Las palabras de la luna

María Pozå
4 min readMay 4, 2024

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Cuento

Photo by Javardh on Unsplash

En navidades los niños habían vuelto a pedir las mismas tonterías de siempre, juguetes, muñecas, videoconsolas y carbón dulce. Marta, como de costumbre, había pedido, otra vez, algo estrambótico. A lo largo de sus doce años había ido coleccionando objetos de lo más extraño. Su cuarto parecía el laboratorio de un astrónomo, tenía telescopios y mapas de las estrellas y constelaciones por el techo. En la mesa de estudio había lupas, microscopios y probetas como si fuera el laboratorio de un científico loco. También podría pasar por biblioteca toda la pieza, pues coleccionaba libros de todo tipo y los ordenaba de diferentes maneras según se sintiera, a veces estaban simplemente apilados por temas y, otras veces, en riguroso orden alfabético. De lo que menos había en su habitación era de las típicas cosas de una niña de su edad como maquillaje, fotos de ídolos musicales o ropa.

Ese año quería un diccionario de finés. No era la primera vez que quería uno, los tenía de inglés y francés, que eran los idiomas que estudiaba en la escuela, y también de sinónimos, otro de imágenes y otro de antónimos, pero lo del finés nos dejó pasmados, no conocíamos a nadie que estuviera ni remotamente relacionado con ese país que nos quedaba tan lejos de nuestras tropicales latitudes, pero como era típico en ella, no dio explicaciones de para qué lo quería y tampoco quisimos indagar más. Claro que, no fue fácil encontrarlo, pero gracias a la visita de una tía lejana, que venía de España, pudimos pedirle que lo comprara a través de esa empresa que llegó a tener el monopolio de casi cualquier producto en venta en los países del primer mundo.

Llegaron las vacaciones de verano, que en este lado del mundo van seguiditas de las de navidad y coinciden con el final de la temporada de lluvias, por lo que podíamos salir a pasear por la playa en las noches, sin miedo a que nos cayera un aguacero. Aquella noche de luna llena Marta dijo que tenía otros planes y se fue en la bicicleta hacía el lado opuesto de la playa por donde vivíamos. Nos dijo que se iba con Tim, su amigo inglés.

Tim llevaba poco tiempo en el pueblo, y era un año mayor que Marta, hablaba un español rudimentario, se atascaba en las palabras más fáciles, se empeñaba en cambiarle las terminaciones a los verbos y entonaba hasta las palabras llanas con un acento tan suyo que no se sabía de dónde provenía, pero tenía voluntad férrea y siempre trataba de comunicarse en el idioma del país que sus padres habían elegido para cambiar de vida.

Llegaron a la playa y dejaron las bicis parqueadas contra un árbol, sin atar, buscaron un lugar más o menos alto y plano entre las rocas que separaban las dos playas; extendieron una manta y Marta sacó el diccionario de su mochila y, a su vez, de la bolsa de plástico con la que lo había protegido de la botella de agua sudorosa que siempre llevaba consigo. Puso el diccionario entre ella y su amigo, abierto por cualquier página.

La luna esa noche estaba especialmente potente, desde su posición podían ver casi toda la playa, la espuma de las olas que rompían suave en la orilla y el aro rojizo de la luna perfectamente dibujado, entonces las palabras empezaron a emanar del diccionario, flotaban en el aire unos momentos, como motas de polvo, delante de los ojos de los dos amigos y se elevaban, como si fuera una columna de humo que llegaba hasta la misma luna.

Al cabo de un rato las hojas del diccionario habían quedado en blanco completamente y los chicos estaban rodeados de letras que giraban a su alrededor, algunas se habían unido por azar formando frases enteras de obras célebres de la literatura, a la altura de la cintura de Tim se podía leer claramente: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre…” y encima de la cabeza de Marta unas letras se habían unido en extraña comunión para formar un nombre familiar: “ äällende”, otras no decían nada en absoluto, nada que pudiera entenderse desde fuera, al menos. Adentro del círculo de palabras y letras variopintas, Tim y Marta hablaban tranquilamente sobre coger el bote del padre de él y salir a dar una vuelta al día siguiente, en un perfecto finés.

Para el año que viene, iba a pedirse uno de ruso.

Este cuento surgió de la actividad llevada a clase con mis estudiantes Stijn y Dhenya. Tras leer y analizar algunos aspectos del cuento La luz como el agua de Gabriel García Márquez, la tarea propuesta consistía en crear un cuento con algunos elementos del realismo mágico y, además, empezar el cuento con la misma frase que el de García Márquez. Este es el resultado por mí parte. Puedes leer también los suyos en sus perfiles de Medium, si es que algún día los publican, pues eran muy lindos cuentos: https://medium.com/@jfkcvsmf y https://medium.com/@dhenya.mmr

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María Pozå

Mother, daughter, surfer and language teacher. I write in Spanish about life and stuff that is just important to be told for me, and maybe also for others.