Mi relación con ella

Un tema tabú.

Monica Masulli
8 min readFeb 16, 2017

Por primera vez en mis 38 años, fui logrando de a poco, abrir mi alma y empezar a conversar sobre mi relación con la dieta y con la comida. Mi intención al contar esta experiencia, es ayudar, en primer lugar a mí misma y por supuesto a todo aquél que le pueda servir mi historia.

Cuando me acerqué por primera vez al Centro Terapéutico Máximo Ravenna, en el año 2012, estaba cansada de una vida de dieta permanente. Cargaba con el peso de sentir que hacía dieta todo el tiempo, pero con los resultados de las trampas permanentes y el auto boicot, por ende, con kilos de más, muchos kilos de más y la sensación de que no iba a poder, que estaba destinada a ser gorda toda mi vida. Es fácil pensar: ¡Qué tontería! Cualquiera puede cambiar sus hábitos, mejorar, aprender a comer bien. Pues no. No es nada fácil. Y no por una cuestión de inteligencia ni de voluntad. Es porque el problema de fondo es aún mayor. Si no destrabamos, analizamos, aprendemos de nuestras experiencias anteriores, no podemos modificar esa conducta que al mismo tiempo que nos hace tanto daño, también nos da un placer instantáneo, fugaz, pero placer al fin.

Empecé el tratamiento en agosto de 2012. Durante 6 meses, me comprometí, me esforcé, y logré el ansiado resultado, bajé más de 40 kg. Descubrí la lucidez de la cetosis, disfruté de la liviandad de mis movimientos, me animé a mirarme más al espejo. Hasta que empecé a coquetear con la seguridad de poder con todo y contra todo, y volví a subir. No los 40 kg, pero sí 30 kg. ¿Cómo? Si sabía lo que tenía que hacer. Si había estado entrenando para cambiar el chip mental y vivir mi alimentación desde otro ángulo. Hasta hace poco no podía responder esa pregunta. Hoy me di cuenta, que había cambiado algunas cosas, pero no había entrenado lo fundamental. Mi actitud. Creí que había terminado la dieta. No interioricé que había empezado un nuevo estilo de vida. Y caí. Volví en el 2014, ya no duré 6 meses. Duré uno, apenas. Me convencí de que había algo mal en el tratamiento, no en mí. Que era inevitable el re engorde. Y volví en 2016, por supuesto, acorde a ese último pensamiento, sobrepasada, desbordada. Gorda. Con más kilos que la primera vez. Ese día me prometí a mí misma que iba a vivir el tratamiento de manera diferente y que iba a aprender. Y que de paso lo iba a disfrutar, porque lo que uno vive disfrutando, después no lo quiere soltar. Las dietas siempre fueron un estrés para mí, las hacía como buena alumna aplicada, pero en realidad, solo esperaba que lleguen a su fin para poder volver a comer. Hoy sé que hay cosas que siempre voy a querer pero que no me hacen bien. Sé que voy a tener que tomar decisiones todos los días de mi vida, hasta el último. Sé que si como lo que quiero y cuanto quiero, voy a ser gorda, y sé que puedo disfrutar de mi versión delgada sin límites porque solo depende de mí. ¿Si tengo miedo? Claro, mucho. Pero cuento con ese miedo para mantenerme a raya, para no perder el control, para no regalar todo lo que gané al perder estos kilos y todos los que me faltan. Cuento con ese miedo para seguir aprendiendo, madurando y controlando a mi gorda interior. Ahora esto ya no es una dieta. Es mi elección de alimentación en mi vida. Y cada vez que me preguntan: ¿estás a dieta? -cuando pido algo liviano en comparación a lo que ordena el resto de la mesa- mi respuesta es, no, esto me gusta más y me hace sentir mejor. Quién puede cuestionar que pidas lo que te gusta más, ¿acaso no es lo que hacemos todos?

Enero 2016 — Febrero 2017

Esta introducción es solo para llegar al punto que me interesa compartir. Pero necesitaba hacerla porque para llegar a este estado mental, tuve que caer y volver a levantarme. No una, dos, sino tres veces –y solo estoy contando las caídas de este tratamiento, obviando las decenas de dietas que hice antes-. Me tuve que desafiar a mí misma y a mis propios prejuicios. Tuve que enfrentar mis miedos y empezar a trabajar en mi interior para entender qué trato de esconder detrás de esos kilos de más y detrás del vaivén constante de subir y bajar.

Soy muy consciente de que llegué al estado de obesidad en el que me encontraba cuando volví al CTMR por mis propias elecciones. Siendo consciente de eso, el camino natural hacia la delgadez, mi aprendizaje para ser flaca, se centró en la actitud que le puse al tratamiento. Entendí que no podía empezar a ser feliz el día que llegue a la delgadez. Ni el día que deje de tener tal o cual problema. Ser feliz es una construcción interior, una elección. Y yo decidí ser feliz todos los días, los malos y los buenos. Claro, enfrento a los problemas, a veces me angustio, otras me entristezco, pero como estado natural, elijo ser feliz. Feliz y agradecida por todo lo que tengo y por todo lo que puedo hacer.

Creo muchísimo en el poder de la risa, el poder de desdramatizar que nos da el humor. Quienes me conocen saben que no puedo evitar intercalar comentarios jocosos cada tanto. Es que es una herramienta preciosa. Cuando reímos liberamos, y si nos reímos de nosotros mismos, tanto mejor, porque nos damos cuenta de que no es tan grave y podemos perdonarnos. Creo firmemente que no debe pasar un solo día en que no riamos, ese día lo dejamos pasar sin brillo.

Cuántas veces escuchamos la frase: es una cuestión de actitud. Pero ¿qué significa realmente eso? Si bien no podés elegir los problemas o las situaciones con las que tendrás que enfrentarte, sí podés elegir cuál va a ser tu actitud frente a ellos. Si tu actitud es negativa, pesimista, te garantizo que te estás creando vos mismo un problema más. Hay gente que dice, es que yo soy negativo/a, así es mi carácter. No concuerdo. Todos podemos ser positivos si nos permitimos el beneficio de la duda, si nos animamos a dar el primer paso, que es simplemente, el comienzo de un buen día. Si al levantarte decidís que vas a tener un buen día, y empezás a vivirlo con buena actitud, tenés un 99% de probabilidades de que termine siendo una excelente jornada. Porque tu sonrisa atrae más sonrisas, tu amabilidad te compra gestos cariñosos que alegran el alma, tu buena onda disipa malos humores en tu entorno, te convertís en una influencia positiva.

¿Por qué es esto importante para nuestros hábitos alimenticios, para nuestro nuevo estilo de vida?

Analicemos una misma situación con diferentes actitudes.

Es un día de semana, X se levanta a su hora de costumbre –con el tiempo justo-, debe llevar a su hijo al colegio y luego ir a su oficina. X es consciente de que el orden y la organización son claves para sus hábitos alimenticios y que no puede saltarse una comida, como no hay mucho tiempo, X siempre desayuna en la oficina y su hijo en el trayecto al colegio.

Al llegar al garaje de la casa, X se encuentra con que su vehículo tiene un neumático desinflado.

1) X se enoja, siente tal frustración que a los gritos indica a su hijo que se apure, que llegarán tarde. Sale disparada a la calle en busca de una gomería, con tal brusquedad que se rompe el taco del zapato. Llega a la gomería y con indignación ve que aún no está abierta. Al borde de las lágrimas golpea insistentemente el portón, siente rabia, enojo, su día no puede ser peor. Y el de su hijo, que es un silencioso espectador de todo lo que pasa. Llegan tarde al colegio y a la oficina. X siente que no hay motivos para hacer las cosas bien, se merece un premio por el mal día. Consume toda la comida tóxica que puede a media mañana (a pesar de tener fruta a mano), en el almuerzo y en la cena. No merienda porque está saturada de comida. Y su día termina mal, como no podía ser menos por todo lo que pasó. Al llegar a su casa, antes de dormir, siente que perdió el control de su vida, se siente mal, se siente incapaz de tener buenos hábitos alimenticios, la “dieta” no es para ella. Mañana hará otra vez el esfuerzo de empezar pero ya sabe que seguramente volverá a caer. Qué suerte tienen los flacos que pueden comer lo que quieran sin engordar. El hijo de X se siente mal también. No sabe si hizo algo mal, pero las cosas no salieron bien, su mamá está triste.

2) X respira profundamente y entiende que esta situación del neumático desinflado implica que tendrá que hacer algunos cambios en su rutina. Mira la hora y asume que no podrán llegar a tiempo. Llama por teléfono al colegio de su hijo, explica la situación y avisa que el niño estará ingresando apenas resuelvan el inconveniente. Su hijo la mira, ambos levantan los hombros y sonríen. Con una mirada cómplice, deciden que pueden aprovechar la media hora que falta hasta que abra la gomería para compartir el desayuno. Ambos se sienten bien de tener ese tiempo extra para pasar juntos. Llegan al colegio y a la oficina con una demora de una hora en total, se esfuerzan al máximo y sin problemas recuperan esa hora perdida. Al llegar esa noche a casa, ambos coinciden en que a veces hay situaciones que pueden regalarnos un tiempo extra con la persona que más queremos, un pequeño escape a la rutina. Ambos se sienten felices, con su vida bajo control y orgullosos uno del otro. X completó otro exitoso día de buena alimentación, sin esfuerzo.

X soy yo. La primera situación era mi reacción hace un par de años. Enojo y frustración como primeras reacciones, justificación y excusas a continuación. Tristeza como resultado final, además de los kilos de más. La segunda situación es mi vida actual. Aprendí que hay muchas cosas que no podemos controlar, pero lo que sí podemos es elegir cómo vivir y qué actitud tener.

Mi relación con ella, es con la dieta (antes) y con la comida (ahora).

Mi elección es vivir feliz, aprender a ser flaca significa tomar la decisión correcta todos los días de mi vida. El resultado más preciado que estoy obteniendo en todo este proceso no es la delgadez. Es mi paz interior. Siento que tengo una vida plena, que la disfruto al máximo. Soy feliz. Y como detalle no menor, mi entorno también está feliz. Mis relaciones mejoraron, hay gente que se inspira con mi comportamiento, recibo constantes palabras de aliento, me siento apreciada, valiosa, querida y fuerte. Está naciendo mi flaca, y cada día la quiero más. Me emociona el proceso que tenemos por delante, de conocernos, equivocarnos, aprender juntas, conseguir logros, hasta llegar al punto de ser una sola, de que al fin, Mónica sea la flaca.

Mayo 2016 — Enero 2017

Pedir ayuda, es siempre una buena decisión. Rediseñarnos (mental y físicamente), también. Pero ya es tema para otro post. Esta es mi historia, mi experiencia, seguramente plagada de errores, excusas y aprendizajes, pero honesta y real. Gracias por leerme!

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