Por qué Madrid

Martín Tami
3 min readAug 1, 2023

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Si Madrid fuera una persona, el adjetivo que usaría para referirme a ella sería “amable”.

Vivir en Madrid es habitar una ciudad sin presunciones, a la vez que “muy elegante”, como diría un italiano de cierta pizzería londinense.

De Madrid me gusta sobre todo su luz. Sé que no hago ningún descubrimiento si destaco el cielo de esta ciudad. O la ciudad de este cielo.

Madrid es un enclave bien preciso en el cruce de caminos entre Europa y América. Mucho más cerca de Berlín que de Buenos Aires, tiene sin embargo zonas -como esa cuadra y media de Zurbano entre Ríos Rosas y Bretón de los Herreros, por mencionar apenas una- capaces de transportarte súbitamente a La Reina del Plata.

En Madrid se oyen todos los idiomas, con particular énfasis en las distintas inflexiones de la maravillosa lengua española. Creo que los hispanohablantes a veces subestimamos este destino nuestro -la expresión es de Borges en su poesía al idioma alemán- y miramos con cierto acomplejamiento hacia otras formas del logos, en especial las de procedencia anglosajona. Pero basta darse una vuelta por la Biblioteca de la Universidad de Salamanca para descubrir que ya había gramática del español (la gesta es de Nebrija) bastante antes que de otras lenguas romances. Somos casi 500 millones los hablantes nativos del español, más de los que tiene el inglés o el hindi. La lengua materna es mucho más que un repertorio de palabras bien articuladas; es un plexo de significados fundamentales, un a priori cultural para realizar nuestro proyecto de vida y asomarnos a las riquezas del espíritu humano. En este sentido, Madrid ofrece una perspectiva preciosa desde la cual vincularse con toda una tradición.

Madrid es, por otra parte, una gran ciudad con cierto alma de pueblo; una capital europea con frescos tintes latinos; un mundo de gente venida de muchas partes del mundo. En ella caben, por cierto, todas las piezas de este gran rompecabezas que es España: andaluces, gallegos, vascos, valencianos, castellanos, manchegos, aragoneses, canarios, baleares, murcianos, extremeños, catalanes, riojanos, cántabros, navarros y asturianos.

Madrid es -qué duda cabe- la capital del Reino. En ella se proyectan nítidamente las grandezas y paradojas de esta nación. España es una de las civilizaciones más relevantes de la historia de la humanidad. Cuesta mucho imaginar un mundo sin la influencia que ha tenido -y que, en cierta forma, se ha perdido, aunque no del todo- este país. La capitalidad es una suerte de primogenitura. Madrid no es, desde luego, la ciudad más antigua de la península, pero su condición político-administrativa le confiere una dignidad que hunde sus raíces en un estrato bastante más profundo que el de la senectud: me refiero a la sencillez.

Si Madrid fuera una persona, junto al adjetivo de “amable” me gustaría hablar de ella como una persona sencilla. Madrid no quiere complicar, ni complicarse. No se desfigura con artificios ni con proezas de la composición. Madrid es tal como se muestra y se muestra tal como es: abierta, celeste, diáfana y solar.

El encanto de Madrid no conquista -humildemente lo pienso- con la fuerza de un impacto brutal, pero se va haciendo parte de uno en la medida en que se descubre en sus contrastes, así como en la dulce intuición de que aquí -tal vez, a lo mejor- puede llegar a ofrecerse un camino para vos.

Foto de Costas Spathis

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