Jorge Carlos Muneta: entre la pasión y la militancia
Como trazos desdibujados por el tiempo, como una acuarela diluida en el pasado, se hace presente el caso del joven Jorge Carlos Muneta. Un rumor lejano trae la noticia que cobra actualidad. A 33 años de la vuelta a la democracia, la verdad ha permanecido sólo en un breve murmullo: “Nunca más volvió”.
Rastros que dejó la dictadura. Nombres que en el susurro del viento comienzan a desempolvarse. Un selecto grupo de amigos encienden la llama de la memoria.
Tal vez no lo tengan presente. Jorge Carlos Muneta nació el 26 de agosto de 1950 en la localidad de Ingeniero Huergo, del Alto Valle de Río Negro. Finalizó sus estudios primarios y secundarios como pupilo en la escuela vasca Euskal Echea, de Buenos Aires.
Como todos los veranos, Jorge regresaba a su localidad natal. Fines de la década del ’60, solía vérselo en un Fiat 128, que lo llevaba a reencontrase con sus amigos: Oscar y Pocha Merino. Juntos pasaban las tardes intercambiando lecturas, que los llevaban a reflexionar sobre el contexto político-social del país. Como todo intelectual de la época iban de la teoría a la práctica, así que junto al Padre Juvenal Currulef hicieron trabajos comunitarios, como la construcción de viviendas para madres solas y ancianos, además levantaron la capilla “La casita de Nazaret”.
Cuentan que Jorge era un lector asiduo. De los autores que figuraban en su biblioteca, Rodolfo Walsh lo acercaba a su tierra, a la búsqueda por la verdad, la justicia social, y la militancia. Años más tarde, sólo por diferencia de meses, tendrían un destino similar.
Cándida García, madre de Jorge, había quedado viuda siendo joven y su hijo era la proyección de un futuro prominente. Pronto se recibiría de Contador Público Nacional, en la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (UNPBA). Bien habían servido los consejos del tío Adolfo Muneta, el entonces Padre Juan, para que su sobrino predilecto estudiara en la misma escuela donde él se desempeñaba como profesor de geografía.
El sacrificio de Cándida al mantenerse alejada de su hijo había dado sus frutos, Jorge fue nombrado Vicedecano de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNPBA.
El amor y los ideales golpearon su puerta en el mismo instante. Se enamoró de Susana Jorgelina Ramus, la hermana de uno de los fundadores de Montoneros.
El 12 de enero de 1977, Cándida viajó a Buenos Aires para encontrase con Jorge. Sin embargo, él ya había sido “chupado” por la dictadura.
La memoria colectiva de Ingeniero Huergo no puede explicar qué fue lo que sucedió con Cándida. Sólo repiten que “nunca más se supo nada de ella”.
El 13 de enero Cándida y Susana fueron secuestradas, en un departamento de ubicado en Melo y la avenida Pueyrredón en el barrio de La Recoleta, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los tres estuvieron secuestrados ilegalmente y torturados con picana eléctrica, en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Los ex-capitanes de la Armada Jorge Acosta (alias “El Tigre”), Jorge Carlos Rádice (alias “Ruger”), y Carlos José Paso (alias “León”) apropiaron de manera ilegal del departamento de Jorge ubicado en la avenida Belgrano 1651/57, obteniendo bajo tortura una escritura de propiedad falsa.
Se quiso hacer del amor y de los ideales, una de las peores pesadillas de la historia argentina. Se los intentó borrar a base de tortura, abusos sexuales y trabajo esclavo como le sucedió a Susana Jorgelina Ramos, de 27 años, siendo liberada el 13 de enero de 1979.
Un mar de lágrimas envolvió a Jorge y Cándida, luego de ser llevados en los “vuelos de la muerte”.
