RE(V/B)ELARSE LENTAMENTE
El trabajo de Chema Rodríguez se desenvuelve entre estos dos términos homófonos que suenan igual pero que determinan significados diferentes. Revelar (con v) como el proceso de descubrir el mundo como quien revela una fotografía. Rebelar o rebelarse (con b) como actitud de resistencia y de respuesta ante formas de relacionarnos que precisamente nos confunden y nos alejan del mundo.
¿Qué es hoy participar poéticamente del entorno sino una actitud política? Establecer relaciones no normalizadas con el entorno inmediato del día a día es una forma de resistencia. De resistencia frente a la condición únicamente utilitaria de lo material, de resistencia frente a la noción de producto artístico objetual y definitivo y de resistencia frente a la sociedad de la aceleración e hiper-conectividad que determina el presente del mundo occidental y más allá.
El término griego “aletheia”, como sabemos, hace alusión a lo que no está oculto, a lo que se muestra como sincera imagen de la realidad. Existe en el trabajo de Chema Rodríguez un interés por reconocer y participar activamente del mundo, de acercarnos a lo que ya tenemos cerca, pero quizá no vemos. Transitar una exposición de Chema Rodríguez tiene algo que se acerca mucho a pasear por las calles de un lugar conocido, porque es relativamente sencillo reconocer cosas que nos interpelan en nuestro día a día en esta exposición. Su hacer es el de alguien que observa su entorno cotidiano y explora diferentes modos de dialogar con él, no tanto con la intención de construir objetos como de proporcionarnos herramientas para percibir de otro modo el contexto en el que vivimos, para poder ejercer una actitud no normativa, no utilitaria, con respecto a lo que nos rodea, y con elementos a nuestro alcance.
Todos tenemos una caja de cerillas en casa, o una taza, o un traje. Todos hemos pasado por delante de un árbol cortado, todos hemos visto la lluvia empapar el asfalto. Todos los recursos visuales con los que Chema trabaja nos hacen reflexionar sobre otros modos de observar y de activar experiencias que nos ayuden a entender el funcionamiento del mundo, a desestimar prácticas que automatizamos y a buscar otras diferentes.
Se da por tanto, una voluntad por revelar (con v) lo que ya existe. Para ello es necesario practicar la atención, la observación diaria de preocupaciones que acontecen en el entorno inmediato del artista. Como dijera Nietzsche en “El ocaso de los dioses” hay que “acostumbrar al ojo a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen al ojo.”
En el caso de Chema, podríamos decir además que hay que dejar que simultáneamente las cosas se acerquen también a la mano. La experimentación material y la observación son dos constantes en su modo de operar que se coproducen entre sí con una naturalidad que consigue rebelarse (con b) de la creación de objetos artísticos demasiado independientes como para no sentirse parte de un contexto al que pertenecen o en el que se desarrollan. Es esta actitud la que genera un rev/velarse
necesariamente lento, marcado por procesos que atienden a los ritmos naturales de las cosas y al contexto en el que vive y trabaja el artista. Hablar del ejemplo de los árboles podados a destiempo.
El proceso como obra
Las obras de Chema Rodríguez, como hemos dicho, nos invitan a generar otras relaciones, otros diálogos, entre nosotros y con el entorno. La fragilidad formal que elige Chema a la hora de trabajar con poéticas relacionadas con el arte povera, el objeto encontrado, etc. es determinante a la hora de que entendamos que lo que le interesa por encima de todo son los procesos de transformación. Las obras en Chema no son tanto los objetos finales como la propia relación de estos con el tiempo y el espacio: elementos que Chema no evita, al contrario, corre a su encuentro aceptando su realidad por encima de las convenciones del mercado del arte que sugieren obras permanentes, resistentes, independientes…
Ello genera que obras como “Emblema III 68” sean concebidas más como un artilugio, un dispositivo, o incluso un organismo que como un objeto, ya que se trata de una obra capaz de tomar infinitas formas por el principio que rige su sentido: la relación entre una sucesión de gotas de agua y un cuerpo. A partir de ahí Chema construyó en 2021 un trípode de metal que sostuviera el recipiente lleno de agua, pero que no vemos en esta ocasión, pero su sentido permanece. Pero es que además, se trata de una pieza que reclama una atención permanente, y es que su sentido estriba más en la voluntad de una persona que la mantenga viva rellenando el recipiente de agua que en la propia apariencia física y formal de la obra. El tiempo que pasa mientras se desgasta la piedra con cada gota se inicia gracias al tiempo que alguien dedica a llenar el recipiente.
Esta forma de entender a las obras artísticas, al espacio expositivo y al contexto, es un posicionamiento determinante que facilita la empatía con las cosas, y alude a la urgencia de atender a la vitalidad de los objetos y de los seres no humanos como entidades con las que relacionarnos de modos más creativos que jerárquicos, a sus movimientos imperceptibles a nuestra perspectiva pero evocadores y desencadenantes de reflexión.
Esta es en realidad una característica de la propia naturaleza del arte y de la voluntad del lenguaje artístico: crear diferentes modos de ser, a través de los que acercarnos a otras percepciones del mundo.
