Aún así, escribe

Mariana Limón Rugerio
6 min readAug 13, 2019

Este texto es una despedida. Este texto es un recordatorio. Este texto es para las que escribimos.

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Te harán dudar. «¿Y esta tonta por qué se atreve a escribir?», «es una pendeja sin talento», «quiere ser periodista, pero está hueca, siento que solo se quiere casar y ya», «no escribe, eso no es escribir». Te harán dudar mucho. «Le dieron esa pasantía por palanca», «no va aguantar dos meses en ese trabajo», «es pura pantalla, se vende bien pero en serio, es tonta». Te harán dudar tanto que a veces te lo creerás. «¿Talento? No, ha tenido suerte», «solo consiguió un trabajo en CDMX y cree que por eso es buena», «güey, no es tan difícil lo que ha hecho», «cualquiera puede escribir mejor que ella, hasta un niño de primaria», «si me publicaran, haría mejores reportajes», «pinche morra fresa con suerte», «es porque es blanca», «¿se habrá cogido a alguien?».

Pausa. Respira. Respira bien fuerte: inhala, sostén el aire en tu estomago y suelta. ¿Necesitas llorar? Llora, suéltalo.

Duele. Duele porque esas voces críticas, crueles y mentirosas son la verbalización de un miedo personal muy profundo. Duele porque escribir no es un pasatiempo. No, es tu vida, es casi como un latido, es pasión, es destino, es brújula, es método (tu método), es intuición. ¿Será tu alma? A veces crees que sí. Escribir son tus huellas dactilares golpeando el teclado y construyendo algo muy íntimo, muy tuyo. Duele porque escribir es vulnerarte y hay quienes decidirán transgredir esta vulnerabilidad. Y serán crueles, mezquinos, violentos. Te van a destrozar.

Aún así, escribe.

De nuevo: aún así, escribe.

Escribe, siempre. Encuentra ese hilo de voz perdido en medio de estas voces, ese susurro que es solo tuyo. Publica y una semana después odia lo que publicaste. Publica y permite que te editen hasta el punto final. Publica y evoluciona con tus letras. Navega entre sustantivos, adjetivos, adverbios y signos de puntuación. Descubre que no sabes nada, que el lenguaje es un misterio indescifrable. Decide intentar descifrarlo. Deja que las letras te revuelquen, te guíen, te enseñen; deja que te seduzcan, te quieran y te odien.

«Es malísima», «es tonta», «es puro cliché». Y a lo mejor lo eres.

Aún así, escribe.

Y lee, muchísimo. Enamórate de las voces de muchas autoras. Sigue buscando. Busca tu voz en ese departamento con tres puertas muy lejos de casa que a veces te hace sentir aislada, fracasada y sola. Busca tu voz en ese local diminuto en el que no cabe nadie, pero tiene muy buen café. Busca tu voz leyendo otras voces (en el Metro o el Metrobús o en la fila del súper mercado). Busca tu voz en esa ciudad foránea que a veces parece empecinada en patearte, arrinconarte, asustarte, rechazarte. Busca tu voz en ese trabajo mal pagado en el que debes entregar textos casi a diario. Busca tu voz cuando comentarios crueles sobre un texto tuyo aparezcan en redes sociales, te dirás que te hace daño leerlos, pero aún así lo harás. Llora leyéndolos.

Aún así, escribe.

Escribe en esa libretita que tiene hojas y hojas llenas de observaciones, ideas y dibujos. Cárgala siempre en tu bolsa, en tu mochila o en tu morral, como si fuera amuleto. Escribe en ella, todos los días, en todos lados. En el asiento naranja del Metro; en la banca de Chapultepec, esa que está justo debajo de la sombra de un árbol y enfrente de una fuente; en las escaleras de Bellas Artes; en un bar con un mezcal enfrente. Escribe. Escribe cosas tontas, ideas brillantes, malos intentos de poesía, posibles historias, fragmentos de conversaciones ajenas, frases de un grafitti en una pared que podría estar en cualquier calle. Escribe, busca tu voz, busca tu identidad, busca en tu cabeza. El miedo pegará: ¿y si todo lo que escribo es malo?

Aún así, escribe.

Aguanta críticas, ataques y burlas. Aguanta a esa voz que te dice que no es para ti. Aguanta rechazos. Aguanta que te digan “niña”. Aguanta libretas llenas de malas ideas. Aguanta libros increíbles que te hacen pensar lo poco –y lo mal– que escribes. Aguanta la distorsión: esa mentira que te hace creer que no estás avanzando a ningún lado. Si quieres, termina harta de tus letras un domingo y el lunes intenta de nuevo. ¿Y si ese lunes también odias todo lo que sale de tu pluma o tu teclado? Aguanta. De nuevo llora. Siente rabia, impotencia y ganas infinitas de rendirte, ganas de admitir «tenían razón, soy tonta, las letras me están volviendo loca y no son lo mío»

Aún así, escribe.

No lo olvides: sigue leyendo. Ese depa que sigue sin sentirse como casa, haz que se sienta al menos como librero. Devora letras: impresas o digitales. Ve a un taller, entiende todo lo que estás haciendo mal; ahora, intenta dejar de hacerlo. ¿Tu voz? Sigues sintiendo que es como un chicle al que se le fue el sabor a menta, algo pegajoso en la boca, insulso. Otros días sentirás que es como arena: sucia, granulada, polvosa. Y otros más será como hielo: refrescante, pero helada e impersonal. ¿A qué sabe tu voz? No tienes ni idea. ¿O a qué suena?, ¿de qué color es?, ¿qué o cómo es tu voz? Tendrás mil dudas y cero respuestas.

Aún así, escribe.

Escribe más. Escribe cuando quieras escribir. Escribe cuando no quieras escribir. Deja de escribir. Regresa a escribir. Repite el ciclo. ¿De nuevo quieres llorar? Llora.

En algún punto comenzarás a notar que en medio de tanta duda, siempre hubo días buenos, solo que no los veías. «Tienes don de reportera», «¿y para cuándo tendrías esta historia?», «si te pagamos este taller, ¿te lo aventarías?», «¿podrías tener dos textos fuertes esta semana?». Tu voz, tímida, comenzará a tomar forma (y color y sabor y textura, todo). ¿Ya te escuchas? Tus editoras y editores ya te escuchan, también un par de lectoras y lectores. Te dará miedo y aunque ya no tendrás una parálisis total, te sentirás tambaleante.

Aún así, escribe.

Inventa fórmulas. Crea métodos. Juega con las palabras como si fueran rompecabezas o plastilina o acuarelas. Y tu voz –quizá sin forma– comenzará a ser flexible. Ve a más talleres, sigue intentando descubrir qué es lo que no cuadra, qué es lo que estás haciendo mal. Absorbe cada una de las correcciones que te hagan las y los buenos escritores. Escribir ahora es un experimento: prueba y error. Ya has fallado tanto que le estás perdiendo el miedo. Habrá días en los que esta seguridad se derrumbe y volverás a decir «este texto es un asco, lo odio. No sirvo para esto».

Aún así, escribe.

Y un día alguien te dirá «podría saber que este texto es tuyo aunque no lo hubieras firmado», «me hizo reír mucho este párrafo», «me hiciste llorar durante diez minutos con esta historia», «estaba largo el reportaje, ¿en serio? Lo leí completo, quedé ganchada», «¿dónde te puedo leer habitualmente?», «¿no has pensado en armar un blog?», «¿y por qué no aplicas a esta beca de periodismo/escritura?». Y vas a sonreír mucho, aunque otros días no les vas a creer. Y seguirás criticando el último texto que escribas, pero ya no vas a odiarlo; no, ya se sentirá tuyo aunque tendrás la certeza de que quedó imperfecto.

Aún así, escribe.

Aplica a la beca, piérdela. Aplica de nuevo, gánala. Renuncia a este trabajo y aviéntate a esa oportunidad que confirma que tanta necedad valió la pena. ¿Y si vuelves a fallar? Falla. O a lo mejor no fallas.

No importa: aún así, escribe.

Y en este punto volverá la crueldad, los chistes, la teoría de que todo esto fue suerte. De nuevo, respira. Recuerda: son voces ajenas, no tienen ni idea de tu historia, no te conocen y, sobre todo, hablan mucho, pero escriben muy poco (o de plano, no escriben). Lee a más autoras, compra más libros y libretas, ve a más talleres, ten más amigas escritoras. Escribe, escribe, escribe. Intenta que el siguiente texto sea mejor que el último. Falla, acierta. Sigue obsesionada con el lenguaje. Nunca, nada se sentirá “bien escrito”; haz las paces con eso. Ríete por lo absurdo que es enamorarte de esto, enójate por lo frustrante que es, llora porque las palabras van a revolverte toda. Acepta que escribir es un intento permanente. Aún así: escribe.

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