A la mujer de los días de lluvia.

Mariela Matarrita Zuñiga
3 min readSep 1, 2017

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Así como el cielo gris, los truenos y ese cambio en la dirección y velocidad del viento anuncian la venida de la lluvia. Así se anuncia una crisis de ansiedad.

En un día que parece ser un perfecto día soleado. Un tenemos que hablar, una despedida repentina, una conversación que acabó hace dos semanas pero sigue en mi cabeza inconclusa, la duda de si lo habré hecho bien, que pensarán de mi actuación, de lo que dije hace 10 minutos o 10 días. Se vuelven el detonante.

Algunas veces lento, otras veces rápido, empiezan a llegar las nubes cargadas de agua. Entre el corazón, las costillas y el alma se siente como si tronara todo por dentro y los pensamientos e imágenes caen como gotas, una tras de otra, una más fuerte que la anterior.

Llega el momento en que es tanta la lluvia, que no puedo avanzar y al igual que una persona consiente en un aguacero, hay que parar por un momento. Pero yo no estoy consiente. Simplemente no puedo continuar y en donde llegue el aguacero, ya sea la oficina, la casa, la universidad, media calle, mi cuerpo se paraliza involuntariamente y debo parar.

En muchas ocasiones fue una lluvia leve, respiraba y pasaba. El cielo se despejaba y ya.

Pero por negarme a mis emociones. Un día llegó el baldazo, sentía mareos, que no podía respirar, me preguntaba si era que me iba a dar un infarto y mi cuerpo se desconectó.

Agotada, inmóvil, la lluvia de los ojos no me dejaba ver, era demasiado pesado, era demasiado confuso, me rindo, me dejo llevar, me voy.

Uno no sabe en que momento escampa. De la nada sale el sol y parece como si nada hubiera pasado, caminaba sonriendo llena de energía, haciendo planes, armando paseos, llegan las ideas, quería ver a mis amigos y cuando ya me estaba alistando para salir….volvió la lluvia con más fuerza.

Luego de días de lluvia, en medio de lo nublado de mi mente, empiezo a creer que no va a dejar de llover.

Entre las lágrimas recuerdo a aquella mujer que vivía conmigo, feliz, libre, empoderada, la veo como quien está viendo una película. Siento nostalgia y tristeza pero no soy parte de eso.

Uno es tan sólo un espectador y el vidrio que nos divide, no me permite participar.

Me dicen que ha llegado el momento de la terapia y me pregunto:

¿ Qué pasa si con eso no la recupero?

Si se va para siempre. Me arriesgo, porque la extraño y cada vez que hablan de ella, de la mujer de los días de sol, lloro… Lloro porque sé lo que es vivir con ella y la quiero de vuelta.

En el proceso de sanación, de recuperación, me enojo y me digo a mí misma:

¿ Quién fue esa intrusa? Que me arrebató la energía, la calma, las ganas, la sonrisa, la energía.

Hoy comprendo que esa mujer, la de los días de lluvia soy yo y la de los días de sol, también soy yo.

Que soy la que ríe y la que llora, la que ama y la que se retracta, la que abandona y la que vuelve, la que se acuesta y se levanta con más fuerza y energía. Con ganas de comerse al mundo y recorrerlo entero.

Ha pasado casi un año, desde que la mujer de los días de lluvia no me visita y aveces cuando veo el cielo un poco gris. Me pregunto si será que vendrá de nuevo y me hará devolverme, asustarme y quedarme inmóvil.

Para mi fortuna, ese temor dura sólo un instante y con calma me digo:

Voy a tener ropa seca, galletas, chocolate caliente y unas pantuflas por si decide volver. Es probable que vaya a estar cansada, tan sólo quiere un beso y un abrazo, no la voy a juzgar. La voy a escuchar y amar.

Ella me ha demostrado que sabe reponerse, que sabe cómo volver a sonreír, que es de buen corazón.

Que un día, una semana o incluso un mes no definen su vida, ni le restan valor a lo alcanzado, al camino recorrido y a lo que ha aprendido desde entonces.

A esos maravillosos días en los que la mujer de los días de sol brilla en todo su esplendor. En esos maravillosos días en que los que yo brillo en todo mi esplendor.

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