No fue «romanticismo», fue una estupidez

Esta historia pudo terminar muy mal

Loy Salazar
EÑES
3 min readJan 23, 2018

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El tipo paró el carro a la par mía, en plena calle, a las 7 de la noche. No había nadie cerca. Estaba oscuro. Me dijo: «¿Cómo se llama? Siempre la veo por aquí y he querido preguntarle su nombre y pedirle su WhatsApp». Me quedé paralizada, esperando que algo malo pasara. Uno piensa que está preparado para reaccionar ante este tipo de situaciones, pero todos los planes que había formulado en mil diferentes escenarios me abandonaron en ese momento.

Como pude le contesté a señas que no. Entonces extendió la mano y me ofreció un papel con su nombre y un número de teléfono. Murmuró algo como «que le escriba, que quiere conocerme, que le gusto mucho…». Yo me di la vuelta y retomé mi camino. Por suerte ya estaba cerca de casa.

‘A merry jest’.

Llegué apresurada, azorada, desentonada. Llegué pensando que de verdad me había librado de algo peor. ¿O estaba exagerando? A lo mejor se trataba de una persona interesada en conocerme. Quizá esa fue la única oportunidad en la que tuvo valor de abordarme. Sí, su forma de proceder no fue correcta, pero no me hizo ningún daño. Pudo ser una buena idea mal ejecutada. Esas y otras justificaciones para lo que me había ocurrido se me cruzaron por la mente. Empero, esa sensación de abatimiento no me dejaba. Alguien me hizo sentir expuesta y vulnerable. Eso no fue «romanticismo», fue una estupidez.

«Suena a esas historias que le pasan a otras personas, donde conocés al hombre de tu vida por casualidad. Si estuvieras en otro país, ahorita estuvieran tomando café y hablando de la vida», me dijo una amiga. «Suena a esas historias en las que te secuestran y nadie vuelve a saber de vos», pensé.

Honor a la verdad, nunca sabré si ese hombre tenía buenas intenciones. No estoy dispuesta a averiguarlo. Nunca sabré si estuve en riesgo de que me pasara algo. No hay forma de saberlo ahora. Lo que sí sé es que en vez de ganar salí perdiendo. A lo mejor físicamente no me pasó nada, pero ya no puedo caminar del trabajo a la casa, como solía hacer, porque ahora tengo miedo. Perdí esa relativa seguridad y la calma que me daban esos minutos al final de mi día.

Me da tristeza, rabia e impotencia porque así es como nos vamos aislando unos de otros y nos metemos entre portones, paredes y rejas. Así es como se refuerza que «adentro es seguro» y «afuera es peligroso». Por esto nos repiten desde pequeños que «no debemos hablar con extraños». Y aunque siempre he objetado esto último —porque de encuentros y pláticas con extraños también se aprende mucho—, esta vez sí lo tomé en serio.

Que sirva este breve relato para ilustrar lo que no se debe de hacer si se está tratando de conquistar a alguien y, sobre todo, para llamar nuestra atención sobre la verdadera necesidad de prepararnos física y mentalmente para afrontar este tipo de situaciones. Que no nos paralice el miedo.

Lección aprendida.

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