Química periodística

La ciencia que se esconde detrás del “olfato del periodista”

ZulyAna Zabala
3 min readOct 23, 2018
Imagen tomada de revistaespejo.com.

¿Hay química en el periodismo? Por supuesto que la hay. Y el responsable de que esta “ciencia dura” se relacione con el oficio periodístico es, sin lugar a dudas, un órgano, un sentido: el olfato.

Sí, el olfato. Ese sentido rezagado, que aparenta ser tan solo uno más de los cinco con los que disfruta y goza el ser humano. Ese sentido olvidado, que se confunde únicamente con un gran pedazo de hueso, cartílago y piel y hasta se respinga. Ese sentido al que extrañamos únicamente en los momentos de gripa o congestión y cuya carencia o mal funcionamiento no visualizamos aún como una discapacidad.

Pero estaría mintiendo si afirmara que es un sentido cualquiera. Uno menos importante que los demás, aunque de manera poco consciente en en este oficio se afirme , entre otras, que para escribir buenas historias hay que tener “olfato de periodista”.

Según el articulo El sistema olfatorio: el sentido de los olores de la revista de divulgación científica La ciencia y el hombre de la Universidad Veracruzana (México):

“El sentido del olfato humano es 10 mil veces más sensible que cualquier otro de nuestros sentidos, y es el único lugar donde el sistema nervioso central está directamente expuesto al ambiente. Otros sentidos similares, tales como el tacto y el gusto, deben viajar por el cuerpo a través de las neuronas y la médula espinal antes de llegar al cerebro, mientras que la respuesta olfatoria es inmediata y se extiende directamente al cerebro”.

Entonces “El olfato del periodista” es más que una expresión; es una hipótesis comprobada de lo que puede ser el sentido más importante a la hora de contar historias. Su inmediatez y sensibilidad serían las dos características que hacen a este sentido realmente poderoso para el periodismo.

¿Pero cómo funciona el olfato ? Sencillo. El olfato está regulado principalmente por una serie de reacciones químicas que se transmiten desde las fosas nasales hasta el cerebro. En medio de la transmisión están unas neuronas especificas para los olores, o neuronas sensoriales olfativas, quienes transportan esas sustancias químicas y traducen el mensaje en señales eléctricas para que el cerebro las lea. ¿Hermoso verdad? Este corto video hay una explicación científica, que me recordó mis años en el colegio y que seguro les hará conectar una que otra neurona para recordar.

Imagen tomada del blog de Metrópolis Cominicación

En el proceso olfativo del periodista existen en el aire partículas químicas periodísticas, pequeños fragmentos de historia que son las que el periodista y su cerebro detectan, huelen y descifran. Estas partículas modifican el estado de ánimo del periodista, estimulan su memoria, creatividad, en fin, todas las emociones que puedan ser reguladas por nuestro Sistema Nervioso Central (SNC).

Sin embargo, el olfato no trabaja solo. Tiene un compañero inseparable: el gusto. Los dos hacen parte de lo que yo denominaría lo órganos de la química periodística. En ella se llevan a cabo una serie reacciones quimio-sensoriales que en conjunto, y luego de un estricto balance energético, dan como resultado las “buenas historias”.

Mientras se decodifica el mensaje en el cerebro, es decir, mientras se olfatean las historias, el periodista también siente gusto ellas. Y es un gusto literal, por eso le saben dulce, amargo o salado; más, menos o mejor que otras.

casi todo lo que consideramos sabor (un 95%) lo detectamos con el olfato, y el cerebro analiza e interpreta la información olfativa

Todo esto era lo que pasaba por mi mente, lo que olía, lo que olfateaba mientras escuchaba a Wilson Vega y a Daniela Hernández en una charla para nuestra clase de Nuevas tendencias del periodismo. Wilson hizo alusión al olfato del periodista y luego Daniela remató con su blog periodístico sobre cocina. ¿Habrá algo más químico en esos dos ambientes, en esos dos periodistas?

Todos los olores, agradables o no, son extraordinarios evocadores de recuerdos. El oficio ajeno” (1985), Primo Levi

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