Monocultura

lezuza
3 min readMay 2, 2021

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¿Qué es monocultura? Sal a la calle. No tardarás en encontrarte con un Starbucks, dos carteles anunciando muebles baratos, comida a domicilio, y cuatro nuevos servicios de suscripción mensual. Sal a una calle de Londres y verás lo mismo. Igual que en París. Igual que en México D.F, Osaka o Lisboa. Eso es monocultura.

Está en todas partes y es idéntica. Se traga culturas foráneas, las digiere y las expulsa como bloques de construcción homogénea que encajan a la perfección en el vasto mural blanco de la monocultura. Esto es el presente y nuestro futuro. Esto es lo que queremos. Monocultura es decir adiós a tu cafetería de confianza. El de las ristras de pimientos secados en la barra y una fotografía con la alineación del España-Malta del 83. El de los cuatro viejos jugando al dominó. Ya te haces una idea.

En su lugar han plantado un deshumanizado, prepotente, globalista, mutante y elitista Starbucks con su nuevo café cien por cien ecológico y libre de cagadas de rata. Kurosawa nos lo advirtió en Yojimbo; que es mejor una vida larga comiendo gachas en la aldea, que perderla en la reluciente ciudad transmetropolitana puestos hasta las trancas de siglo XXI.

La multiculturalidad nos ha traído las mismas violaciones grupales de Somalia, y las mismas guerras tribales de Kabul. A cambio, solo hemos tenido que sacrificar todo lo demás.

La monocultura es tener que soportar la misma propaganda política que un tipo de Wisconsin, pero con los problemas reales de un barrendero de Albacete. Da igual que tus problemas se resuelvan aplicando los consejos que te daba tu abuelo. Si una CEO Community Influencing Policy-Maker, tan recién salida de los hornos de las universidades woke de la costa Este que aún huele a panecillo, te dice que tu empresa tiene que cumplir todos los Quick Wins, pues te callas y lo aceptas. Porque tú eres tu propia marca, amigo. Da igual si cobras setecientos euros al mes y vives en un piso que hasta las cucarachas han descartado en Fotocasa. Tienes una wifi de seiscientos megas y un móvil de mil euros. Además, gracias a ese internet, tienes acceso a un amplio catálogo de series en el que, por un módico precio de quince euros al mes, te enseñarán todo lo que haces mal, y lo mucho que tienes que deconstruirte aún si quieres formar parte de la nueva sociedad. Y pagar porque te reeduquen es… muy bien, lo has adivinado, monocultura.

Cuando voy por la calle, miro en busca de los últimos cafelitos insurgentes repeliendo a las fuerzas invasoras. Como talibanes en las montañas. Con misiles caseros en forma de carteles que rezan “caracoles buenismos” y “hoy no se fía, mañana sí”. Algún día no estarán ahí. Algún día me levantaré para tomar un café y una señora me preguntará el nombre para escribirlo en un vaso de cartón.

Pero todo esto debe gustarnos. Porque tuvimos elección. Es nuestro dinero el que permite que florezca la cultura comercial. Si no quisiéramos vivir así, podríamos haberlo cambiado en cualquier momento, no lucrando a los perpetradores de este lupanar capitalista. Pero no seamos hipócritas. Nos gusta. Nos dejamos deslumbrar por las enormes luces de neón de una sociedad que ya no se ejercita inventando nuevas pasiones como un reptil de bajas palpitaciones. Queremos que nos sigan enchufando en vena capitalismo sin cortar.

Así que celebremos saliendo y pidiendo un McMenú extra de queso con patatas deluxe de regalo, con el código descuento de Uber.

lezuza

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