¿Qué tal si hablamos del suicidio?

Luis Salazar
3 min readJun 10, 2018

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Tal vez ya sea hora de que hablemos del suicidio. Mi mamá contaba que un compañero de trabajo se derrumbó en el piso de la oficina con el teléfono en las manos. Lo llamaban de su casa, su hijo mayor, aún en edad escolar, buscó una cuerda y le dijo a su hermano pequeño: no se asuste, luego vienen las ambulancias y me salvan. Es la primera imagen que me salta cada vez que alguien toca el tema.

¿Qué tiene la vida que puede lograr que queramos acabar con ella? Tiene mucho, la construcción personal está determinada porque siempre optemos vivir, pero vivir bajo determinadas condiciones. Hay quienes están dispuestos a vivir sin techo, a vivir sin alguna extremidad, a vivir en cama. Hay quien no está dispuesto a vivir con menos de lo que vive en este momento. En cada uno de esos casos la condición mínima es tan abstracta como masticada, pero es la única en la que se puede sostener la privación: la esperanza.

La esperanza también es una construcción. Cuando estamos encerrados en un cuarto donde parece no haber esperanza siempre buscamos una puerta, algunas veces abrimos esa puerta y hay otro cuarto exactamente igual. Pero sigue siendo nuestro cuarto, a veces con abrir un poco las cortinas se ve distinto. A veces hay que seguir abriendo puertas.

Pienso en aquel chiquillo y en el cuarto en el que se sentía atrapado. La impotencia de no saber si habían nuevas puertas.

Es noticia la muerte desafortunada de adultos, célebres, creativos, capaces de imaginar y construir de cero nuevas puertas y nuevos cuartos. No me atrevería jamás a decir que les faltó talento, que les faltó descubrir formas creativas de estar vivos. Seguramente ya lo habían intentado muchas veces.

A veces ese cuarto es todo lo que tenemos.

A veces se ocupa que alguien entre al cuarto. Seguramente nadie podría hacer una puerta por nosotros, seguramente no la atravesaríamos ni aunque nos la abriera.

Se me ocurren un par de palabras oportunas: Así que este es tu cuarto. He tenido cuartos similares, siempre hay pena y vergüenza en estos lugares.

Sacaría un juego de mesa. Me dejaría ganar a la primera. Haría chistes sobre cómo me dejé ganar a la primera.

No, no te puedo sacar de acá. No sabría cómo, pero me puedo quedar un rato. Cada uno se las tiene que arreglar para salir, toma tiempo y un líquido que sale de las visceras, le dicen esperanza. Es cierto, la vida no tiene sentido. Por eso uno tiene que buscarle alguno.

Le recordaría tiempos peores, le recordaría tiempos mejores. Y tal vez, hablar de lo único que no nos atrevemos a hablar.

Si te quedás acá vas a terminar matándote. Las paredes se pueden ir haciendo más pequeñas. Confío en que vas a encontrar la manera. Y no, seguramente no va a ser un chispazo de suerte, y no, seguramente no va a ser un momento épico ni memorable. Y no, el siguiente cuarto seguramente no va a ser una cabina junto al mar.

Cuando las puertas ya no abren no se le puede apuntar más a las paredes y el cerebro opta por apuntarle a lo que parece ser la raíz del dolor. A sí mismo.

He hablado con personas que han intentado suicidarse. Pero nunca con alguien que anuncie que piensa hacerlo. Supongo que le diría algunas de estas cosas. Supongo que esa persona es la que pinta el lienzo y uno solo puede acercarle algunos colores. Cada quién se sostiene de lo que puede.

Recuerdo una vez que venía saliendo de bañarme, me tapaba solo el paño con el que me sequé. Alguien muy molesto conmigo gritaba y le respondí, cuando vi que era inevitable que me pegara con el puño en la cara, tuve que decidir entre cubrirme y dejar caer el paño o continuar tapándome.

Oíme, dentro de todo lo idiota que puede ser el mundo, se las arregla para darnos una luz. A veces es una luz ridícula, pero es una luz. Y sí, te podés reir de ella también. Que sí, que también hay dignidad en eso.

La esperanza a veces tiene forma de puño, la dignidad a veces es 50% polyester y 50% algodón. Hay momentos, como aquella vez, que estando en el piso, todavía me sostengo con todas mis fuerzas de ese paño.

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Luis Salazar

pasé por lo mismo que todos con la ventaja de no haber aprendido nada