La teoría racial

Miguel Ran
Psicología de Masas del Fascismo
26 min readMar 1, 2019

3. Pureza de la raza, envenenamiento de la sangre, misticismo

Cap.3, parte 3 | Psicología de masas del Fascismo — Wilhelm REICH

Al mezclarse con la sangre de otra raza, particularmente con la sangre judía, la raza (y la humanidad) sucumbe. Una de las fuentes del antisemitismo nacionalsocialistas es la irracional fobia sifilítica.

No debemos reírnos del misticismo fascista del “alma racial”, debemos desenmascararlo. La ideología del “alma” y la “pureza” es la ideología de la asexualidad, la de la represión patriarcal. Su núcleo es el miedo a la sexualidad natural y al orgasmo, pues los considera síntomas de la decadencia social.

El racista Rosemberg deforma arbitrariamente la civilización y la mitología griega, dividiendola en pura y asexuada con Zeus y Atenea, y decadente, extranjera y asiatica con Dionisio.

La reacción política niega la existencia previa del matriarcado, porque este representa la democracia del trabajo y la sociedad acorde a la economía sexual. El orden patriarcal es el fundamento del autoritarismo, expoliando de su libertad sexual a las mujeres, los niños y los jóvenes, transformando la sexualidad en mercancía y poniendola al servicio de la servidumbre económica. Con la castidad el acto sexual se vuelve deshonroso para la mujer. La sexualidad infantil y juvenil es reprimida. El matrimonio monogámico se convirtió en la institución central. La Iglesia ha extendido la tesis de la “naturaleza metafísicamente moral del hombre” y su esencia monógama.

La igualación de la “comunidad de bienes” con la “comunidad de mujeres” es un argumento contrarevolucionarios. Las relaciones sexuales entre las clases dominantes y las oprimidas para el fascista es “mestizaje de las razas”. La segregación también está presente en la moral sexual. No hay una correlación mecánica entre la represión sexual y la explotación material.

La moral de la castidad se aplica principalmente a los miembros femeninos de las capas dominantes para asegurar la propiedad. En los comienzos del capitalismo la clase dominante aún no está interesada en la represión sexual de los explotados.

Mientras la clase dominante es económicamente poderosa sabe mantener la frontera que separa su moralidad sexual de la de la masa, pero en las crisis esta frontera se debilita. Las costumbres sexuales de las masas no son un peligro únicamente psicológico, sino también social; la amenaza pesa directamente sobre su institución de la familia. Cuando las crisis la sacuden, los frenos morales de la sexualidad se relajan en el mismo interior de la clase dominante. La pequeña burguesía es el pilar principal del orden autoritario. La familia autoritaria es el puente entre la situación social miserable de la pequeña burguesía y la ideología reaccionaria.

“Paralelamente a la contaminación política y moral de nuestro pueblo se puede comprobar desde hace muchos años, un envenenamiento no menos horroroso del cuerpo de nuestro pueblo por la sífilis”, escribe Hitler. La causa de ello sería, en primer lugar:
“La prostitución del amor. Aunque no provocase la espantosa enfermedad directamente, causaría un inmenso trastorno a nuestro pueblo, ya que los estragos morales causados por la degeneración bastan para exterminar a un pueblo lenta pero inexorablemente. Esta judaización de la vida de nuestras almas y la explotación mercantil de nuestros instintos sexuales harán perecer a nuestra descendencia tarde o temprano…”. “El pecado contra la sangre y la raza es el pecado original de este mundo y el fin de una humanidad que sucumbe a él.”

Según esta teoría, la mezcla de las razas conduce a la mezcla de la sangre y al “envenenamiento de la sangre y el cuerpo del pueblo”.

“Las más manifiestas consecuencias de la contaminación de las masas (por la sífilis) aparecen en nuestros hijos. Estos son el más lastimoso producto del envenenamiento progresivo e inexorable de nuestra vida psíquica. Es en las enfermedades de los niños donde se manifiestan los vicios de los padres”.

Entendamos por “vicios de los padres” su costumbre de mezclarse con la sangre de otra raza y, más particularmente, con la sangre judía, dejando con ello que la “pura sangre aria” se contamine de la “peste judía mundial”. Observemos hasta qué punto está de acuerdo esta tesis con la del envenenamiento de la germanicidad por el “judío cosmopolita Karl Marx”. Una de las fuentes más poderosas de la ideología política y del antisemitismo nacionalsocialistas es la esfera irracional de la fobia sifilítica. Según estas teorías, hay que procurar siempre por todos los medios la pureza de la raza, o, lo que es lo mismo, la pureza de la sangre.(*)
(* El “Times” escribía el 23 de agosto de 1933: “El hijo y la hija del embajador americano en Berlín se contaban entre los extranjeros que, el domingo 13 de agosto, vieron como se conducía a una joven por las calles de Nuremberg; tenía la cabeza rapada y de las trenzas cortadas pendía un cartel con la siguiente
inscripción: «Me he entregado a un judío».
“Otros muchos extranjeros pudieron también presenciar la escena. Hay siempre turistas extranjeros en Nuremberg y el desfile con la joven se desarrollaba de un modo tal que pocas gentes en el centro de la ciudad hubieran podido dejar de verlo. La joven que, según la descripción de algunos extranjeros, era delgada, frágil y, a pesar de su cabeza rapada, particularmente bonita, fue conducida a lo largo de una serie de hoteles internacionales cercanos a la estación, por las principales calles, en las que el populacho bloqueaba la circulación, y de restaurante en restaurante… Estaba escoltada por las
S.A.(*) y seguida por una muchedumbre que un espectador digno de crédito cifra en unas dos mil personas. Varias veces tropezó y las S.A. la pusieron de pie e incluso la alzaron para que los espectadores más lejanos pudieran verla; el populacho se aprovechaba para
insultarla, para burlarse de ella e invitarla, a modo de irrisión, a lanzar un discurso.
“En Neu-Ruppin, en los alrededores de Berlín, se condujo bajo la vigilancia de las
S.A. a una joven que no se había puesto de pie cuando se interpretaba el himno de Horst WesseL Llevaba un cartel en la espalda y sobre el pecho con la inscripción: «Yo, criatura desvergonzada, he tenido la osadía de permanecer sentada mientras
se interpretaba el himno de Horst Wessel, manifestando con ello mi desprecio por las víctimas de la Revolución Nacional». Más tarde se condujo de nuevo por las calles a la misma joven. Antes se había publicado en el periódico local la hora en que se celebraría el espectáculo, de forma que pudiera reunirse una muchedumbre importante”.
(* Sturmabteilung
(Sección de Asalto))

Observemos hasta qué punto está de acuerdo esta tesis con la del envenenamiento de la germanicidad por el “judío cosmopolita Karl Marx”. Una de las fuentes más poderosas de la ideología política y del antisemitismo nacionalsocialistas es la esfera irracional de la fobia sifilítica

Hitler ha repetido a menudo que no hay que abordar a la masa con argumentos, pruebas, erudición, sino con sentimientos y creencias. En el lenguaje nacionalsocialista (y pensamos en Keyserling, Driesch, Rosenberg, Stapel y otros) las fórmulas vagas y místicas son tan frecuentes que merece la pena intentar su análisis. ¿Qué se esconde, pues, tras el misticismo de los fascistas? La respuesta nos la proporciona el análisis de las “pruebas” de la validez de la teoría racial fascista, pruebas que Rosenberg nos administra en su Mito del Siglo XX. Allí se lee en el comienzo:

“Los valores del alma racial que, como fuerzas motrices, se erigen tras la nueva imagen del mundo no son aún parte integrante de la conciencia viva. Sin embargo, el alma significa la conciencia vista desde el interior y, a la inversa, la raza es el mundo exterior del alma”
(Mito del Siglo XX, Alfred Rosenberg — 1930)

Nos encontramos aquí con una de esas frases típicamente nacionalsocialista que, a primera vista, son una insensatez y cuyo sentido parece escamotearse incluso para aquellos que las escriben. Para comprender correctamente el impacto político-irracional de este tipo de frases, tomadas del misticismo, es necesario poseer una visión justa de su eficacia en el plano de la psicología de masas. Continuemos:
“Por esta razón, la historia de las razas es, al mismo tiempo, la historia de la naturaleza y la mística del alma, mientras que, inversamente, la historia de la religión de la sangre es la gran leyenda universal de la ascensión y la decadencia de los pueblos, de sus héroes y pensadores, de sus inventores y artistas”.
(Mito del Siglo XX, Alfred Rosenberg — 1930)

El reconocimiento de este hecho conduce a la convicción de que el “combate de la sangre” y la “mística presentida de los hechos de la vida” no son dos cosas diferentes, sino que representan la misma cosa de dos modos diferentes. El “combate de la sangre”… “la ascensión y la decadencia de los pueblos”… “el envenenamiento de la sangre”… “la peste judía mundial”… todo esto se inscribe en la misma línea que comienza por el “combate de la sangre” y acaba mundialmente en el terror sangriento contra el “materialismo judío” de Marx y la matanza de judíos.

Prestaremos un flaco servicio a la causa de la libertad humana si nos contentamos con reírnos de esta mística en lugar de desenmascararla y de reducirla al contenido irracional que forma su núcleo. Lo que aquí hay de esencial, de más importante en el plano práctico es el proceso
energético-biológico, concebido desde una óptica irracional y mística, expresión exacerbada de la ideología sexual reaccionaria. La ideología mundial del “alma” y de la “pureza” es la ideología mundial de la asexualidad, de la “pureza sexual”, o para llamar a las cosas por su nombre, una forma de represión y angustia sexual, productos ambos de la sociedad patriarcal autoritaria.

Prestaremos un flaco servicio a la causa de la libertad humana si nos contentamos con reírnos de esta mística en lugar de desenmascararla (…) La ideología -mundial del “alma” y de la ‘“pureza” es la ideología mundial de la asexualidad, de la “pureza sexual”, o para llamar a las cosas por su nombre, una forma de represión y angustia sexual, productos ambos de la sociedad patriarcal autoritaria.

“El conflicto entre la sangre y el medio ambiente, entre la sangre y la sangre es el último fenómeno que puede alcanzar nuestro pensamiento; es imposible buscar y explorar más lejos”, dice Rosenberg. Pero se equivoca: somos lo bastante presuntuosos para buscar más lejos, para examinar sin el menor sentimentalismo el proceso vivo “entre la sangre y la sangre” y de derribar así uno de los pilares del nacionalsocialismo.

Dejemos al mismo Rosenberg la tarea de demostrarnos que el núcleo de la teoría racial nacionalsocialista es el miedo mortal a la sexualidad natural y a su función del orgasmo.
Para apuntalar su tesis según la cual la ascensión y decadencia de los pueblos estarían en función de la mezcla de las razas y del “envenenamiento de la sangre”, Rosenberg nos cita el ejemplo de los antiguos griegos. Los griegos, nos explica, fueron en su tiempo, los representantes de la raza nórdica pura. Los dioses Zeus y Apolo, la diosa Atenea, eran los “símbolos de una piedad grande y pura”, los guardianes y protectores de “todo lo que es noble y sereno”, “los defensores del orden, los dueños de la armonía de las fuerzas del alma, de la medida artística”. Homero no habría mostrado el menor interés por el “éxtasis”. De creer a Rosenberg, Atenea representaba:
“El símbolo del rayo, salió de la cabeza de Zeus, destructor de toda vida, la virgen prudente y serena, la guardiana del pueblo de los helenos, su fiel protectora en los combates.
Estas piadosas creaciones del alma griega prueban la vida aún pura, interior, rectilínea del hombre nórdico; constituyen profesiones de fe religiosa en el sentido más sublime del término, la expresión de su confianza en su propia especie”
(Mito del Siglo XX, Alfred Rosenberg — 1930)

el núcleo de la teoría racial nacionalsocialista es el miedo mortal a la sexualidad natural y a su función del orgasmo.

Rosenberg opone a estos dioses puros, sublimes, piadosos, los dioses del Oriente próximo:
“Mientras que los dioses griegos eran los dioses de la luz y del cielo, los dioses no arios del Oriente Próximo incorporaban todos los rasgos terrestres.”

Démeter y Kermes serían los productos típicos de esta “alma racial”; Dionisio, dios del éxtasis, de la voluptuosidad, de las ménades desencadenadas señalaría la “irrupción de la raza extranjera de los etruscos y el comienzo de la decadencia del helenismo”.

De modo arbitrario, pues, y para apuntalar su tesis del “alma racial”, Rosenberg se apodera de un cierto número de dioses que representan a uno de los aspectos contradictorios de la génesis de la civilización griega, para adornarles con el epíteto de “griegos” y califica a los otros, surgidos también como los primeros de la cultura helénica, de “dioses extranjeros”. Según Rosenberg, la culpa de la mala interpretación de la historia griega es atribuible a la investigación histórica que ha perdido el “sentido de los valores raciales” y comprendido mal el helenismo.

“El gran romanticismo alemán se resiente con un estremecimiento de veneración, de esos velos, cada vez más tupidos que se abaten sobre los dioses luminosos del cielo y se sumerge profundamente en lo instintivo, lo informe, lo demoníaco, lo sexual, lo estático, en la veneración de la madre, sin dejar de calificar todo esto de helénico”
(Mito del Siglo XX, Alfred Rosenberg — 1930 | subrayado de W. R.)

La filosofía idealista de todos los matices no explica las condiciones en las que surge “lo extático”, “lo instintivo” en ciertas épocas culturales, sino que se pierde más bien en la evaluación abstracta de este fenómeno, dictada por esta misma concepción de la cultura que, a fuerza de elevarse por encima de lo “terrestre” (natural), sucumbe al fin a sus propias especulaciones. En cuanto a nosotros, también nos ocupamos de evaluar estos fenómenos, pero nuestras evaluaciones se desprenden de las condiciones del proceso histórico que se designa con el nombre de “decadencia” de una cultura; al hacer esto, nos esforzamos por distinguir las fuerzas progresivas de las regresivas y las inhibitorias, de captar el sentido histórico del fenómeno de la decadencia y de localizar los gérmenes de las nuevas formas de la cultura, de las que, inmediatamente, favoreceremos el florecimiento.

Cuando, al meditar sobre el hundimiento de la civilización autoritaria del siglo XX, Rosenberg evoca el destino de los griegos, lo que hace es tomar partido por las tendencias conservadoras de la historia, a despecho de todas sus aserciones sobre la “renovación” de la germanidad (“Deutschtum”). Avanzaremos por un terreno seguro si llegamos a comprender el punto de vista de la reacción política en nuestras investigaciones sobre la revolución cultural y su núcleo sexual-económico. Para el filósofo de la civilización reaccionaria no hay otro remedio como no sea la resignación o el escepticismo o bien la inversión del curso de la historia por medios “revolucionarios”. Si cambiamos de punto de vista en la consideración de las civilizaciones, y ya no vemos en la decadencia de la cultura antigua el fin de la civilización a secas, sino el de una civilización determinada, a saber, de la civilización autoritaria, que ya lleva en sí los gérmenes de una nueva civilización auténticamente liberal, aplicaremos también otros criterios de valor a los elementos culturales que antes habíamos juzgado como positivos o negativos. Lo único que importa es comprender la correlación que existe entre la revolución y los fenómenos que el reaccionario considera síntomas de la decadencia. De este modo, resulta significativo que, en el campo de la etnología, la reacción política dé preferencia a la teoría patriarcal, mientras que el mundo revolucionario no admita más que el matriarcado. Si se hace abstracción de los datos objetivos de la ciencia histórica, cada una de las actitudes está determinada en los dos campos opuestos por corrientes sociológicas que corresponden a procesos objetivos de la economía sexual, de los que hasta ahora no se había tomado conciencia. El matriarcado, cuya existencia histórica ha sido probada, no representa solamente la organización de la democracia natural del trabajo, sino también la organización natural de la sociedad que obedece a los imperativos de la economía sexual.(*) Por el contrario, el patriarcado no es solamente autoritario en el plano económico, sino que su organización en lo sexual económico es deplorable.
(* Cfr. al respecto a Morgan (La sociedad arcaica) y Engels (El Origen de la Familia), así como Malinowski (La vida sexual de los salvajes) y Reich (La irrupción de la moral sexual).)

Lo único que importa es comprender la correlación que existe entre la revolución y los fenómenos que el reaccionario considera síntomas de la decadencia. De este modo, resulta significativo que, en el campo de la etnología, la reacción política dé preferencia a la teoría patriarcal, mientras que el mundo revolucionario no admita, más que el matriarcado

La Iglesia ha extendido, mucho más allá de la época en que detentaba el monopolio de la investigación científica, la tesis de la “naturaleza metafísicamente moral del hombre”, de su esencia monógama, etc. Por este motivo, los descubrimientos de Bachofen amenazaban con trastornarlo todo. No sólo resultaba desconcertante la organización sexual del matriarcado por una organización diferente de la consanguinidad, sino también por el efecto autorregulador natural que imprimía a la vida sexual. Hasta Morgan, y después de él, Engels, nadie había reconocido su auténtico fundamento, que era la ausencia de la propiedad privada de los medios de producción social. En su calidad de ideólogo del fascismo, Rosenberg se ve obligado a negar los estadios matriarcales primeros de la antigua civilización griega (históricamente demostrados, sin embargo) y a recurrir a la hipótesis según la cual, “los griegos se habrían impregnado a través de lo dionisíaco, física y espiritualmente, de una esencia extranjera”.

La Iglesia ha extendido (…) la tesis de la “naturaleza metafísicamente moral del hombre”, de su esencia monógama, etc. Por este motivo, los descubrimientos de Bachofen amenazaban con trastornarlo todo. No sólo resultaba desconcertante la organización sexual del matriarcado por una organización diferente de la consanguinidad, sino también por el efecto autorregulador natural que imprimía a la vida sexual.

La ideología fascista, a diferencia de la ideología cristiana, que examinaremos más tarde, separa el deseo de orgasmo del hombre de las estructuras humanas formadas por el patriarcado autoritario y lo atribuye a razas diferentes: de este modo, nórdico se hace sinónimo de luminoso, celeste, asexual, puro; por el contrario, el Oriente Próximo es instintivo, demoníaco, sexual, extático, orgiástico. Así se explicaría el rechazo fascista de la investigación “romántica e intuitiva” de Bachofen, cuya tesis sobre la vida de los antiguos griegos califica de “hipotética”. En la teoría racial fascista, el miedo al orgasmo del hombre sometido a una autoridad despiadada aparece bajo una forma fija, petrificada para siempre y opuesta como “línea pura” al elemento animal, orgiástico. Por este motivo, el “helenismo”, lo “racial” se convierte en la emanación de lo “puro”, de lo “asexual”; la raza extranjera, el etrusco, representa el elemento “animal” y, por lo tanto, “inferior”. Debido a esto, el patriarcado debe situarse al comienzo de la historia del hombre ario.

En la teoría racial fascista, el miedo al orgasmo del hombre sometido a una autoridad despiadada aparece bajo una forma fija, petrificada para siempre y opuesta como “línea pura” al elemento animal, orgiástico.

“El primer gran combate, de decisiva importancia para el destino del mundo, entre los valores de la raza, tuvo lugar en suelo griego, y decidió la victoria del principio nórdico. Desde entonces, el hombre iba a comenzar su existencia por el lado del día y de la vida; las leyes de la luz y del cielo constituyen el espíritu y la esencia del padre, y han presidido el nacimiento de lo que entendemos por cultura griega, la más prestigiosa herencia de la antigüedad que haya llegado hasta nuestros días”
(Mito del Siglo XX, Alfred Rosenberg — 1930)

El orden sexual patriarcal y autoritario, nacido de los trastornos del fin de la época matriarcal (autonomización económica de la familia del jefe con respecto a la “gens” maternal, aumento de los intercambios comerciales entre las etnias, desarrollo de los medios de producción) se convierte en el fundamento de la ideología autoritaria, expoliando para ello de su libertad sexual a las mujeres, los niños y los jóvenes, transformando la sexualidad en mercancía y poniendo los intereses sexuales al servicio de la servidumbre económica. Pervertida de esta manera la sexualidad toma en efecto un aspecto diabólico, demoníaco, al que es preciso oponerse. A la luz de los imperativos patriarcales, la casta sensualidad del matriarcado aparece como el obsceno desencadenamiento de las fuerzas de las tinieblas. Lo dionisíaco se convierte en el “deseo culpable” que las civilizaciones patriarcales presentan como algo caótico e “inmundo”. Confrontando con las estructuras sexuales humanas, pervertidas y lúbricas, dentro y fuera de sí mismo, el hombre patriarcal se encuentra encadenado por primera vez a una ideología según la cual sexualidad e impureza, sexualidad e inferioridad o diabolismo son nociones inseparables.

El orden sexual patriarcal y autoritario, nacido de los trastornos del fin de la época matriarcal (…) se convierte en el fundamento de la ideología autoritaria, expoliando para ello de su libertad sexual a las mujeres, los niños y los jóvenes, transformando la sexualidad en mercancía y poniendo los intereses sexuales al servicio de la servidumbre económica. (…) el hombre patriarcal se encuentra encadenado por primera vez a una ideología según la cual sexualidad e impureza, sexualidad e inferioridad o diabolismo son nociones inseparables

Tal valoración toma también el aspecto de una justificación racional (en un plano secundario). Con la institucionalización de la castidad, las mujeres pierden su castidad bajo la presión de sus aspiraciones sexuales: entre los hombres, la sexualidad brutal ocupa el lugar de la sexualidad natural y orgiástica. De esta manera se extiende entre las mujeres la idea de que, para ellas, el acto sexual tiene algo de deshonroso. De hecho, en ninguna parte se suprimen las relaciones sexuales extraconyugales, pero a consecuencia del desplazamiento de los valores y de la abolición de las instituciones que, desde el tiempo del matriarcado las favorecían, entran en contradicción con la moral oficial y han de practicarse a escondidas. Al cambiar de lugar la sexualidad en el plano social, también se modifica el modo de vivirla en el plano personal. El antagonismo existente entre la naturaleza y las exigencias “sublimes” de la moral perturba la aptitud de los individuos para la satisfacción sexual.
El sentimiento de culpabilidad impide el desarrollo orgiástico natural de la fusión de los sexos y provoca éxtasis sexuales que se liberan por medio de diversos derivativos. Hacen su aparición entonces las neurosis, las desviaciones sexuales y los comportamientos sexuales asociales, que se convierten en fenómenos sociales endémicos. La sexualidad infantil y juvenil, vista con agrado en la época primitiva de la democracia del trabajo matriarcal, queda sometida a una represión sistemática, diversa en sus formas. La sexualidad desfigurada, trastornada, brutalizada, rebajada, apoya entonces a la ideología a la que le debe su existencia. La actitud antisexual puede prevalerse hoy día de que la sexualidad se ha convertido en algo inhumano y sucio, pero olvida que esta sexualidad inmunda no es la natural, sino la sexualidad del patriarcado.
La sexología del patriarcado del fin de la era capitalista no está menos influida por estas valoraciones que las concepciones vulgares, de ahí su total esterilidad.
De este modo, la represión sexual aparece como una de las causas principales de la división de la sociedad en clases. La ceremonia de la boda y la transferencia legal de la dote que la acompañaba se convertían de este modo en los puntos neurálgicos del paso de una organización a la otra.(*) Como la dote ofrecida por la “gens” de la mujer a la familia del jefe reforzaba el poder de los hombres y más especialmente, del jefe, el interés material de los hombres de las “gens” y familias de un rango superior empujaba a éstas a perpetuar los lazos del matrimonio, ya que en ese estadio del desarrollo únicamente el hombre obtenía ventajas del matrimonio, y no la mujer. De este modo, el simple aparejamiento de la época de la democracia natural del trabajo, que admitía la separación en todo momento, se transformaba en matrimonio patriarcal, monogámico y perdurable. El matrimonio monogámico permanente se convirtió en la institución central de la sociedad patriarcal, como ha llegado hasta nuestros días. Para asegurar el funcionamiento de esta institución era preciso reprimir y depreciar sin cesar las aspiraciones genitales naturales. Esta evolución no afectaba tan sólo a las clases “inferiores”, cada vez más explotadas, sino también a las capas sociales que hasta entonces habían ignorado la contradicción entre moral y sexualidad y de cuyos contragolpes conflictivos se resentían cada vez más. En efecto, la moral impuesta no actúa solamente desde el exterior; no es completamente eficaz más que cuando se ha interiorizado, cuando se ha convertido en inhibición sexual estructural. En los diferentes estadios del proceso dominará uno u otro aspecto del antagonismo.
Al comienzo, la moral sexual tiene preferencia, más tarde será la inhibición provocada por la moral impuesta desde fuera. Las sacudidas políticas que estremecen a toda la organización social agudizan también el conflicto entre la sexualidad y la moral impuesta, lo que a los unos se les antojará una “decadencia moral” y a los otros una “revolución sexual”. Lo que es cierto es que la noción de la “decadencia de la cultura” proviene de la visión de la irrupción de la sexualidad natural.
Se habla de “decadencia” porque se siente la amenaza del modo de vida basado en la moral impuesta. En realidad, lo que perece es el sistema de la dictadura sexual, dictadura que mantiene las instancias morales impuestas al individuo en interés del matrimonio y de la familia autoritaria. Entre los griegos de la antigüedad, cuya historia escrita data de los tiempos de un patriarcado en todo su apogeo, encontramos en calidad de organizaciones sexuales: el predominio de los Hombres, las hetairas(**) para las capas superiores, la prostitución para las capas inferiores y medias y, al lado, las mujeres casadas, esclavizadas y miserables, cuya única función consistía en “producir” hijos. La dominación masculina de la época de Platón estaba fundada en la homosexualidad.(***)
(* La prueba se aportó en La irrupción de la moral sexual (Der Einbruch der Sexualmoral), Verlag für Sexual-politik, 1932.)
(** En la Antigua Grecia, cortesanas, es decir, una combinación de dama de compañía y prostituta refinada.)
(*** El mismo principio domina la ideología fascista de los dirigentes masculinos (Blüher, Roehm, etc.)).

Se habla de “decadencia” porque se siente la amenaza del modo de vida basado en la moral impuesta. En realidad, lo que perece es el sistema de la dictadura sexual, dictadura que mantiene las instancias morales impuestas al individuo en interés del matrimonio y de la familia autoritaria

Las contradicciones de la economía sexual de la Grecia tardía aparecieron cuando la vida pública griega se deterioró política y económicamente. Para el fascista Rosenberg, la época dionisíaca está determinada por la mezcla del elemento “etnico” y el elemento “apolíneo”, lo que condujo a su desaparición. El falo, escribe Rosenberg, se convierte en el símbolo del fin de la era helénica. Para el fascista, el surgimiento de la sexualidad natural es un signo de decadencia, de lubricidad, de lascivia, de impureza. Esta impresión no es solamente el producto de la imaginación fascista, sino que corresponde también a la experiencia vivida de los hombres de aquellas épocas. Las “dionisíacas” son el equivalente de las danzas y bailes de trajes de nuestros medios reaccionarios. Es preciso saber cómo se desarrollan estas fiestas para no cometer el error, muy extendido, de ver en estas actuaciones “dionisíacas” la cima de la experiencia sexual. Ahí, más que en cualquier otra parte, se revelan las contradicciones insuperables entre el deseo sexual desencadenado y la imposibilidad de gozar, consecuencia de las leyes morales.
“La ley dionisíaca de la satisfacción sexual desenfrenada significa la mezcla de razas sin límites entre los helenos y los levantinos de todas las tribus y todos los géneros”
(Mito del Siglo XX, Alfred Rosenberg — 1930)
¡Imaginémonos a un historiador del milenio cuarto que presentara las fiestas sexuales de la burguesía del siglo XX como una mezcla ilimitada entre alemanes, negros y judíos “de todas las tribus y todos los géneros”!

Para el fascista Rosenberg, la época dionisíaca está determinada por la mezcla del elemento “etnico” y el elemento “apolíneo”, lo que condujo a su desaparición

Se ve aquí con claridad el significado de este modo de presentar la mezcla de las razas: es el rechazo de lo dionisíaco, rechazo cuyo motivo profundo es el interés económico que la sociedad patriarcal encuentra en el matrimonio. Por este mismo motivo, en la historia de Jasón, el matrimonio obligatorio aparece como una defensa contra el hetairismo.

Las hetairas son mujeres que rehúsan someterse al yugo del matrimonio impuesto y que reivindican para ellas una vida sexual independiente. Pero esta reivindicación tropieza con las consecuencias de una educación que ha privado al organismo de su capacidad de goce sexual. Esta es la razón por la que la hetaira se arroja a la aventura, para escapar a su homosexualidad, o bien obedece a una y a otra tendencia, en medio de la turbación y el desgarramiento. El hetairismo encuentra su complemento en la homosexualidad de los hombres, quienes abrumados por la vida conyugal que se les impone, se refugian en los brazos de la hetaira o del efebo(*), en los cuales buscan refrescar su sensibilidad sexual. La estructura sexual de los fascistas que preconizan el patriarcado más riguroso y que reactivan efectivamente en su vida familiar la vida sexual de la época platónica, es decir, la “pureza” en la ideología, el desgarramiento y la morbosidad en su vida sexual real, es por necesidad el eco de la situación sexual en tiempo de Platón. Rosenberg y Blüher ven en el Estado una institución viril de base homosexual.
(* adolescente)
Observemos de qué curiosa manera pretende deducirse de esta ideología el desprecio por la democracia. Se rechaza a Pitágoras porque representa la figura del profeta de la igualdad entre los hombres, porque aparece como el “anunciador del telurismo democrático, de la comunidad de bienes y de mujeres”. La igualación de la “comunidad de bienes” con la “comunidad de mujeres” es uno de los argumentos contundentes de la lucha antirrevolucionaria. La democratización del patriarcado romano que, hasta el siglo V proporcionaba 300 senadores salidos de 300 familias nobles se explica por la autorización que se dio a partir del siglo V de casamiento entre patricios y plebeyos, lo que equivalía a una “decadencia racial”. La democratización de un sistema político por los matrimonios mixtos se considera igualmente como un signo de “decadencia racial”. En este punto se revela por completo el carácter reaccionario de la teoría racial, ya que las relaciones sexuales de los griegos y los romanos de clases distintas quedan asimilados al “mestizaje de las razas”. Los miembros de la clase oprimida quedan al mismo nivel que los hombres de una raza extranjera. En otra parte, Rosenberg habla del movimiento obrero como de “la ascensión de esta humanidad surgida del arroyo de las metrópolis, con todos los desperdicios de Asia” (*). Tras la idea de la mezcla de las razas extranjeras se esconde, por tanto, la idea de las relaciones sexuales con los miembros de las clases oprimidas.
(* Mito del Siglo XX, Alfred Rosenberg — 1930)

Detrás de esta idea se esconde además, la tendencia de la reacción política a la segregación, segregación sin duda muy clara en el plano económico, pero completamente oscurecida en el plano de la moral sexual para las mujeres burguesas sometidas a la represión sexual. Sin embargo, por medio de la mezcla sexual de las clases se asiste, al mismo tiempo, a un estremecimiento de los más sólidos pilares de la dominación de clases y a la posibilidad de una “democratización”, es decir, la “proletarización” de la juventud “bien” ya que las capas inferiores de todo orden social producen representaciones sexuales y modos de vida que constituyen una amenaza mortal para los abogados del orden autoritario.(*)
(* Cír. la apreciación de la “casta impura” en la sociedad patriarcal de la India.)

La igualación de la “comunidad de bienes” con la “comunidad de mujeres” es uno de los argumentos contundentes de la lucha antirrevolucionaria. (…) La democratización de un sistema político por los matrimonios mixtos se considera igualmente como un signo de “decadencia racial”. En este punto se revela por completo el carácter reaccionario de la teoría racial, ya que las relaciones sexuales de los griegos y los romanos de clases distintas quedan asimilados al “mestizaje de las razas”. Los miembros de la clase oprimida quedan al mismo nivel que los hombres de una raza extranjera. (…) Detrás de esta idea se esconde además, la tendencia de la reacción política a la segregación, segregación sin duda muy clara en el plano económico, pero completamente oscurecida en el plano de la moral sexual para las mujeres burguesas sometidas a la represión sexual

Si, en último análisis, el concepto de “mezcla de razas” esconde el de mezcla de las clases dominantes y las clases oprimidas de la sociedad, ello nos proporciona la clave del papel de la represión sexual en la sociedad de clases. En este plano podemos distinguir un cierto número de funciones, pero jamás una correlación mecánica entre la represión sexual y la explotación material por las clases dominantes. De hecho, las relaciones entre la represión sexual y la sociedad de clases son infinitamente más complejas.
No indicaremos aquí más que dos de estas funciones:

En este plano podemos distinguir un cierto número de funciones, pero jamás una correlación mecánica entre la represión sexual y la explotación material por las clases dominantes. De hecho, las relaciones entre la represión sexual y la sociedad de clases son infinitamente más complejas.

1. — Dado que la represión sexual estaba destinada primitivamente a mantener los intereses económicos del derecho de herencia y del matrimonio, comienza en el mismo seno de la clase dominante. La moral de la castidad, pues, se aplica en primer lugar a los miembros femeninos de las capas dominantes. Su misión es asegurar la propiedad adquirida por la explotación de las clases inferiores.

La moral de la castidad, pues, se aplica en primer lugar a los miembros femeninos de las capas dominantes. Su misión es asegurar la propiedad

2. — En los comienzos del capitalismo y en las grandes culturas asiáticas de carácter feudal, la clase dominante no está interesada aún en la represión sexual de las clases explotadas. La opresión sexual comienza solamente con los principios del movimiento obrero organizado, con las conquistas por los trabajadores de ventajas sociales y la elevación consiguiente del nivel cultural de las masas populares. Sólo en ese momento se interesa la clase dominante por las “buenas costumbres” de los oprimidos. El ascenso de la clase obrera se acompaña de un proceso de acercamiento ideológico a la clase dominante.

En los comienzos del capitalismo y en las grandes culturas asiáticas de carácter feudal, la clase dominante no está interesada aún en la represión sexual de las clases explotadas. La opresión sexual comienza solamente con los principios del movimiento obrero organizado

Cierto que esta evolución no implica la pérdida de las formas de vida sexual propias de la clase obrera; éstas se mantienen al lado de las ideologías moralizantes que arraigan cada vez más y provocan el antagonismo descrito más arriba entre la estructura reaccionaria y la estructura liberal. En la perspectiva histórica, la formación de esta contradicción psicológica en las masas coincide con la sustitución del absolutismo feudal por la democracia burguesa. La explotación ha cambiado de aspecto, pero la nueva forma de explotación entraña al mismo tiempo una modificación de las estructuras caracterológicas de las masas. Esta es la situación que Rosenberg describe en términos místicos cuando dice que el antiguo dios de la tierra, Poseidón, rechazado por Atenea, la diosa de la asexualidad, reina bajo la tierra, bajo el templo de Atenea, tras haber tomado la forma de una serpiente, del mismo modo que el “dragón pelásgico Python” que se encuentra en Delfos, bajo el templo de Apolo.
“Pero el Teseo nórdico no ha matado en todas partes a los monstruos del Asia Menor. Al menor debilitamiento de la sangre aria, los monstruos extranjeros renacen sin cesar: los bastardos de Asia Menor y la robustez física de los asiáticos.”

Se comprende lo que el autor quiere decir con “robustez física”: hace alusión a esta simplicidad natural de la vida sexual que distingue a las masas trabajadoras de la capa dominante y que la “democratización” reduce sin abolir completamente. En el plano psicológico, la serpiente Poseidón y el dragón Python representan la sensualidad genital simbolizada por el falo, reprimida e inhibida sobre la tierra por la estructura social de la sociedad y sus miembros, pero no destruida. La capa superior de la sociedad feudal, que encuentra ventajas económicas directas en la negación de la sexualidad natural se siente tanto más amenazada por las formas naturales de la vida sexual tal como la practican las capas oprimidas, cuanto que en su seno no se ha trascendido de modo alguno la sensualidad, sino que prosigue bajo una forma caricaturizada y perversa. Las costumbres sexuales de las masas no constituyen un peligro únicamente psicológico, sino también social para la clase dominante; la amenaza pesa directamente sobre su institución de la familia. Mientras las castas reinantes son económicamente poderosas y siguen un movimiento ascendente, como la burguesía inglesa hacia mediados del siglo XIX, saben mantener íntegra la frontera que separa su moralidad sexual de la de la masa. Pero cuando su dominación vacila y, con más razón aún, cuando las crisis la sacuden como fue el caso desde el principio del siglo XX en Europa central e Inglaterra, entonces los frenos morales de la sexualidad se relajan en el mismo interior de la clase dominante. La dislocación de la moral sexual comienza por la desintegración de los lazos familiares, mientras que la pequeña y la media burguesía, que se ha identificado con la alta burguesía y su moral, se erigen en defensoras auténticas de la moral antisexual oficial. La vida sexual natural pone en peligro ante todo la permanencia de las instituciones sexuales cuando comienza la decadencia económica de la pequeña burguesía. Como la pequeña burguesía es el pilar principal del orden autoritario, este último atribuye gran importancia a la “integridad de las costumbres” y a la eliminación de toda “influencia inferior”.
Porque si la pequeña burguesía perdiese su moral sexual con su posición intermedia entre los obreros de la industria y la alta burguesía, la misma existencia de los dictadores se encontraría comprometida. Puesto que el “dragón pitio” duerme también en el fondo de la pequeña burguesía, siempre presto a sacudir los lazos que se le han impuesto y a hacer tabla rasa de
la mentalidad reaccionaria. Por este motivo, en tiempo de crisis, el poder dictatorial refuerza su propaganda sobre la “pureza de las costumbres” y el “fortalecimiento del matrimonio y la familia”. Ya hemos visto que la familia es el puente tendido entre la situación social miserable de la pequeña burguesía y la ideología reaccionaria. Si, como consecuencia de las crisis económicas, de la proletarización de las clases medias o de la guerra, se relajan los lazos impuestos desde el exterior, el armazón estructural del sistema autoritario se encuentra gravemente amenazado. Volveremos a hablar en detalle de este problema. Podemos, pues, suscribir el alegato del biólogo y “raciólogo” muniqués Leng, cuando en 1932 tras el congreso de la sociedad nacionalsocialista “Deutscher Staat”, declaraba que la familia autoritaria era el pivote de toda la política cultural. Precisemos que esto se aplica al mismo tiempo a la política reaccionaria y a la revolucionaria, ya que esta comprobación tiene una gran importancia.

La vida sexual natural pone en peligro ante todo la permanencia de las instituciones sexuales cuando comienza la decadencia económica de la pequeña burguesía. Como la pequeña burguesía es el pilar principal del orden autoritario, este último atribuye gran importancia a la “integridad de las costumbres” y a la eliminación de toda “influencia inferior”.

--

--