El tren bala dentro del tren bala: la IA como transformación

Prodigioso Volcán
3 min readApr 12, 2024

Por Carmen Torrijos

Uno de los comentarios más habituales cuando aparece en la conversación alguna nueva capacidad IA es que “todo va muy rápido”. Es una sensación constante y con capacidad suficiente para generarnos por igual emoción y expectación, ansiedad, FOMO y fatiga. La aceleración de la IA generativa en los últimos tres años es prácticamente imposible de seguir, porque no se trata solo de capacidades tecnológicas nuevas, sino de acostumbrarnos a que la tierra vibre cada poco tiempo bajo nuestros pies: movimientos estratégicos de grandes tecnológicas, intereses económicos independientes de la tecnología real, políticas y geopolíticas que vienen de lejos, nuevas regulaciones que no responden al presente y un imaginario colectivo que piensa en una IA que no existe.

Si, además, este cóctel de emociones te encuentra en el contexto de una empresa de transformación, con un ritmo más parecido al fast-paced que al slow-paced, es posible que te sientas como nadando en un mar de lava. La adrenalina nos mueve a veces tan rápido que hemos tenido ideas brillantes para tecnologías que aún no estaban a la altura, o hemos estado a punto de invertir en algo que pocos días después ya no tenía sentido. Las planificaciones han saltado por los aires y el proyecto del año se nos ha convertido varias veces en el proyecto de la semana, resuelto en pocas horas por una herramienta no-code que alguien pasaba en un chat. En cambio, muchas otras cosas sí las hemos pensado a tiempo, en ese momento justo en que la tecnología llegaba y nos permitía saltar al tren en marcha. Resulta que somos más flexibles de lo que creíamos, y que el viaje por el viaje siempre ha merecido la pena.

Un añadido incómodo a toda esta mezcla es que los sistemas de IA se entrenan con datos, y los dilemas que plantean estos datos, su naturaleza y su procedencia, no son sencillos. Medios, profesionales y empresas dan bandazos buscando una coherencia imposible entre valores y negocio, eligiendo uno u otro lado, pactando, cambiando de opinión. No podemos dejar de usar una tecnología con un potencial creativo así, porque nos amplifica y extiende nuestras capacidades, nos hace mejores. Pero a la vez vivimos en Europa y nos preocupan los derechos de autor, la propiedad intelectual de los artistas, la privacidad y el bienestar de las personas. A veces la respuesta más honesta que podemos dar es que nosotros también navegamos en el dilema.

Entre tanto, en medio del ruido hemos descubierto que la transformación cultural que supone empezar a aplicar los sistemas IA te lanza a través de un camino inexplorado, que está lleno de incertidumbres pero que -afortunadamente- no nos deja volver atrás ni un paso. Al tener que mirar hacia delante, hemos revisado nuestros propios procesos, hemos cuestionado verdades fósiles y estamos, de alguna manera, rediseñando el recorrido del tren bala. Algunas tareas desaparecen o cambian no solo porque las hagamos con IA, sino porque quizá ya no tenían sentido. Lo llamativo de integrar una herramienta esconde el auténtico valor del proceso, que es considerar nuestro trabajo desde otra perspectiva.

Podemos decir que tener que adaptarnos a la inteligencia artificial nos ha venido bien, que una revisión de lo que hacemos tan transversal como esta es positiva para cualquier organización. No estamos aprendiendo a utilizar la IA, sino a surfear una ola de innovación y cambio. Cuando llegue la siguiente, nos acordaremos de este camino. Y todo será más fácil.

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