Supongamos que es cierto: el chavismo es responsable de las protestas en EEUU
Por Augusto Márquez
A medida que continúan las protestas en EEUU a causa del asesinato policial del afroamericano George Floyd en Mineápolis, la Administración Trump vuelve al repetido guión de responsabilizar a otros países de su crisis interna.
Trátese de la pandemia de Covid-19 o de las manifestaciones contra la brutalidad policial que se han desarrollado en decenas de ciudades, Washington suele encuadrarse en un discurso donde es víctima de algún plan macabro de desestabilización que siempre encaja con sus principales rivales geopolíticos.
En el caso de las protestas masivas en las semanas recientes, las acusaciones fabricadas para responsabilizar a la entidad extranjera de turno apuntan a un viejo conocido: el chavismo en Venezuela. Ninguna sorpresa.
Las primeras señas de intoxicación mediática sobre la supuesta relación de Venezuela con las protestas empezaron con la imagen de una persona que estaba grabando un video con su teléfono en medio de las manifestaciones en Washington.
La persona tenía una camisa de los ojos de Chávez y eso fue suficiente para que la narrativa comenzara a andar. El hecho, registrado por la cadena Fox, demostraba con contundencia que había “agentes chavistas infiltrados” en las manifestaciones.
La persona que llevaba la camisa de los ojos de Chávez, ícono de la última campaña presidencial de Hugo Chávez en 2012, era el periodista estadounidense Max Blumenthal.
El estadounidense ha sido calificado como un “agitador” y medios de extrema derecha han rememorado su participación en la defensa de la embajada venezolana en Washington el año pasado como una demostración de sus vínculos con “el régimen”.
La lógica empleada es todo un desafío a la inteligencia: si un estadounidense rechaza la política de guerra de Trump contra un gobierno independiente como el venezolano, entonces es un “agitador” que trabaja en función de una agenda clandestina y no un ciudadano que ejerce sus derechos políticos y su libertad de expresión.
Hoy a nadie se le ocurriría afirmar que quienes en su momento se movilizaron contra la guerra de Irak en Estados Unidos colaboraban en algún macabro plan del gobierno de Saddam Hussein. Sería ilógico.
El mismo Blumenthal afirmó que era él quien usaba la camisa de Chávez e incluso lo tomó a modo irónico, lo que habla muy mal de un “agente infiltrado”: desvelar su identidad antes de lograr el objetivo.
Más tarde la Casa Blanca institucionalizó esta narrativa. Según la institución, cuentan con información sobre individuos vinculados al “régimen de Maduro” que han alentado la violencia en las protestas por el asesinato de George Floyd.
“Estamos al tanto del trabajo de muchos individuos vinculados con los adversarios de nuestro país, entre ellos el régimen ilegítimo de Nicolás Maduro, para provocar conflictos, ayudar a incitar a la violencia y dividir a los norteamericanos explotando las protestas pacíficas”, afirmó al Miami Herald un alto funcionario de la Casa Blanca en condición de anonimato.
Para complementar, el halcón republicano Rick Scott (senador por el estado de Florida) reforzó las falsas acusaciones: “Informes de que Maduro y otros dictadores de América Latina están apoyando a instigadores violentos en las protestas en Miami. No lo permitiremos. ¡Cualquiera que tenga vínculos con estos regímenes que incite a la violencia sufrirá las consecuencias legales de sus acciones!”.
Scott se hizo eco de las imágenes de la activista dominicana Hellen Peña, quien se hizo viral en las redes sociales por caminar durante una manifestación en Estados Unidos con un morral tricolor, usado masivamente por niños y niñas venezolanas para ir a la escuela primaria y secundaria.
Según autoridades de Miami, el FBI ha iniciado pesquisas federales para determinar la presencia venezolana en las protestas.
En los casos de Blumenthal y Peña está presente la lógica persecutoria y de cacería de brujas que ha definido el abordaje represivo de los cuerpos de seguridad contra los manifestantes en Estados Unidos.
Sin embargo, la narrativa de que el chavismo infiltra las protestas en otros países no es nueva.
El año pasado, en el marco de la ola de manifestaciones contra los gobiernos neoliberales de Iván Duque y Sebastián Piñera, la Administración Trump también responsabilizó al chavismo sin mostrar pruebas.
Ahora la narrativa ha vuelto a casa, alimenta la cacería de brujas interna y busca ser reinventada como una especie de casus belis contra el gobierno venezolano, legitimando en el corto plazo una nueva escalada en las sanciones económicas y en la planificación de golpes de estado.
Pero detengámonos un momento y supongamos que lo que dice el gobierno estadounidense es cierto: el chavismo está detrás de las protestas, las ha infiltrado y las impulsa.
Supongamos, incluso, que la visita de Max Blumenthal y de Hellen Peña a Venezuela el año pasado tenían como objetivo acordar con Maduro la planificación de la ola de protesta actual, utilizando como excusa el reconocimiento oficial del gobierno venezolano por la defensa de la sede diplomática del país frente a los intentos de secuestro de la mafia de Guaidó.
Si diéramos todo esto por cierto, pues entonces la narrativa del chavismo como una fuerza política aislada se derrumba. Maduro ya no sería el representante de un “régimen cercado”, como afirma Trump, sino un líder continental con una capacidad de influencia colosal para reventar desde adentro, y sin disparar un tiro ni declarar la guerra, a una de las principales potencias económicas, políticas y militares del planeta.
Supongamos, por un momento nada más, que es cierto que el chavismo ha incitado las protestas.
Esto colocaría a la fuerza política venezolana al mismo nivel de aceptación social que tuvo en su momento Malcolm X y Martin Luther King, líderes icónicos de la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos.
Supongamos por un instante que efectivamente la camisa de los ojos de Chávez y el morral tricolor son elementos que inspiran a protestar contra un sistema injusto y racista por naturaleza.
Si esto es cierto, entonces estaríamos hablando de artefactos simbólicos universales e influyentes, capaces de inspirar a sociedades e involucrarse como un apoyo espiritual en sus coyunturas políticas.
Dar esto por cierto habla bastante mal de Estados Unidos. Los afroamericanos y personas de clase baja han tenido que buscar en Venezuela los símbolos de resistencia que en su casa escasean: las figuras históricas del país norteamericano, todas de origen europeo, adineradas e inclinadas a la guerra y al saqueo, poco pueden inspirar una lucha contra la brutalidad policial.
Supongamos que es cierto que los símbolos chavistas ejercen una fuerza tal que permite reformatear la conciencia política de los estadounidenses. Si esto fuera cierto, entonces el gobierno estadounidense está ante el gravísimo problema de tener que enfrentar a manifestantes que se identifican más con Maduro que con Trump.
Un autobusero sindicalista nacido en El Valle (una barriada popular caraqueña) ha sublevado al pueblo estadounidense, roncándole en la cueva a la élite financiera y al magnate Donald Trump. Si esto es cierto, la matemática emite un dato atronador: el caraqueño tiene más apoyo que el adinerado presidente en su propio país. Los pobres y negros son la mayoría y son chavistas.
Continuemos especulando. Supongamos que es cierto que Maduro distribuye dinero en forma de Petros o bonos de Carnet de la Patria, morrales tricolores y camisas con los ojos de Chávez en cantidades industriales para desatar el caos en Estados Unidos. Esto lo hace, obviamente, como una especie de venganza contra la Administración Trump que le ha declarado la guerra desde 2016.
Si esto fuese cierto, las continuas sanciones criminales y golpes de estado fallidos de la Casa Blanca contra el presidente venezolano, lo único que están logrando es que Maduro se enfurezca más y lleve al máximo sus poderes espectaculares para destruir al Imperio desde abajo.
Si esto fuese cierto, entonces convendría un cambio de enfoque con respecto a la política exterior belicista de la Administración Trump contra Venezuela. Por sentido común, deberían eliminar las sanciones y reducir el tono de la confrontación con el objetivo de que Maduro desista de sus planes de injerencia y se restablezca el orden interno en Estados Unidos.
Lo único que están consiguiendo con sus acciones de guerra económica y política es que Bigotes los destruya en un golpe fulminante.
Supongamos, por último, que el chavismo ha logrado estimular una crisis política y social en Estados Unidos. Si diéramos esto por cierto, entonces el chavismo se ha convertido en una fuerza política internacional con capacidad de poner contra las cuerdas sistemas de opresión que llevan varios siglos.
En este sentido, no es una opción pertinente declararle la guerra y perseguir su exterminio, pues otras sorpresas podrían ocurrir si no dejan quieto al chavismo de una buena vez.