El canto del gallo

María Jesús
2 min readFeb 19, 2018

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Se despertó desorientado, no se oía absolutamente nada, un silencio perfecto le rodeaba. La nada. Por primera vez en su vida no oía coches por la calle, ni ruido de vecinos, nada.

Asustado se acurrucó en la cama, no sabía qué pasaba, tenía miedo. Consiguió dormir otra vez, pero al rato volvió a despertarse. Otra vez lo mismo, nada, un silencio sepulcral, estremecedor.

De pronto, a lo lejos, se oyó cantar un gallo.

–Anda, es verdad, había olvidado que estoy en el pueblo.

Se levantó, miró por la ventana, en la finca de detrás ya empezaba a brotar el trigo. El contraste entre la tierra roja y el verde del trigo, en las montañas aún quedaba nieve. El azul del cielo y el aire frío le dieron paz. Ahora el silencio ya no le daba miedo.

Decidió salir a pasear por los caminos del pueblo, no todos los días se podía disfrutar de esa paz y ese aire puro. Hoy la caminata sería una experiencia distinta, sin tragar el humo de los coches ni tener que esquivar gente.

Durante la ruta pensó en esa tranquilidad, en la suerte que tenía de poder disfrutarlo una temporada. Sin embargo esa sensación se fue difuminando. De pronto se dio cuenta: era la única persona que había dormido allí esa noche. No había nadie, en el pueblo no vivía nadie, tan solo estaba él.

Volviendo a casa vio las ruinas de lo que en otra época fueron viviendas repletas de niños risueños, corrales con animales, un frontón en donde, además de jugar a la pelota, se hacían los bailes y los campeonatos de bolos y guiñote el día de la fiesta de San Paulino. En la plaza donde en otra época había tertulia después de cenar, y donde por las tardes las mujeres tejían al sol tan solo había un perro deambulando. Pasó por la era donde tantas veces había ayudado a su padre a trillar el trigo, con sus hermanos pequeños montados en el viejo trillo de piedras de sílex. Hasta no hacía mucho aún había algún viejo trillo, pero un urbanita se lo llevó, quién sabe si ahora no estará adornando algún bar de esos modernos en Malasaña. Una sensación agridulce le invadió, de aquello ya no quedaba nada.

Ahora ya no está. El gallo también murió. Solo queda el silencio como único testigo de la desaparición de un pueblo.

Este relato es una colaboración para #RelatosSilencio dentro de la iniciativa de @divagacionistas

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María Jesús

Ingeniera a ratos, aprendiz de todo. Intentando mantenerme en pie. Siempre a tu izquierda.