Emancipación bastarda

Sònia López
7 min readOct 13, 2016

--

Mientras pienso en cómo demonios escribir algo decente sobre todo esto a lo que llevo dándole vueltas quizás desde hace ya un par de años, me doy cuenta de que abordar el tema desde lo musical, mi intención inicial, es absurdo. Yo quería hablar de la aportación de Beyoncé y Rihanna a la autoestima de millones de personas, esencialmente mujeres jóvenes, gracias a la inserción de mensajes feministas en el mainstream de la escena de la música pop, R&B y próxima al hip hop. En un principio, fragmentos de letras como la de Flawless de Beyoncé o Consideration de Rihanna, ilustran bastante bien mi propósito. Pero ha sido empezar a darle forma por escrito, y de repente parecerme un argumento pueril y facilón.

En cambio, la necesidad de contar algo persiste, así que recupero el preciso momento en que dos figuras como Beyoncé y Rihanna despiertan conscientemente mi interés. Y en mi universo personal ecléctico y omnívoro, eso ocurre cuando las traspaso de la categoría de estrellas del pop a la de iconos del pop. Iconos, personajes, arquetipos (quizás?) con alcance multudimensional. Porque me doy cuenta de que en realidad, lo que me interesa de su trabajo no es tanto su música o sus directos, como sus vídeos. Their pieces of art, tal y como ambas los llaman. Beyoncé y Rihanna como legítimas artistas?

Podrías pensar que voy a hablar del sobreatendido Lemon de Beyoncé, un trabajo hiperbólico con el que creo que ha perdido toda la credibilidad que se había ganado a pulso con el trabajo anterior. Me refiero al álbum llamado simplemente Beyoncé (2014), con el que sorprendió a todos al lanzar el disco a la vez que una playlist en YouTube con todos los vídeos que iban a rodarse para ese álbum, lleno de temas muy buenos que suenan muy poco a Beyoncé. O mejor dicho, que suenan a una nueva Beyoncé. Sin duda a una muy distinta a la del Single Ladies tanto en forma como en contenido.

Beyoncé en Single Ladies (2008)
Beyoncé en Flawless (2014).

De manera sutil pero recurrente aparecen temas mucho más maduros y comprometidos — en una escala mainstream — de los que hasta el momento la artista solía abordar: la discriminación de la mujer, la condición de negritud, la dureza de conseguir el éxito y de sobrellevar la fama, los celos, la soledad. En un visionado atento, se encuentran leit motiv a lo largo de los vídeos, pistas que aparecen para darnos a entender que vale la pena valorar la obra en su conjunto, que se trata de un poliedro. Que hay una narrativa y que estamos invitados a descubrirla más allá del single, de la unidad, de la navegación sugerida de YouTube.

Los vídeos principales están firmados por Jonas Åkerlund, que fue también director del impresionante Télephone (2009) de Lady Gaga en el que Beyoncé colaboró ofreciendo un bis algo artificial en el contexto de su trayectoria. La diva negra encogía ante la artisticidad performativa de una Lady Gaga, como siempre, completamente desacomplejada y bajo control de la situación artística y corporal. Pero a pesar de la precaria resistencia de Queen B al torbellino platino, esa colaboración fue para Beyoncé mucho más provechosa que para su amiga rubia.

Telephone, 2010

B atisbó que ser una artista y mantenerse en lo más alto de la industria es posible, que tocar lo artístico desde el mainstream es posible. Y si bien esto está completamente asumido desde hace décadas para las divas blancas (pensemos en Madonna ), y para los divos negros (Jackson o Prince), era un terreno vetado para las mujeres negras. Beyoncé con poder y medios a su disposición, da con Beyoncé (2014) sus primeros pasos para ejercer el control de una narratividad compleja. Así que me imagino la conversación de Beyoncé con su director de comunicación: “Quiero a Akerlund, él sabrá captar lo que tengo en la cabeza, lo que quiero explicar con esto. Y quiero que todos los vídeos salgan a la vez, me da igual que digas que no favorece la promoción de los singles. Funcionará”. Seguramente esta conversación nunca tuvo lugar, pero lo que cuenta es que Beyoncé sale de su zona de confort y pone su poder y su pasta al servicio de contar el cuento de su propia emancipación como artista y si me apuras, como mujer. Emancipada de sus padres (él productor musical, ella diseñadora de moda), de ser una eterna niña prodigio, de su marido, de su antiguo productor musical, de las etiquetas de la industria, de una parte de su propio público… Una nueva Beyoncé que se muestra compleja, muy sexual y al mando, negra, próxima, algo solitaria y a veces triste. Pero que toma sus propias decisiones. Y la emancipación de esta mujer, triunfal y diosa, es un mensaje potente. Llega a millones de chicos y chicas que se aprenden de memoria letras como:

They love the way I walk
’Cause I walk with a vengeance
And they listen to me when I talk
’Cause I ain’t pretendin’
It took a while, now I understand
Just where I’m going
I know the world and I know who I am
It’s ‘bout time I show it (ahh)
I’m a grown woman (grown woman)
I can do whatever I want (I can do whatever I want)
I’m a grown woman (grown woman)
I can do whatever I want (I can do whatever I want)

Grown Woman,, 2013

Grown Woman, 2014

Negritud, africanidad, códigos para una nueva diva. Pero si Beyoncé es una diosa, Rhianna es un ángel.

Rihanna siempre me había parecido un producto comercial sin interés, me sonaba a ya oída, a ya vista, de una fragilidad prefabricada e inverosímil necesaria para las fantasías del público potencial. Hasta que un día doy con el vídeo del desfile que hizo con Victoria’s Secret. En concreto el que interpreta el tema Fresh Out the Runaway. Rihanna ejerce el rol de maestra de ceremonias de mujeres extremadamente bellas que se pasean en ropa y atrezzo imposibles con absoluta dignidad. Rihanna las alienta, les da ritmo, se las come con la mirada, compite con ellas desde su feminidad teñida con testosterona. Domina el desfile. El ángel oscuro pone la zancadilla a los ángeles estereotipados, robándoles la atención del público, seduciendo con su agresividad altamente sensual y femenina. Entre ángeles blancos, ella impone su presencia sin apenas pestañear.

Rihanna debe haber oído millones de veces que tiene cara de ángel, que con esa cara se puede se puede triunfar, ganar mucha pasta. La industria se vuelve voraz con alguien como Rihanna. Una gallina de huevos de oro a la que no se le permite ninguna traza de individualidad. Y en su mirada y en su manejo del cuerpo está gritando que está harta de eso. De ser prisionera de esa imagen exótica y sensualmente agresiva que lo nubla todo, que la cosifica fuera de su propio deseo. De sus temas facilones, de sus vídeos tontorrones. Porqué esto no es Milli Vanili. Para nada. Así que démosle una oportunidad al polémico vídeo Bitch You Better Have My Money. Yo lo he visto varias veces y aún no sé como tomármelo. En él se ejerce una violencia extrema sobre una mujer secuestrada por Rihanna y dos compinches. Los hombres que aparecen en el vídeo aportan todavía más agresividad reservando a las mujeres la suerte de ser traseros apetitosos. Pero la violencia, que llega a tortura incluso, se combina con una siniestra integración de la secuestrada en la farra de las villanas: drogas, música, alcohol… En algún momento se desibuja el límite entre el sufrimiento y el placer en una fiesta que adopta el arquetipo de la fiesta masculina llena de excesos. A medida que se acerca el final, entendemos que Rihanna es un sicario del marido de la víctima, responsable final de la violencia ejercida y que para colmo, no paga su deuda con el verdugo. Ella, al constatar el timo, sin dudarlo, le asesina al estilo Dexter. El vídeo lo cierra una imagen inquietante de Rihanna, bañada en sangre ajena y seca, alejándose desnuda de la escena del crimen. El ángel exterminador.

Rihanna y Beyoncé son productos de la industria. Una industria que durante un tiempo las ha manejado a su conveniencia. Ya he hablado de la emancipación triunfal de Beyoncé operada desde la élite de su clase, desde una posición privilegiada, arropada por muchos elementos y referentes a pesar de sus dificultades. La de Rihanna es en cambio una emancipación seguramente inconclusa aún, que se enraiza en el pasado de una infancia mucho más hostil que la de B. Pero psicologías caseras a parte, ahora es una mujer adulta que controla su cuerpo, su sexualidad, pero que necesita revolverse enérgicamente para reivindicar su credibilidad artística y un nuevo rol. Rihanna busca emanciparse de la industria blanquecina, de los hombres planos que aparecen en sus vídeos, de los fans que la critican en las redes cada vez que se aleja del producto que ella misma es. Rihanna lo tiene más complicado que Beyoncé. Rih Rih persigue la emancipación desde su mestizaje, desde su naturaleza caribeña, sin pasar por el referente de la diosa, de la diva blanca, del pedestal. Su contramodelo se situa en el fango, en lo repugnante, en la lucha cuerpo a cuerpo. Se trata de una emancipación bastarda, mestiza y hacia un horizonte desconocido.

I got to do things my own way darling
Will you ever let me
Will you ever respect me? No
Do things my own way darling
You should just let me
Why you ain’t ever let me grow?

Consideration, ANTI, 2016

--

--