Vortex | El arrastre genético de una familia adicta a las drogas

Alejandro Lopez Correa
5 min readOct 7, 2022

Lea aquí la versión en inglés.

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“Hijo, nuestra casa está llena de drogas. Y drogadictos. (…) Somos casi… esclavos de las drogas”.

Una noche cualquiera, una mujer de unos ochenta años se despierta confundida y llena de pánico en su cuarto, preguntándose dónde está. Desesperada llama a su hermana, mi madre, quien va de inmediato a calmarla. Gracias a Dios son casi vecinas. La mujer se despierta al otro día mucho mejor.

Hace poco hablé con mi tía, diagnosticada con Alzheimer, por teléfono. Su nombre es Leticia. Todos la llaman ‘Leti’. Sabía que a lo mejor tenía la enfermedad, pero no había sido diagnosticada hasta hace poco. Lo pude intuir por la conversación que tuvimos porque repetía las cosas dos y hasta tres veces.

Leti y yo

Hay un recuerdo que para ella es invaluable y siempre lo evoca cuando hablamos por teléfono: cuando yo estaba en la cuna y ella me cuidaba mientras trabajaba como costurera, como lo ha hecho durante más de la mitad de su vida. Te amo mucho y te bendigo, papito, seguía diciendo.

Mi familia decidió que no puede vivir sola por algunos cacharros que han pasado. No puede salir sola porque no recuerda para dónde va. Además, espero estar inventando esto, recuerdo que mi madre me dijo que dejó el gas abierto alguna vez, como Elle, la protagonista de Vortex, la última película de Gaspar Noé.

Vortex es el retrato de una pareja de adultos mayores en Francia que se ve golpeada por la demencia. También es la historia de una pequeña familia de cuatro con una relación con las drogas muy fuerte, cada uno a su manera. Por último, es la imagen del vacío eterno en el pecho que queda cuando alguien pierde al amor de su vida.

La demencia, el Alzheimer, la pérdida de memoria y de funciones cognitivas son peligrosas en términos de supervivencia. Elle sale a la tienda del barrio sin avisar, su marido se da cuenta y se preocupa. Hace un coctel de drogas con los medicamentos de su marido y tira a la basura el progreso de su trabajo (él, escritor, escribe un libro sobre sueños y películas).

Drogas y trauma intergeneracional

Sin embargo, más preocupante que las enfermedades mentales es la absoluta (in)consciencia con la que los miembros de la familia, los padres y su hijo, abordan la dependencia de las drogas en la que se encuentran. La forma cándida y cínica de enfrentarlo.

Lui (el esposo) ha sufrido paros cardiacos y toma cuatro pastillas para ello. Elle toma varias drogas para su condición y Stéphane, su hijo, estuvo recluido en un hospital siquiátrico y toma sustitutos para cualquiera que sea condición.

Lui: ¿Recuerdas los problemas que he tenido?
Stéphane: ¿Tomas tus pastas?
L: Totalmente. Totalmente, cada día. Cuatro pastas, siempre. Sin ellas… es demasiado peligroso. Moriría. ¿Y tú? ¿Tomas las pastillas que te recetó el médico?
S: Uso sustitutos, pero no me gustan. Con ellos no hay dolor, pero es una mierda.
L: Hijo, nuestra casa está llena de drogas. Y drogadictos. Sin duda.
S: ¿Y mamá? Ella es la más. La menos entre nosotros. Sé cuidadoso con lo que toma. No lo mezcles. Ella toma drogas muy fuertes.
L: Lo sé. Sé que sus drogas son fuertes. Soy cuidadoso. Es una vida, una vida entre drogas. Somos casi… esclavos de las drogas.

Conversan esto mientras ríen, padre e hijo, ¿tal vez resignados, entregados a su destino? No sé. Mejor dicho: soy plenamente consciente de que mucha gente depende de las drogas y los medicamentos, pero eso no quita que es muy deprimente. La dependencia de las drogas se relaciona con el arrastre genético, algo de lo cual padre e hijo hablan después.

L: ¿Cómo te va con la plata?
S: No hay, se esfumó.
L: ¿De verdad?
S: Nunca tengo y lo sabes.
L: ¿No encontraste un buen trabajo?
S: Seguro, hago documentales y edito o algo por el estilo. Está bien. Tengo mis beneficios, hago bastantes horas. Pero me gasto la plata.
L: Es lo mismo para los dos. Estamos en la quiebra.

Una de las características que hacen de la película algo hermoso es la pantalla dividida, que muestra dos aproximaciones a la vida de los personajes, a veces en diferentes escenarios y a veces en el mismo. Uno de los protagonistas muere y la segunda pantalla, donde solía estar su amante, se desvanece a negro.

Es revelador y me hace pensar de nuevo en las drogas y las adicciones. Nunca he sido drogadicto, pero sí sé que perder al amor de la vida se siente como el síndrome de abstinencia. Eso es lo que sucede cuando la pantalla se desvanece a negro.

Hace poco terminé con el amor de mi vida (algunos dirán que no lo es, pero para mí lo es, al menos hasta la fecha) y esto fue lo que sucedió: la vida sigue, las cosas mejoran, uno se siente más cómodo con uno mismo porque lo manejó mejor que el promedio.

Uno no se entrega a la fiesta, ni al alcohol, ni a las drogas, hace más deporte que en toda su vida, cocina su comida y se alimenta bien e incluso comienza a escribir sobre cine. Pero algo dentro se empieza estirar y es muy doloroso porque conocerse, algo a lo que uno siempre le había hecho el quite de forma inconsciente, no significa precisamente ser bondadoso con uno mismo.

Incluso se puede sentir el dolor físico de la separación, de no saber de esa persona más. Se siente un dolor en elpecho porque uno perdió a alguien que lo completaba y la vida no va a ser la misma, jamás.

La película es un 4.3 y a pesar de que me gustó mucho no la recomiendo: probablemente es la más triste que vi en el año. Mejor dicho: si está atravesando dificultades, de pronto un crispetazo de Tardes Caracol le sentaría mejor.

Las otras reseñas están disponibles acá.

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