David contra David

Reseña a The end of the tour y al libro que inspiró la película.

Enrique Núñez Mussa
5 min readAug 17, 2018

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Por Enrique Núñez Mussa

“I don’t think writers are any smarter than other people. I think they may be more compelling in their stupidity, or in their confusion”.

David Foster Wallace en Although of course you end up becoming yourself.

Parecida a la sensación después de ver esas películas de cocina como Chef (2014) o Tortilla soup (2001) en que dan ganas de comer, cuando comienzan a aparecer en letras blancas sobre fondo negro los créditos finales de la película The end of the tour (2015), dan ganas de leer. No sólo al escritor David Foster Wallace, sino también al periodista de revista Rolling Stone David Lipsky, quien en su libro Although of course you end up becoming yourself (2010), en el que se basa la película, transcribe las conversaciones que sostuvo con el autor durante la primera gira promocional de su carrera, para presentar la novela Infinit jest (1996).

Las dos voces inundan la cinta y el libro con diálogos que son capaces de captar el desgate de conversaciones donde ya se ha hablado demasiado, pero aún no se ha dicho suficiente; en que el desvarío de lo cotidiano se combina con el cansancio, la ansiedad y el hastío, como circunstancias que derriban el intercambio intelectual y parecen omitir la situación de una entrevista, hasta que el botón de stop hace latente la presencia de una grabadora.

En la película, la cámara aporta distancia a los personajes. Aunque está basada en el libro de Lipsky, quien hace una transcripción literal del intercambio con el escritor, en el papel él condiciona las respuestas de Foster Wallace con acotaciones entre paréntesis.

En la cinta, en cambio, aparecen gestos y miradas que advierten de agendas subyacentes, tras la efímera intimidad de un viaje compartido. La escritura como denominador común, es también un anzuelo en la dinámica entre periodista y fuente. Es un motivo que en apariencia los conecta, pero en realidad define las diferencias entre ellos.

Los dos saben los que es estar solos, en silencio, enfrentados a sí mismos en el espejo que significa un documento de procesador de textos, e intentar desarrollar una voz pulsando un teclado. Pero ninguno está conforme o tranquilo, al revés, en ellos es constante la ansiedad por escapar de la situación actual para pasar a una mejor, como si las palabras fuesen la tabla de salvación para estar menos solos, alcanzar cierta pertenencia social o un lugar en el mundo.

Lipsky quiere alcanzar un éxito como el de Foster Wallace y como lo expresa en el libro, su agenda es convencerlo de que eso es lo mejor que le podría pasar, para en esa proyección afirmar que sus propios sueños y aspiraciones se encuentran en el carril correcto.

Foster Wallace quien se enfrenta a asimilar que sus textos lo van a trascender, está menos cómodo con el éxito y, pareciera, que más que los hoteles, entrevistas y firmas de libros, quisiera sentirse a gusto consigo mismo y tener habilidades sociales como las de Lipsky.

Ninguno logra su objetivo y cuando esos intereses emergen, la película es capaz de mostrar cómo la relación entre ellos se torna tensa, por ejemplo, cuando Foster Wallace cree que Lipsky tiene la capacidad suficiente para conquistar a una mujer con la que él se había hecho expectativas, pero que no consigue impresionar.

En las escenas en que los personajes permiten que aparezca lo más infantil y básico de sus personalidades, cuando engullen barritas de chocolates rellenas con caramelo pegajoso o hamburguesas y papas fritas, se vislumbra que, quizás, en otro contexto, por ejemplo, si hubiesen crecido en el mismo barrio o hubiesen sido compañeros de colegio, podrían haber sido amigos.

Lejos de la literatura, tras colmarse de dulces en un supermercado, Foster Wallace le pregunta a Lipsky si estará bien eso que están haciendo. Si estará bien por un rato ser humanos. O como se titula el libro de Lipsky, usando una frase de Wallace, si estará bien, por un momento, terminar siendo ellos mismos.

Esa es la lucha de Foster Wallace, un hombre que disfruta de unas horas de baile con gente de su barrio en una iglesia suburbana, que debe enfrentarse a una fama y a un talento que no le acomoda manejar. No se le ocurre vestirse elegante para una entrevista, no se acostumbra al servicio de los hoteles, ni saca ventaja del reconocimiento que le ha dado su pluma (apariciones en Newsweek y Time, que a él mismo lo sorprenden) para conocer a Alanis Morrisette, de quien tiene fotos en su casa. En sus respuestas asume la paradoja, son las mismas fracturas que lo han llevado a ser escritor las que limitan su capacidad de sacarle ese provecho.

Lipsky tiene clarísimo lo que haría con esa fama y ese talento, pero no lo tiene. Su condena es parasitar de la fama de Foster Wallace, incluso después de su muerte, con un manual de procedimientos que incluye ir vestido como corresponde a una entrevista radial y disfrutar de la atención mientras presenta su libro con la entrevista en que se basa la película.

Ambos comparten el deseo esencial de un escritor, la lucha por dar orden al caos. Presentar con palabras una versión de la realidad que los dote de sentido a ellos y a sus lectores, aun sabiendo que nunca lo lograrán del todo. Una realidad editada, en la que son la mejor versión de sí mismos.

En las páginas de sus libros Foster Wallace es un autor ambicioso y arriesgado, entre las tapas de Although… Lipsky aparece como un entrevistador atento capaz de conseguir un acceso revelador a su personaje.

La película, al presentar el making of del libro, es una obra complementaria, una recreación, en la cual las palabras se des-escriben, para presentar a dos personas con menos épica y literatura, y más falencias y virtudes humanas en un terreno doméstico.

Mientras que para Lipsky el Foster Wallace que vale es el que conoció y pudo capturar dentro de esos días, para Foster Wallace el Lipsky que le interesa, es el que podrá conocer después, cuando lea la primera novela del periodista. Luego de que Lipsky se la regala, Foster Wallace le dice que ahora podrá entrar en su cabeza. Como si las horas conversando en un auto, compartiendo piezas de hotel y alojándolo, no hubiesen sido suficientes.

Estos opuestos binarios, en su relación con la escritura nos muestran al autor que ve la literatura como un fin en sí mismo y al que la concibe como la herramienta para alcanzar otros objetivos.

La película y menos el libro, juzgan si alguna de esas dos formas es superior. Aunque al final de la cinta algo hay de crítica al mostrar como Lipsky se adapta con facilidad al reconocimiento tras la muerte de Foster Wallace, no alcanza a ser tajante.

El libro y la película terminan siendo un homenaje a la escritura como oficio, a la lucha por ordenar el caos, independiente a las circunstancias y ambiciones. Nos dice que por el solo hecho de practicarla y perseguirla, aunque no se llegue al objetivo último, en el proceso se puede intuir algo cercano a una revelación.

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Enrique Núñez Mussa

MA in Journalism. Teacher at @fcomuc. Editor in Chief at @kmcero. Political and media analyst. My work at: www.nunezmussa.com