Deux ou trois choses que je sais d’elle | El rompimiento constante de la cuarta pared | Godard

Alejandro Lopez Correa
6 min readSep 17, 2022

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Lea aquí la versión en inglés.

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El motivo de mis lágrimas no se encuentra en las huellas que estas dejan en mis mejillas.

Un niño de 10 años crece en un particular entorno familiar. En su casa, todo se resuelve a los gritos, incluyendo lo que lo involucra. Alguna vez una tía entra en su cuarto y le pide un favor susurrado. El niño se encoleriza y siente ganas de matar a todo el mundo. Grita, se estremece y se va del cuarto.

Es la primera vez en la vida en la que sentirá que un sociópata vive dentro de él. Intuye, además, que ese sentimiento habita en todo el mundo de vez en cuando. Su madre, que lo ve alterado, lo regaña y le pregunta que por qué actúa de esa manera. El niño confiesa que se molestó cuando su tía le susurró al oído. “Malo si gritamos, malo si hablamos pasito”, responde su madre.

El niño encolerizado era yo. ¿Qué tiene que ver eso con algo? Ver Deux ou trois choses que je sais d’elle fue difícil: la voz en off de un narrador que susurra siempre acompaña toda la película. Muy a pesar de esto, la amé, o al menos sus imágenes. Porque a veces las películas no son sobre las historias sino sobre las imágenes.

Deux ou trois choses que je sais d’elle (Dos o tres cosas que yo sé de ella), de Jean-Luc Godard, es sobre Juliette, una ama de casa que se escapa de su monotonía yendo a ejercer la prostitución a París una vez a la semana. Pero es más que eso. Es un ensayo visual que refleja con acierto el amor, la tristeza, las ciudades y el lenguaje. Aunque a veces se va más allá, cayendo en la crítica cliché al estilo de vivimos en una sociedad que me enerva.

“Escucho una voz que me dice: eres indestructible (…) A menudo intentamos analizar el significado de las palabras y nos sorprendemos con facilidad. Francamente, nada es más fácil que tomar algo o alguien por sentado”, nos dice Juliette desde su cocina.

Literalmente nos habla, y lo sabemos porque es la segunda vez que rompe la cuarta pared durante la película. Eso fue lo que más me gustó: un montón de mujeres y un par de hombres hablándos directamente a los ojos en momentos específicos: una versión sesentera de Fleabag o The Office.

Rompiendo la cuarta pared

Como señaló el finado Roger Ebert en su reseña sobre Dos o tres cosas, es un ensayo visual porque refleja “la típica obsesión de Godard con slogans, publicidades, señales y palabras planas. A veces las palabras no tienen significado; están en la película para recordamos que vivimos en un entorno de palabras sin prestarles mucha atención”.

Uno pensaría incluso que los monólogos de los personajes son excusas para que conozcamos la cosmovisión de Godard. Es inverosímil cómo algunos protagonistas se expresan en situaciones particulares. Por ejemplo, uno de los hijos le pregunta a Juliette: “¿qué es el lenguaje”. Ella responde: “el lenguaje es donde el hombre habita”. Minutos después, nos encontramos a Juliette en una tienda de ropas, profetizando sobre la palabra conjunto, pensando en voz alta:

“‘Conjunto’ es una palabra que me gusta. Un conjunto (proyecto de vivienda) son miles de personas, incluso tal vez una ciudad. Nadie sabe cómo se verá la ciudad del mañana. Algo de su riqueza semántica del pasado se perderá, sin duda. El rol formativo de la ciudad será remplazado por otros sistemas de comunicación, tal vez. TV, radio. Vocabulario y semántica”.

Un tinto para meditar sobre la esencia de las cosas

Algo valioso de la película, a pesar de lo engreída y pretenciosa, es que el narrador da en clavo con algunas reflexiones sublimes sobre la vida. Esta vez, una secuencia en una cafetería ahonda en la esencia pura de los objetos, las relaciones, las palabras y los sentimientos en general:

“De pronto un objeto es lo que nos sirve como enlace entre sujetos, permitiéndonos vivir en sociedad, estar juntos. Pero ya que las relaciones sociales son siempre ambiguas, ya que mis pensamientos dividen tanto como unen y mis palabras unen por lo que expresan y alejan por lo que omiten, ya que un amplio golfo separa mi certeza subjetiva de mí mismo de la verdad objetiva que otros tienen sobre mí, ya que constantemente termino siendo culpable, incluso cuando me siento inocente, ya que cada evento cambia mi vida cotidiana, ya que siempre fallo para comunicarme, para entender, para amar y ser amado, y cada fracaso ahonda mi soledad… Ya que… ya que no puedo escapar de la objetividad aplastándome ni la objetividad expulsándome, ya que no puedo elevarme a un estado ni colapsar en la nada… Debo escuchar más de lo que debo mirar alrededor mío en el mundo, mi compañero, mi hermano”.

Regresando a Juliette, ella también medita sobre la tristeza, las palabras y los sentimientos mientras compra ropa. De nuevo, no es natural como se expresa, lo cual reafirma que vemos un videoensayo con imágenes poderosas y signos que traslapan conceptos y monólogos. De todas maneras, su reflexión es valiosa:

“Mis impresiones no se relacionan siempre con el objeto. Por ejemplo, el deseo. A veces conocemos el objeto de deseo. A veces no. Digamos que siento que me falta algo. No sé qué me da miedo, incluso si no hay nada que me asuste. ¿Qué expresión no se refiere a un objeto en específico? Orden, lógica. Sí. Por ejemplo, algo me hace llorar. Pero el motivo de mis lágrimas no se encuentra en las huellas que estas dejan en mis mejillas. Puedes describir lo que sucede cuando hago algo sin necesidad de indicar lo que hace que yo haga algo”.

La cuarta pared se rompe constantemente

Conforme transcurre la película, observamos la ejecución de múltiples obras de infraestructura alrededor de París: una especie de Bogotá caótica actual llena de frentes de obra pero hace 50 años. Reflexiones constantes sobre el levantamiento de ciudades que indican que estas con construcciones en el espacio, generan un placer particular, las conexiones entre los lugares y sus habitantes y la paradójica relación entre nosotros y la sociedad moderna, como recuerda el molesto narrador: “vivir en una sociedad moderna es vivir en un comic gigantesco”.

Me gustó la película. Es un 3.6 de 5. No sé qué sucede, pero siempre dudo si recomendarla o no, como en las dos ocasiones anteriores. Esta vez seré más simple: si le gustan las películas pretenciosas, intelectuales, la Nueva Ola Francesa y el cine francés, la película es para usted. Y de verdad debe serlo, porque no me gustan ninguna de esas cosas. La película es alegría pura. Su estética es un festín visual.

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