No es PowerPoint, eres tú.
En los años noventa, usar PowerPoint como software para diseñar presentaciones era de lo más “cool”, se creaban gráficos, se insertaban tablas y se añadían imágenes pre-diseñadas con gran facilidad, sin necesidad de mandar a imprimir material adicional (generalmente en papel transparente o en diapositivas fotográficas) que te permita proyectar tu contenido en una pantalla. Ahora, con muchas otras herramientas disponibles gracias al internet, necesitas de una muy buena razón para usarla otra vez, porque ya nadie quiere hacerlo. De hecho, se ha convertido en una copia horizontal de Word, porque nos hemos acostumbrado a copiar/pegar todo lo que tenemos en nuestros documentos sin siquiera preocuparnos por editar ni estructurar bien nuestro contenido antes de dar una presentación.
De hecho, no estás obligado a usarla, es más si crees que PowerPoint no le añade nada a tus presentaciones, entonces mejor no usarlo. Créeme que te ves mucho mejor sin diapositivas llenas de texto atrás de ti. Lamentablemente, somos nosotros los culpables de que todo esto suceda, porque a pesar de la gran herramienta que en realidad es, la hemos entendido mal desde el principio.
Por eso, lo que ahora quiero hacer a travez de una serie de posts relacionados al arte de las presentaciones, es que vuelvas a reconsiderar PowerPoint por lo que es, y que así te enamores poco a poco de él. Está demás decirte que yo lo utilizo a diario, y al trabajar con él, sé que tiene unas cualidades que tu podrías estar usando a tu favor para enamorar a tu audiencia con tu contenido, en lugar de hacerla dormir. Pero todo eso está a punto de cambiar.
Si crees que PowerPoint no le va añadir nada de valor a tus presentaciones, entonces mejor no lo uses.