La gran confusión

Ni la opinión pública es exactamente lo que reflejan los votos y encuestas; ni la consulta de la opinión de los ciudadanos es suficiente para garantizar una democracia plena. Lecciones de las elecciones catalanas de 2017 en vistas al 14-F de 2021.

Miquel Urmeneta
3 min readFeb 13, 2021

Las anteriores elecciones catalanas dibujaron una sociedad fuertemente polarizada alrededor de la independencia. Por lo menos, esto es lo que indicaban los resultados de las urnas y la beligerancia de la campaña. Además, la cobertura de los medios iba en la misma línea: interpretaban las encuestas como una competición entre bandos; se hacían eco de las declaraciones de los candidatos, llenas de reproches y acusaciones cruzadas; y se crearon dos universos interpretativos antagónicos. Sin embargo, los teóricos de la opinión pública advierten que esta constituye un ámbito social de gran complejidad y que no debe confundirse ni con los votos, ni con los titulares, ni con los sondeos electorales (ni con los trending topics, podríamos añadir). Así, se da la paradoja que conocemos poco la opinión pública a pesar de ser crucial: es el alma de la democracia.

La centralidad que tuvo la independencia fue fruto de un progresivo aplanamiento del terreno de juego de la política catalana desde 2010. Los partidos relegaron el eje izquierda-derecha para competir únicamente en el de Cataluña-España. Sin embargo, los ciudadanos no compraron inmediatamente la agenda centrada en la cuestión nacional impulsada por políticos y medios. De hecho, entre 2008 y 2017 la principal preocupación de los catalanes fue el paro y la precariedad laboral, que en los medios tuvo una presencia reducida. No fue hasta octubre de 2017 que el debate centro-periferia ocupó las mentes del grueso de la población. Según el CEO, esto coincidió con una mejora de la percepción sobre la marcha de la economía, el momento en que la Gran Recesión fue superada en términos demoscópicos.

Pongamos ahora la lupa en las preferencias de los ciudadanos sobre cómo debía resolverse el procés. Según diferentes estudios del ICPS, entre 2015 y 2018 la opción con más apoyo era pactar con España un mayor autogobierno para Cataluña (alrededor del 45%). Esto nos lleva a pensar que la ciudadanía no llegó a asumir plenamente el planteamiento binario de las élites sobre la independencia. Como vemos, un análisis detallado de las encuestas –a pesar de todas sus limitaciones– cuestiona las primeras impresiones: la sociedad catalana no estaba tan polarizada como parecía y la preocupación exclusiva por la cuestión nacional fue en parte circunstancial. Andábamos algo confundidos.

La situación actual es muy diferente pero quizá no mejor. Por un lado, el CEO de finales de 2020 identifica la sanidad como la principal preocupación de los catalanes y la valoración de la situación económica vuelve a niveles muy bajos. Así, es posible que las circunstancias del 14-F permitan articular electoralmente las preferencias que fueron invisibilizadas en 2017, lo cual sería una buena noticia para la democracia (en cambio, no lo sería tanto actuar como si el procés no hubiera sucedido o el conflicto centro-periferia hubiera sido superado). Sin embargo, todo esto que venimos hablando son sólo síntomas de un problema más profundo. Como dice Grossi –un académico referente en el campo– “la centralidad y el rol de la opinión pública en una sociedad democrática futura no dependerán tanto del hecho de que esta sea reconocida y consultada (tal vez incluso continuamente), sino de que tenga como objeto del propio opinar (y actuar) la política en sí misma” y que sirva “como instrumento para la emancipación individual y colectiva”.

La opinión pública, más que responder a las cuestiones planteadas por las élites, debería servir para que los ciudadanos formulemos nuestras propias preguntas. Para que discutamos no sobre las cosas de la política sino sobre la política de las cosas. Por contra, vemos que la esfera pública está saturada de discursos que confunden las agendas partidistas con las prioridades del país, los lemas de campaña con las necesidades de los electores. Esta gran confusión amenaza nuestras democracias. Hacerle frente es un reto permanente para los ciudadanos, es decir, nosotros.

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Miquel Urmeneta

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