la torpeza
Por todo lo no diseñable, por todo lo no controlable.
22 de Agosto de 2022
Todo empieza cuando sabemos que no sabemos, cuando en un momento de sorpresa celebramos nuestra ignorancia, no la escondemos. Ya está bien.
Quizá sea peligroso hablar así de la ignorancia en un momento en el que hay mucho dicho en torno a culturas y sub-culturas de lo rápido, de lo no digerido y de lo que no necesita tiempo de procesado que suponga esfuerzo alguno. Desde contenidos digitales a letras de canciones y todo el abanico de cosas en torno a las que hoy se acumulan opiniones sobre la “cultura de la ignorancia” e incluso de la “celebración de la incultura”, alguien habrá que hable también de analfabetismo, seguro…
Pero, para lo que quiero que ocupe este rato de escritura, la ignorancia es la gatera por la que entrar a un campo fantástico de estudio, entretenimiento, aprendizaje y, sobre todo, desestrés, irresponsabilidad y enajenación, como es
la bendita torpeza.
La torpeza es frustrarse por no coger el ritmo, por no vibrar en el momento.
Así la veía yo, considerando la torpeza como la detonante de la frustración que aparece en cada uno de nosotros cuando nos damos cuenta de que no hemos llegado a alcanzar el entendimiento en algo que tenemos delante, de que nos hemos quedado cortos. Pensaba que un problema serio y radical para la humanidad era la arritmia, la gente arrítmica, la que no sabe, a términos generales adecuarse al compás de su contexto, incluso de su vida, o algo así… Que el hecho de no tener la habilidad para entrar en sintonía con el afuera era una torpeza reprobable que afectaba a todo aquel incluido en ese “afuera”. Entonces también pensé: “Nada más divertido que una persona arrítmica en una pista de baile”. Y con ello: “Para ti es arrítmico, pero para la persona que llega tarde al golpe del chastón con su movimiento de cadera puede que sea natural. Está bailando, y lo hace a su manera.”
La torpeza es dejar pasar.
Una puerta abierta a empezar a entender la torpeza como un aprendizaje individual valiosísimo se abre. En el gesto más “antiestético” de una persona intentando acompasar el meneo de su cuerpo al ritmo de una música que le gusta, subyace la actitud más estética. Un código convenido y pre-impuesto, tal como le han enseñado que se baila, al que esa persona intenta realmente acogerse pero no sabe cómo, no llega. Y en el proceso de intentar adaptarse surge el punto de rotura determinante entre la torpeza como frustración y la torpeza como “es lo que hay”; La que aquí nos interesa.
Porque ser torpe, es siempre empezar por imitar, intuir la ejecución de algo que aún no nos pertenece como habilidad, desde la referencia más cercana que tengamos de ese algo, incluso si viene de otro contexto. Esto es lo que genera frustración, el hecho de marcar un modelo aspiracional a reproducir y verte fuera de tu zona de confort al intentar igualarlo. Vamos a dejarlo pasar. Sabemos que va a ser frustrante no saber, no poder, pero, al menos, podemos empezar a reconocer en ese momento de incomodidad y falta de capacidad de reacción cuando te ves torpe, un paso a otro nuevo horizonte de auto-aprendizaje: lo impropio, como aquello que aún no alcanzamos, pero que no tenemos que tener prisa por alcanzar.
La torpeza es dejarse sorprender, sentirse desubicado por un instante, sin habla, y saber disfrutar de ello.
Puedes ser curioso por naturaleza, pero no puedes pretender saberlo todo. Puedes querer roturar todas las tierras que seas capaz de alcanzar, pero nunca encontrarás consuelo o límite si no entiendes el barbecho.
Entramos así en el territorio del ego, de lo cuantificable y acumulable, de lo capitalista al fin y al cabo, y seguramente de la diligente masculinidad herida que enmaraña nuestras ideas y nuestra cultura sobre el progreso, el crecimiento y el aprendizaje como un continuo “querer llegar a ser”, propias de quien no sea capaz de aceptar nunca la increíblemente facilitadora vulnerabilidad que supone sentirse torpe.
Aunque torpe se es sólo un instante. Lo que viene a continuación es siempre, de golpe, ignorancia. Y ahí sí, celebrarla.
La torpeza es un grado de libertad exclusivo de algo que no debe evolucionar.
Creo que hay incluso un matiz distintivo importante entre aceptar y celebrar nuestra ignorancia. Y tiene que ver con el grado de protagonismo y con ello de libertad que le demos a la torpeza. No podemos pretender masterizar la torpeza, ser expertos en ella. Aceptarla es identificarla, recibirla, no obsesionarse con ella y seguir con tu vida. Celebrarla corre el riesgo de darle más importancia de la necesaria, ponerla en boca de todos y que empiece a devaluarse por haber sido descubierta. Eso no quita para que, como las señoras del vídeo de la introducción, sí nos permita reírnos un poco de la vida.
No podemos diseñar la torpeza, no podemos controlarla. (Esto vale como petición y como verdad irrefutable seguramente). Incluso hablar de “la torpeza”, estar sentando palabras sobre ella ya es seguramente un error en sí mismo por querer controlarla y definirla con un cierto código de entendimiento (el mío en este caso). Este fenómeno ocurre mucho ahora con esos conceptos que tendemos a hormonar entre todos (hiperinflación léxica). Al descubrir su valor potencial, les ponemos una diana en la frente para facilitar que alguien se dé cuenta de que pueden hacerse de algún modo rentables, si tan enriquecedores puede resultar para una persona. Esto me da miedo real. Así que acaba de leer esto y quémalo.
Por contradictorio que parezca, seguimos en todo esto hablando de una sensación, la de sentirse torpe, que, a efectos prácticos y aplicado a la realidad, puede seguir resultando muy frustrante para la mayoría de nosotros, y eso no cambia por hablar de ella de otra forma en cuatro líneas. Pero quizá se trate de aprender a convivir con la torpeza, y de esta forma aceptarla, para convertirla en fuente de recursos y no en una incomodidad transitoria, en una herida mal curada.
La torpeza es la pieza que me falta, que me aporta el otro.
Sé torpe y deja serlo. Este es el reto que queda en realidad, por el que es tan peligroso, como en muchos otros casos, hablar a voces de la torpeza como un diamante en bruto que acabe explotado hasta la saciedad. Extensible a muchas otras realidades que continuamente “damos por hecho” porque es la única forma subliminal que tiene la vida de preservar su espíritu, su valor incalculable, latiendo a la sombra para no ser descubiertas, perviviendo en lo cotidiano, en lo intrascendente.
La torpeza es el rumor audible de un reto común de convivencia, es un punto de encuentro inicial del que sólo puede partir un cruce de caminos hacia un mayor nivel de entendimiento mutuo, empatía, respeto, cariño e incluso cuidado. En el momento en que podamos cedernos mutuamente nuestros propios espacios de torpeza empezaremos a deconstruir. Mejor, a reconstruir, que buena falta nos hace.
La torpeza no se programa, no se reserva, no se espera, la torpeza es y ocurre, quizá solamente tengamos que aprender a verla venir e intuir a dónde nos puede llevar. Pero el ejercicio de “darse cuenta” de que un momento somos torpes, vulnerables, ya es un aprendizaje en sí mismo que puede modificarnos. Usémosla con responsabilidad para poder sentirnos libremente irresponsables cuando la torpeza nos sorprenda, para permitir que la otra persona se sienta torpe también, y pueda encontrar la pieza que le falta en nosotros o, cuando menos, celebrar con nosotros que no tiene ni idea de dónde demonios encontrar esa pieza.
De nosotros depende que no acabe surgiendo tractatus ni convención alguna en torno a un código estético sobre “cómo ser torpe” (seguro que viene de camino). Si sucediera, parecerá que se acerque un posible final de todo esto y, sin embargo, muy seguramente ahí empezará la búsqueda de otro término que haga levitar los posibles futuros del ser humano hacia vías incontrolables por todavía conservar grados de libertad real, donde perdure lo espontáneo, lo contra-intuitivo, lo orgánico, lo ingenuo, lo incorrecto, lo infantil, lo nunca escrito pero que siempre pasó por tu cabeza…
Yo no te estoy diciendo que seas torpe, si ya lo eres. Nuestra naturaleza pasa por serlo en algún momento o en otro recurrentemente. Sólo te digo que también:
La torpeza es un “no te preocupes”.
Gracias y hasta pronto.