efervescentes del mundo, pero está dormido. Es la encarnación arquetípica de la vieja gloria venida a menos. Otra ciudad más. Otro hotel. Las mismas recepciones de siempre. Una agenda meticulosamente confeccionada. Haz esto y aquello. 007 es Roger Moore, no Sean Connery, cretino. Él querría estar sobre las maderas de un teatro, no anunciando un puto momento Santori. Pero está ahí. Atrapado. Sin un ancla emocional que lo mantenga estable. Cumpliendo condena en un hotel y, en consecuencia, en una ciudad que materializa el purgatorio que es su propia vida.

Unas habitaciones más abajo tenemos a la otra pieza del rompecabezas. Coppola siendo interpretada por Scarlett, que en la película se llamará Charlotte. Niñabién abrumada por sus conflictos internos. Atiborrada de Kauffman y Rorty. Borracha de introspección. Casada desde hace dos años con un hombre que no la llena. Y que sirve a Coppola para hacer un paralelismo de su matrimonio con Spike Jonze, del que se estaba divorciando mientras escribía el guion.

Ambos están retenidos en un lugar extraño. Por eso, las luces cuando se encuentran son rojas, evocándonos un semáforo. Una parada entre la cotidianidad de sus vidas y la desesperación del qué pasará después. Cada uno de los elementos que conforman el escenario se convierte en un recordatorio de que están en un lugar que no los quiere ahí. Que no es su sitio. Y por mucho que pidan ayuda, nadie les va a esuchar. Por eso son constantes los momentos de reflexión en los protagonistas. Charlotte se pasa las horas mirando por la ventana, como lo hacía la Major Motoko Kusanagi; buscando respuestas ahí abajo, en un mundo que les es completamente ajeno. Porque, aunque Charlotte no es una cíborg, ambas se sienten presas de sus propios conflictos internos, agotadas por su continua búsqueda de identidad. Y eso las lleva inexorablemente a sentirse solas.

Pero Lost in Translation no trata sobre la soledad. O, al menos, no de forma directa. Lost in Translation es una historia pensada por y para inadaptados. Para los que sienten que no tienen un lugar en el mundo. Con ella, Sofia Coppola no está dirigiendo una película, sino que está describiendo una experiencia: la soledad que produce estar perdido. Y lo reconfortante que puede ser encontrar a alguien que también lo está. No se trata de encontrar una salida. Bob y Charlotte no pueden solucionar los problemas del otro, ni sabrían realmente cómo hacerlo. Porque pertenecen a dos espectros distintos del matrimonio y de la vida en general. Además, saben que su relación tiene fecha de caducidad. Ambos son honestos sobre sus respectivas relaciones. Es obvio que no buscan una relación más íntima, y los dos están conformes con eso. Pero, durante unos días, pueden darse el gusto de recorrer una parte de su viaje vital con algo más que sus propios pensamientos. Dejar de ser “la vieja gloria de Hollywood” y “la mujer de”. Pueden hacer un alto en el camino y disfrutar de la compañía de quien también se ha quedado atrás. No necesitan aprender nada el uno del otro. Solo sentir, aunque sea brevemente, que hay más gente perdida en el mundo.

Lost in Translation es una experiencia. Bob y Charlotte viven la suya cada vez que alguien ve la película de nuevo. Porque a cada uno nos incumbe interpretarla usando nuestras propias vivencias. Por eso no se escucha el susurro final. Tampoco está en el guion. Y no importa realmente; no hay que saber lo que dice, sino lo que significa. En la incógnita está implícito todo el compendio de lecciones que has aprendido durante tu propio viaje.

Cuando se separan, las luces cambian a verde. La ciudad les deja marchar. El tiempo ha terminado. Y quizá no hayas aprendido nada, pero habrás descubierto que no estás solo.

lezuza

--

--