foto: Patagonia on Foot (Esquel, 2021)

Haciendo visible la facilitación

Martin Bunge
17 min readNov 19, 2021

--

Una historia del presente

“El acto de observar modifica lo que es observado…
Por lo tanto, observar es un acto moral. Estamos implicados.
No podemos asumir que el mundo es de la forma en que lo vemos;
permitimos que surja en el camino;
elegimos el mundo que queremos por la manera en que elegimos verlo”

Allan Kaplan, Artistas de lo Invisible

Mis pies tocan el suelo fresco, está cubierto de hojas amarillentas de un roble que arriba mío ya está mostrando los brotes de aquellas hojas que están por venir. ¿Cuántas veces habrá hecho esto este abuelo-roble? Según me dicen tiene más de cien años… una razón más para sentirme privilegiado. Sentado bajo éste árbol en una ronda de sillas vacías, que imagino esperan ansiosamente (al igual que yo) la llegada de un grupo de personas. Tengo que contarles que estos momentos previos, aquellos instantes de soledad en esta ronda (cuando todo está listo para comenzar), son los que más disfruto de mi trabajo como facilitador de procesos. Es en estos instantes en los que me llamo a mi mismo (sin hacerlo en voz alta para no espantar a nadie), me traigo a ese lugar y momento, al mismo tiempo que disfruto ver como llegan caras y nombres; como se arriman almas a un espacio que se va tejiendo a partir de todos esos viajes infinitos. ¿Es posible dimensionar todo lo que fue necesario para que nos encontremos de ésta manera?

El grupo no se conoce aún: ese misterio hermoso que nos propone cada círculo que abrimos. ¿Quién sabe a dónde llegaremos? Sé de personas que luego de pasar por procesos como el que está por empezar en este círculo, sus vidas cambiaron. Decidieron emprender cosas nuevas, descubrieron pasiones, escribieron libros y algunos hasta se casaron. Y no es que me dedique exclusivamente a transiciones de carreras, ni a acompañar a personas en la búsqueda de su profesión. Simplemente sucede que cuando nos abrimos al aprendizaje, lo nuevo -que no tiene cara conocida-, a veces llega como una brisa suave, otras como un huracán. No saber a donde vamos a terminar puede ser muy desafiante, sobre todo en tiempos donde en general se nos pide que sepamos, que podamos definir, que tengamos certezas. Tal vez quienes se están arrimando a las sillas no tengan esa pregunta, vienen felices de habitar un espacio que convoca, y el resultado no está en el podio de las expectativas. Con el paso de los otoños aprendí que si no hay una buena cuota de incertidumbre, difícilmente algo interesante suceda (al menos desde ésta mirada de quien facilita). ¿Será que el roble se pregunta cada año si el clima será favorable? Es que para mí aprender implica caminar voluntariamente una delgada línea entre la rigidez de nuestras certezas y la humildad de nuestra alma. No siempre se camina recto, no siempre el equilibrio nos acompaña, de hecho son pequeños destellos en los que tomamos conciencia de que lo estamos haciendo. Tal vez el facilitar espacios de aprendizaje de la manera en que me gusta hacerlo a mi, tiene una gran cuota de esa incertidumbre, que lentamente a medida avanzan las conversaciones y propuestas se va revelando hacia la playa de certezas. ¿Será que para eso nos juntamos? (aunque quienes van llegando tal vez no lo sepan), quizás estos círculos en el fondo son espacios para revelar misterios juntos, cada cual en su propio viaje, claro.

En este instante de soledad, sentado en esta silla, sintiendo el fresco en mis pies y el verde vibrante sobre mi cabeza, un pájaro pasa volando emitiendo un sonido que no logro reconocer. Vuela hacia el oeste de donde vienen los vientos que desde la mañana parecen traer noticias que anticipan lluvias. Vamos a tener que movernos de este lugar en algún momento, pero no ahora. Ya veo acercarse algunas personas, quienes se conocen se abrazan fuerte, otros amablemente saludan con un meneo suave de cabeza. Pasa que este espacio no es uno cualquiera, para muchos es la vuelta a un círculo real, me refiero a encuentros cara a cara, luego de un año y medio de “encontrarnos” de manera virtual. Vaya que habré pensado y sentido la incertidumbre cuando un día me di cuenta que no había más sillas, no habría roble, no veía abrazos y ni pájaros pasar. Me deprimí, pensé que mi trabajo como facilitador iba a desaparecer, temí lo peor para el encuentro de almas como éste. ¿Cómo es posible facilitar espacios en la virtualidad cuando sabemos de estos matices? Pero acá estamos de vuelta, golpeados y lastimados por todo lo que pasó, eligiendo traer a este círculo todos esos viajes individuales para compartir el mismo lugar, emprender los mismos misterios, habitar la incertidumbre.

Hacer lo que hago y venir a ser.

Desde hace ya un tiempo el trabajo particular de diseñar y acompañar los procesos de aprendizaje y desarrollo de grupos y personas se volvió algo relevante, una disciplina que captó la atención de públicos de diversos ámbitos de práctica. Me refiero a quienes trabajamos habitualmente con grupos (consultores, educadores, capacitadores, docentes, etc), hemos ido descubriendo de que la manera en que acompañamos estos procesos tiene gran relevancia en el éxito de las intervenciones que realizamos. Yo me he estado preguntando porque en ciertas situaciones los procesos fluyen más que en otros, porqué un diseño que funcionó perfectamente en un grupo no sirvió para otro, o también porque por momentos durante (o después) de un proceso con un grupo me veo íntimamente implicado por las cuestiones que sucedieron. Para muchos de nosotros se volvió evidente que acompañar procesos de ésta manera implica algo más profundo que simplemente ejecutar una agenda o llegar a un resultado, tiene que ver con una manera diferente de entender, observar e intervenir en los fenómenos sociales.

En los últimos 10–15 años he visto el surgimiento de un sinnúmero de formas de abordar el trabajo de la facilitación, muchas de estas formas se han integrado y hermanado, otras se han perfeccionado, desarrollando propuestas específicas para llevar adelante la tarea. Me refiero a todo lo que surgió en base a la idea de que el cambio puede (y debe) ser “gestionado”. Desde esa lógica más gerenciadora (y a priori también mecanicista) los procesos sociales deben ser diagnosticados, debemos imaginar un futuro que deseamos, y en base a esas construcciones debemos crear los puentes que nos lleven hacia donde queremos direccionar la cuestión. No nos detuvimos en el hecho de que al momento que direccionamos nuestra atención a algún fenómeno que deseamos entender, ya estamos interviniendo, buscando hacer sentido, creando las condiciones para poder concluir que tenemos una idea acabada de lo que está sucediendo, y así poder definir de qué manera accionar. He visto grandes despliegues de procesos de cambio diseñado, muchas horas y esfuerzos invertidos, y altas tasas de fracaso de este tipo de abordajes. No lo digo yo, la cuestión del cambio en el ámbito de las organizaciones es tal vez uno de los más nutridos (y aún con horizontes lejanos) en el plano de la investigación y la práctica profesional. Sería errado decir que estos despliegues no produjeron efectos, y posiblemente en algunos casos hayan satisfecho las necesidades de quienes diseñaron o contrataron procesos de este tipo. La cuestión a revisar y observar con cuidado es cuáles fueron los esfuerzos necesarios, dado que en muchos casos los proyectos anunciaban promover la participación en el cambio, pero se encontraban completamente teñidas de control y una direccionalidad arbitraria. ¿Qué es lo que ayudaron a transformar? ¿Cuáles fueron los verdaderos efectos de este tipo de abordajes? ¿Cuál es el trabajo de quien diseña e interviene? ¿Sobre qué podemos tener control? ¿Qué cosas están fuera de nuestro alcance?

Existen algunos pensadores del cambio que afirman que solamente estamos frente a verdaderos cambios cuando percibimos que algo “no planificado” comienza a entrar en escena. Tal vez esto nos suena algo extraño porque habitualmente los efectos que “no son deseados” los hemos entendido como poco relevantes, pero muchas veces en ellos están las verdaderas semillas de la transformación. Nuevas comprensiones, nuevas actitudes e ideas que rompen con estructuras previas. Me refiero a aquellas cosas que no podíamos pre-diseñar, los efectos de la inteligencia colectiva al servicio de crear las condiciones para el próximo paso. Como facilitadores de estos procesos, el estar frente a algo no planificado, algo espontáneo y emergente en la agenda que hemos diseñado, se vuelve un desafío y al mismo tiempo un alimento para el verdadero proceso en el que nos embarcamos. Trabajar con lo que emerge (con aquello que observamos y leemos del proceso) demanda ubicarnos en un lugar diferente, sobre todo cultivado en una profunda humildad y reverencia ante el fenómeno, sosteniendo la apertura y el maravillarse como estandartes en el camino. Estas formas requieren habilidades nuevas (o tal vez olvidadas) y otra forma de ver los procesos, una que acepte que estamos frente a algo que tiene vida propia, que se desarrolla a partir de sí mismo y que solamente mostrará su verdadera apariencia cuando nosotros aprendamos a tratarlo como tal.

Resulta fácil decir que “las organizaciones son seres vivos”, suena como un cliché de los tiempos modernos del ámbito de la facilitación y la consultoría. Hemos avanzado en nuestras comprensiones y teorías respecto a cómo se desenvuelven los fenómenos sociales, ya hay evidencia y campos de práctica profesional que desde hace tiempo vienen sosteniendo y ampliando nuestras formas de comprenderlos. Ya hay más de 50 años de pensamiento sistémico aplicado al ámbito del cambio y las organizaciones, hemos sido testigos de la evolución del pensamiento y de la práctica, pero consideramos que aún vivimos en tiempos de transición de esa comprensión íntima y delicada que vive dentro del corazón y los ojos de quienes facilitamos, esa intimidad que nos conecta con el proceso, que nos corre de meros interventores a participantes del proceso de venir a ser. Si los procesos en los que intervenimos están realmente vivos: ¿Cómo nos preparamos para trabajar con lo que está vivo? ¿Qué diferencia tiene con la mirada del cambio diseñado?

“Para ponerse en contacto con lo que está afuera debemos encontrar aquello que se mueve dentro. Muchas veces obstruimos nuestra propia percepción y nuestra propia reacción con demasiado conocimiento, acción impulsiva y la noción obsesiva de que los resultados y las consecuencias dependen de nosotros. Al abrazar el camino del vacío como camino, podemos descubrir nuevas afinidades, nuevas intimidades, nuevas posibilidades para facilitar el desarrollo de sistemas más humanos”. (1)

En general, como profesionales, líderes, administradores, facilitadores, se espera que conozcamos las últimas teorías, normas y estándares, herramientas y técnicas, para que logremos obtener ese control deseado, y dominar así, los sistemas en los cuales intervenimos. Sin embargo, el verdadero arte social, está más allá de toda esa parafernalia. Algo extremadamente valioso sucede en la relación que emerge entre quien interviene y aquello que es intervenido. Me refiero a la vivencia de quien facilita, su propia manera de ver la situación, el reflejo de esa vivencia en su interior, y su capacidad de responder a lo que va emergiendo. Son las preguntas que emergen -quién sabe de donde-, en el vacío que genera el final de un proceso, cuando logramos dar un paso que nos permite observar toda esa interacción entre el fenómeno social, el proceso interior y la relación que se pone en juego entre ambas. Es un baile entre facilitar y ser facilitado. ¿Dónde se traza la línea que separa? No buscamos en este texto profundizar en esto, pero estamos hablando de un movimiento de una mirada fragmentada de la vida, hacia una forma de ser y participar que nos involucra, nos hace participantes y nos entrega la co-responsabilidad de lo que sucede afuera como también lo que sucede dentro nuestro.

Maravillarse

Fue el escritor y pensador alemán Johann Wolfgang von Goethe que dijo que “toda comprensión comienza con un maravillarse”, y si bien dedicó gran parte de sus esfuerzos científicos a entender los fenómenos de la naturaleza, ya a fines del siglo XVIII se encontraba investigando y practicando un método y un abordaje fenomenológico que a pesar de no haber cobrado relevancia científica en esos tiempos, comienza hoy a ser una referencia para muchas corrientes de pensamiento que tienen como propósito comprender más profundamente la vida y como la vida se expresa. El maravillarse como dice Goethe, es tal vez una llave de entrada para realmente establecer un vínculo íntimo y de resonancia con aquello con lo que trabajamos. ¿Por qué puede el maravillarse ser un elemento fundamental en esto? Porque el maravillarse es una actitud interna, una capacidad necesaria para entregarse de cuerpo y alma a aquello que se presenta frente a nosotros, sea un paisaje, un ser vivo o una situación con la que nos encontramos. Maravillarse es poder ofrecerle una mirada abierta y sensible para lo que buscamos comprender. ¿Si no somos capaces de maravillarnos, como seremos capaces de ver lo nuevo emerger? ¿Cómo podemos aprehender aquello que no se detiene? ¿Cómo observamos lo vivo?

Lo que está en juego es la capacidad de volvernos uno con el fenómeno que está emergiendo, de acercarnos con curiosidad y apertura para entender qué es lo que está pidiendo de nosotros como facilitadores. Me refiero a la posibilidad de corrernos de los saberes técnicos, el ”know how” que hemos adquirido como profesionales en el campo del desarrollo, para permitir que la situación — el verdadero fenómeno del grupo- hable por sí mismo. Me refiero a evitar hacer sentido del momento presente con viejos conocimientos — aún cuando nos son de gran utilidad para dar un paso-, no podremos encontrar nuevo sentido sin maravillarnos. Si imponemos a la situación un esquema particular para describirla (forzando categorías y separándola en partes, usando esquemas y abordajes creados por otras personas), es muy probable que estemos reduciendo su capacidad de expresar por sí misma la riqueza del fenómeno que excede de esas categorías. Este es el gran riesgo de las metodologías, abordajes, técnicas (incluso llamadas tecnologías sociales), que definen la situación a partir de esquemas para reducir complejidad, que no es otra cosa que quitarle vida a la vida. ¿Es posible hacer el espacio apropiado para que el fenómeno se presente por sí mismo? ¿Cómo podemos intervenir de manera tal que revele más y más aspectos que nos ayuden a rozar su esencia?

“…somos siempre participantes, y siempre estamos implicados…debemos entonces volvernos muy conscientes de la forma en que estamos viendo” (2)

En el corazón de nuestro rol como facilitadores vive una contradicción de la cual pocas veces somos conscientes. Por un lado buscamos dar sentido a las situaciones, generamos espacios que permitan clarificar y alinear nuestros deseos y anhelos. Trabajamos con equipos que quieren llevar adelante sus objetivos, poner en el mundo su propósito. Por otro lado entendemos que con nuestra forma de ver y participar, (que definen nuestra manera de estar implicados), permiten (o no) las condiciones para que la vida se revele. Como seres vivos participantes de ésta gran casa, le otorgamos a la vida la capacidad de percibirse a sí misma. Somos el órgano de percepción del mundo, es decir el mundo emerge por medio de nuestra participación, al mismo tiempo que influye en la manera en que participamos.

Hoy en día -y muy frecuentemente en el ámbito del aprendizaje y la facilitación-, hay grandes intenciones de integrar y lograr una mirada más holística de las situaciones, pero hay temor por habitar lo incierto del cambio, lo verdaderamente vivo de la transformación. ¿Será que para aproximarnos adecuadamente a la vida debemos desarrollar una forma viva de ver y pensar?. Tal como lo trae Goethe, el maravillarse juega entonces un papel relevante para cultivar esta mirada, partiendo de una actitud interna, una reverencia ante aquello que realmente queremos comprender, permitiendo a nuestra percepción y nuestro pensamiento fundirse en la experiencia y la vivencia, de ser uno con el fenómeno.

“Los pueblos, los hombres, se enfrían por la ausencia de espíritu. Pero estamos nosotros, con pedernal y yesca, con melodías y cantares, poemas y reflexiones, alto desvelo y sueños de todo tipo, para entibiar las horas de aquellos que no quieren congelarse todavía.”

Atahualpa Yupanqui

Cultivar una práctica, cosechar la vivencia.

Hace unos cuantos años ya el camino de la vida me llevó a tomar contacto con la Práctica Social Reflexiva (3), un campo de trabajo en lo social que pone al frente la observación, que propone aceptar que para poder tener una comprensión más profunda del cambio y la transformación, debemos ser rigurosos con nuestra práctica, con nuestra propia forma de ponernos en el mundo. Tal como lo hace un ebanista que expresa en madera lo que vive en su corazón, quienes abrazamos este trabajo en el campo social con la misma sensibilidad, nos embarcamos en un viaje de descubrimiento hacia nosotros mismos.

Donlad Schon escribió en 1984 un libro llamado The reflective practitioner (4) que se ha vuelto un contenido relevante para aquellos que entendemos que el proceso interior, nuestra propia vivencia y nuestro aprendizaje reflexivo como profesionales son tal vez los estandartes para fortalecer y afinar nuestro conocimiento y nuestra práctica. En los primeros capítulos el autor explora los desafíos que atraviesa actualmente el racionalismo técnico, una lógica que enfoca áreas de conocimiento específico con una impronta que antepone cierto tipo de conocimiento ante la vivencia práctica del profesional. Es en ese espacio entre el conocimiento y la vivencia particular donde creo que está la necesidad aún insatisfecha de la base científica y conocimiento profesional, y la demanda (para nosotros creciente) de la práctica real en el mundo. Teniendo conciencia de nuestro proceso interior, estamos ante el desafío de integrar a la experiencia del facilitar una dimensión adicional, una que a diferencia de enfoques más positivistas contiene la llave para nuestra propia entrega al fenómeno y a una comprensión más profunda del todo que se encuentra manifestándose frente a nosotros.

“Hay siempre un punto donde el organismo quiere ser revelado, ya que únicamente la ampliación de la conciencia puede tornarlo completo y pleno de significado; a través de esa intuición el organismo se torna más amplio de lo que era, hasta para sí mismo, al mismo tiempo que nosotros mismos también nos tornamos amplios y más completos”.(5)

Estoy hablando acá tal vez de una forma de conocimiento diferente para quien facilita, un tipo de conocimiento que no es excluyente, que no separa, pero que parte de la idea de que deben ser integrados nuestros conocimientos previos con una capacidad de vivenciar y experimentar el fenómeno tal cual es. Es un tipo de facilitación que no trabaja con el fenómeno social como una cosa, más bien se enfoca en las “no-cosas” en aquello que vive en el escurridizo mundo vivo de las relaciones humanas. Debemos desarrollar nuestras capacidades de ver (el uso de todos nuestros sentidos), al mismo tiempo que fortalecemos nuestro pensar (llevando nuestras teorías y comprensiones previas a nuevos horizontes), para crear así el espacio apropiado para que el diseño y la facilitación de un espacio de aprendizaje nos ayuden a entregarnos, a sentir la liberación de nuestras expectativas al mismo tiempo que se libera la profundidad del fenómeno.

Es en esa liberación que emerge la nueva comprensión (del fenómeno y de nosotros mismos) de manera simultánea. Es ahí donde el mundo se revela a través nuestro y permite revelar algo nuevo de quienes somos. Desde mi experiencia trabajando en la facilitación de espacios de aprendizaje, esos momentos son verdaderas gemas, momentos de profunda reverencia ante el potencial del ser humano, ante la capacidad creativa que vive dentro del alma humana. Al comprender realmente nos liberamos del fenómeno al mismo tiempo que nos adentramos en él, y él se adentra en nosotros. Adentro y afuera ya no son lugares diferentes, aún así podemos distinguirlos e integrarlos. Es en la actitud receptiva (que no es pasiva) en donde sucede el maravillarse, en lo sutil de nuestra conversación interna, de la acción-reflexión en donde encontramos las brasas para un conocimiento transformador, el alimento esencial de un proceso de cambio en la esfera de lo social. ¿Cómo podemos intervenir entonces? ¿Cómo actuar sin imponer?

La forma de no acción es la forma facilitadora, la forma de la armonía, de la delicadeza. La no acción permite y posibilita que el mundo evolucione según sus propios procesos evolutivos; no se impone, ni manipula, ni busca tener el control. Es una forma que busca acceder a los fenómenos y, por medio de una creciente intimidad ayuda a revelar el potencial que vive dentro de ellos. Aquellos que ya lo comprendieron deben aprender a retener, a crear el espacio desde el cual pueden surgir nuevas posibilidades. La no acción no implica inacción, falta de compromiso o pereza; es una forma de contención activa, desde una posición de fuerza, para permitir que la acción nazca de lo que está más allá de nosotros mismos. Es habitar conscientemente el tránsito hacia lugares que no conocemos, la expansión de nuestra comprensión, nuestros talentos y nuestra práctica profesional.

Esta no acción nos permite observar lo que emerge en un proceso social. Ella viene acompañada de una escucha profunda y de una capacidad de presenciar el momento presente en todas sus complejidades. Nos convertimos en órganos de percepción para que la situación o grupo tome conciencia de sí mismo. ¿Cómo lo hacemos? Esto requiere una entrega genuina a nuestro propio proceso como facilitadores, entrega a nuestro despertar. Si deseamos genuinamente trabajar con lo que emerge de cualquier situación (así como emergen las hojas del roble-abuelo) debemos entregarnos a la vida, a nuestra propia vida. Esta entrega que aparentemente nos llevará por lugares que desconocemos, no son más que los rincones de nuestra alma que piden hablar, que piden ser integradas para intensificar nuestra vivencia en el mundo.

Al facilitar de esta manera rozamos lo salvaje que vive en la práctica, la vivencia misma del emerger, que nos sacude, nos amansa y nos vuelve a poner en escena. Cuando lo hacemos, estamos trabajando con lo emergente en todos los niveles: lo emergente del proceso en respuesta a las hebras invisibles de posibilidad que estamos leyendo en el grupo; lo emergente de esas mismas posibilidades dentro del grupo entero y de cada individuo que lo conforma; lo emergente de nuestra propia comprensión; y lo emergente del proceso del devenir: del individuo, del grupo, del proceso y del facilitador. El sentido de responsabilidad para poder leer una situación con precisión, y mantener el proceso y los individuos y el grupo con un respeto amoroso, es enorme. Para honrar lo que asumimos como facilitadores en este nivel no podemos dejar de participar en nuestro propio proceso continuo de desarrollo.

Una historia del futuro.

La nube que hace un rato llegaba del oeste ahora convive con un viento que comienza a mover las hojas secas del roble, levanta algo de polvo que se mezcla con el aire húmedo del ambiente. Algunos comenzamos a mirar al cielo, posiblemente como lo hemos hecho desde que en nuestra conciencia descansa la seguridad cuando logramos unir algunas señales nos dan cierta certeza de lo que se avecina. Veo las caras de muchas personas en esta ronda, veo la incomodidad comenzando a manifestarse lentamente en gestos, silencios, algunos comentarios. Claro, es la lluvia que viene y comienza a abrirse espacio en este círculo. Creemos que la lluvia son simplemente las gotas que caen del cielo, pero es mucho más que eso. En este círculo, en este preciso momento es mucho más que eso. Aún antes de sentirla en nuestra piel o verla aterrizar en el suelo podemos vivenciar sus efectos en nosotros. Tenemos que movernos, vamos a tener que cambiar de lugar, a no ser que decidamos mojarnos. No tenemos ropa seca y estamos en medio de una conversación por demás interesante. Llega el momento de intervenir, tengo que decir algo, las señales son evidentes ya, tenemos un elefante en el centro del círculo que pide que lo nombremos: “vamos a tener que llevar nuestras sillas adentro”.

Luego de acomodarnos bajo techo, el grupo se mezcló, cambiamos el orden y muchos optaron por usar barbijo. Comienza una nueva etapa, un nuevo desafío. Por un instante cierro los ojos, atiendo a la novedad, a todas las novedades que sobrevuelan en la sala. No podemos pretender que todo siga igual a como se estaba dando afuera. Cambiaron las condiciones del entorno, cambió el ánimo del grupo, cambió mi percepción del momento en el que estamos. Por un instante me siento perdido, decido invitar al grupo a cerrar los ojos, a respirar e integrar todo lo nuevo que está en el aire, a no dar nada por sentado. Mientras respiramos, siento como se aquieta mi ansiedad por no saber cómo resultará este cambio, qué impactos traerá en nuestro intento por contener aquello que el grupo venía creando momentos antes. Pero ahí estamos transitando juntos un pasaje entre momentos, un paso a lo nuevo. Así es como se mueven los procesos humanos, y es que si estamos atentos a los detalles, permitimos que nos penetren, que jueguen con nosotros, y tal vez en esa intimidad delicada podamos experimentar como se va plasmando el futuro, en esos pequeños instantes, los sutiles movimientos de una trama que comienza a hacerse visible.

Bibliografía

(1 ) Kaplan, A. (2002) Development Practitioners and Social Process: Artists of the Invisible. London: Pluto Press.

(2) Kaplan, A & Davidoff, S. (2014) Activismo delicado. Proteus initiative.

(3) Reflective Social Practice (ing) Campo de trabajo impulsado generosamente por Allan Kaplan y Sue Davidoff de The proteus initiative (www.proteusinitative.org)

(4) Schon, D. (1984) The Reflective Practitioner. Routledge.

(5) Kaplan, A. (2002) Development Practitioners and Social Process: Artists of the Invisible. London: Pluto Press.

Gracias Delfina Terrado por tus aportes antes, durante y después!

--

--

Martin Bunge

#delicateactivism #regeneration #consciousness #reflectivesocialpractice #goetheanscience / Buenos Aires, Argentina