Satisfecho, agradecido y feliz

Todo lo que la tesis me enseñó de la vida y lo que aprendí sobre mí mismo a través de la escritura

Miquel Urmeneta
7 min readDec 16, 2021

“Al final, al final de todo, uno responde a todas las preguntas con los hechos de su vida: a las preguntas que el mundo le ha hecho una y otra vez. Las preguntas son estas: ¿Quién eres? … ¿Qué has querido de verdad? … ¿Qué has sabido de verdad? … ¿A qué has sido fiel o infiel? … ¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con cobardía? … Éstas son las preguntas. Uno responde como puede, diciendo la verdad o mintiendo: eso no importa. Lo que sí importa es que uno al final responde con su vida entera.”
— Sándor Márai (‘El último encuentro’)

“Había aprendido que nadie puede tener el monopolio del saber y que a la humanidad le beneficia más la búsqueda de la verdad que la creencia de poseerla.”
— Rob Riemen (‘Nobleza de espíritu’)

Estaba avisado: la escritura de una tesis es un proceso de maduración intelectual, me habían advertido. Creo que esto es lo que ha sucedido con la mía (Corrientes de opinión en Twitter durante el ‘procés’: agenda, actores, polarización y desinformación alrededor de las elecciones catalanas de 2017), que defendí hace poco más de un mes. En este proceso, la parte de la escritura es fundamental. En algún momento pensé que realmente no haría falta, que una vez había leído todo lo que quería leer el proceso se podía quedar ahí. Estaba muy equivocado. La forma de aprender, de aprehender, de apropiarte de unas ideas asimilándolas e integrándolas en el conjunto de tus conocimientos, en buena parte se hace a través de la escritura.

Y, quizás, más que en la escritura, en la reescritura. En mi caso — que soy lento elaborando ideas — la segunda pasada al texto fue fundamental. Fue entonces cuando emergió la estructura definitiva de la tesis. Al completar los huecos que había en el borrador sucedió algo maravilloso. Las diferentes ideas establecían relaciones y chocaban entre sí ante mis ojos, como si yo no hiciera nada. Cada pieza ocupaba su lugar de una forma sencilla y orgánica. De ahí surgió un nuevo texto que tenía una coherencia muy por encima de mi capacidad de control (llega un punto en el que todo es tan complejo que es imposible “hacerlo cuadrar”). Fue un momento big bang: un espectáculo cósmico para una sola persona.

Esta era la lección: en esta vida, para que un proceso muestre toda su verdad (y bondad), este se ha de atravesar totalmente. No sólo en toda su amplitud y profundidad sino también en su longitud, en su duración: hasta el final, sea el que sea. Aún tardaría en aprenderlo. Al no tener intención de dedicarme a la academia, el acto de la defensa de la tesis se me presentaba como algo sin importancia y, sobre todo, innecesario. Estaba equivocado. Sólo lo entendí cuando tuve que explicar cómo había ido la defensa a las personas que no estuvieron allí (al final, sólo invité a mi familia y unos pocos amigos). Redactando esos mensajes de whatsapp — la escritura, otra vez — me di cuenta que en la situación de saturación emocional en la que me encontraba y sufriendo un síndrome del impostor intenso había recibido las palabras del tribunal como un bálsamo. “Es como si el tribunal me dijera: ‘Quizá tú no te das cuenta pero lo que has hecho es valioso’”, les decía. Y tenía razón. Mejor o peor, esta tesis es fruto de un proceso auténtico, vivido en primera persona y abierto a lo imprevisto, del que puedo sentirme orgulloso. Ahora, cuando miro la copia impresa que tengo en la habitación, siento una satisfacción blanca, sin sombras.

Realmente no puedo estar más agradecido de haber tenido la oportunidad de embarcarme en este proyecto. No es sólo la tesis sino todo aquello que ha pasado alrededor… Durante estos (seis) años, he tenido conversaciones interesantes con gente inspiradora en unos tiempos que ponen de relieve cuestiones cruciales. He descubierto la poesía y el arte moderno, he visto mucho cine y series (me suscribí a Filmin, ¡por fin!) y he leído como nunca. Más que muchos libros, buenos. Y, cada vez más, bien leídos. Entre los autores figuran Zweig (especialmente El mundo de ayer), Hesse (El lobo estepario pero también Siddhartha), Guardini (me sentí muy identificado con sus Apuntes para una autobiografía), Camus (El extranjero), Arendt (Verdad y mentira en la política)… Además, disfruté mucho de la lectura de Honrarás a tu padre de Talese y Anatomía de un instante de Cercas. En un plano diferente, ha sido muy interesante seguir el pontificado de Francisco a través de sus textos y a la luz de la magnífica biografía de Ivereigh.

Sin embargo, si tuviera que seleccionar una sola obra, creo que elegiría Historia y crítica de la opinión pública de Habermas, cuya lectura produjo una profunda huella en mí. En esta misma línea, ha habido otros libros del doctorado que han tenido gran impacto en mi idea del mundo (después de todo, la opinión pública dice mucho sobre nosotros mismos, tanto a nivel individual como social) y del trabajo intelectual. Entre otros, citaría La opinión pública de Lippmann, La espiral del silencio de Noelle-Neumann, Divertirse hasta morir de Postman, Los media y la modernidad de Thompson, La batalla por la opinión pública de los Lang (un matrimonio de investigadores que diseccionaron la comunicación durante el Watergate), Sistemas mediáticos comparados de Hallin y Mancini, The hybrid media system de Chadwick o Comunicación y poder de Castells. Finalmente, fue muy iluminador para mí el planteamiento de Vicens Vives en su Noticia de Cataluña (todo buen historiador ha de ser también sociólogo y viceversa) como también lo ha sido la perspectiva sobre el procés que desarrolla Innerarity en sus escritos. Me siento afortunado de haber estado tan bien acompañado por todos estos autores.

Además, la defensa de la tesis me trajo otra sorpresa: una reconciliación inesperada. Durante el doctorado, a la par que disfrutaba de la investigación y del proceso que catalizaba en mí, fui tomando una conciencia cada vez mayor de los límites del sistema universitario. Esto acabó por cristalizar en una idea muy crítica de esta institución, que como tantas otras — pensaba y, en cierta medida, sigo pensando — está en una profunda crisis (que es lo que sucede cuando hay un divorcio entre el porqué y el qué, en palabras del admirado Blumler). Me interesa más la Universidad que producía libros que la que genera ejércitos de investigadores en una loca carrera por publicar papers y obtener acreditaciones. No obstante, he de reconocer que es posible que el sistema anterior estuviera lejos de ser perfecto: recordamos sólo los mejores libros publicados y olvidamos los mediocres. Por otro lado, los investigadores más potentes de la generación actual están haciendo un trabajo excelente y, de hecho, mi investigación se nutre en buena parte de sus artículos.

En este sentido, la composición de mi tribunal puede entenderse — aunque no fuera mi intención — como lo que los sociólogos llaman una ceremonia de unificación. El presidente del tribunal, Miquel de Moragas, catedrático honorario de la Universitat Autònoma de Barcelona, es un exponente de lo mejor del antiguo sistema universitario. Por su parte, Sílvia Majó-Vázquez, que actuaba como vocal, es una investigadora de la nueva hornada cuyo rigor y competencia están fuera de toda duda. Su intervención en la defensa fue brillante, fruto de su concienzuda revisión de la tesis. Además, ella muestra cómo la investigación puntera puede ir más allá de la burbuja académica e iluminar debates de gran importancia social (así se vio en su intervención en este webinar orgniazado por el Col·legi de Periodistes de Catalunya). Finalmente, el secretario fue el actual director de El Periódico de Catalunya, Albert Sáez, quien ha combinado carrera profesional y académica. Se trata de un itinerario muy atractivo que — de alguna forma — me propongo seguir.

Así, he aprendido que distintos modelos pueden hacer aportaciones diferentes pero igualmente valiosas y que es posible tener un compromiso radical (en el sentido de raíz, no de extremo) con unos principios sin ser totalitario (es decir, sin excluir otros valores y sin imponer la propia mirada sobre la realidad). Con esto se cierra un círculo y el proceso de la tesis, toda ella transida por la preocupación por los sesgos y la necesidad de la multiperspectiva, queda bien integrado en un marco más amplio, el proceso vital. Esta reconciliación encuentra un símbolo en el exlibris que recibí como regalo por la defensa, que reproduce una obra de Chillida titulada (significativamente) Redención.

Quería elaborar este texto porque escribir es también crear memoria: sería una pena que todo esto se perdiera. Por un motivo similar, quise hacer un regalo a mis directoras para que lo tuvieran como recuerdo. Pensé en ofrecerles un libro y finalmente me decidí por Siddhartha, de Hermann Hesse. Lo leí el verano pasado, entre el depósito y la defensa, y vi en el camino del protagonista una imagen del mío propio. Al escribir la dedicatoria — la escritura, hasta el final — fueron asomando la cabeza unas palabras que han llegado a ser el mejor resumen de lo que me deja el doctorado: “Acabo este proceso satisfecho, agradecido y feliz”.

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Miquel Urmeneta

StrategicComm, PublicOp & Media | Journalism largely consists in saying ‘Lord Jones is dead’ to people who never knew Lord Jones was alive. —Chesterterton