Esto no Cambia Nada: El Acuerdo de París para Ignorar la Realidad

paupez
11 min readDec 12, 2020

CLIVE L. SPASH, 2016
WU Vienna University of Economics and Business, Vienna, Austria

En el vigésimo primer período de sesiones de la Conferencia de las Partes para la Convención Marco sobre Cambio Climático de Naciones Unidas celebrada en París del 30 de noviembre al 11 de noviembre, la comunidad internacional alcanzó un Acuerdo que incluía a 195 países. El Acuerdo ha sido aclamado por los participantes y los medios de comunicación como un giro importante de la política en la lucha para abordar el cambio climático inducido por el hombre. Lo que sigue es un breve comentario crítico en el que explico por qué el Acuerdo de París no cambia nada. Destaco cómo se ha llegado al Acuerdo eliminando casi todas las cuestiones relativas a las causas del cambio climático antropogénico y no ofrece planes firmes de acción. En lugar de reducciones sustanciales de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) lo antes posible, las intenciones de las partes aseguran una escalada de daños y tratan la probablidad del 50% de llegar a los peores escenarios como algo aceptable. El Acuerdo de París significa el compromiso con el crecimiento industrial sostenido, la gestión de riesgos sobre la prevención de desastres, y futuros inventos y tecnologías salvadoras. El principal compromiso de la comunidad internacional es mantener el actual sistema social y económico. El resultado es la negación de que abordar las emisiones GEI es incompatible con el crecimiento económico sostenido. La realidad es que los Estados y las empresas están involucrados en una constante expansión sin fin de la exploración, extracción y combustión de energía fósil y la construcción de infraestructuras para la producción y el consumo. Los objetivos y promesas del Acuerdo de París no guardan relación con la realidad biofísica, social y económica.

La exigencia de más investigaciones y evidencias han retrasado la acción sobre el cambio climático antropogénico durante más de un cuarto de siglo. Para detener la modificación del clima, las emisiones de combustibles fósiles deben reducirse de forma drástica, si no prácticamente cesadas, y esto debe hacerse antes de que los GEI se acumulan en la atmósfera. Todos los que se toman esto en serio entienden y saben que los tecno-optimistas que abogan por soluciones milagrosas (geoingeniería, captura y almacenamiento de carbono) básicamente se preocupan por mantener el business as usual, al margen del cambio climático o cualquier otro problema ambiental. El Acuerdo de París está siendo aclamado como una postura largamente esperada para contrarrestar esto, pero ¿lo es?.

El hecho de no haber tomado medidas hasta la fecha significa que las concentraciones atmosféricas de GEI ya han superado el nivel que se supone produce un forzamiento climático de 2 grados que la comunidad internacional se habia comprometido a evitar. Incluso la Secretaría de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC) ha declarado que si se aplican sus planes para el objetivo de 2 grados (es decir, la estabilización a 450 ppm de CO2 equivalente) sólo ofrecen una probabilidad del 50% de evitar los peores efectos del cambio climático . Se suponía que el objetivo último de la UNFCCC era “estabilizar de las concentraciones de GEI en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático” (Artículo 2), y no la aplicación de una política que ofrezca tan solo una probabilidad del 50% de sufrir los peores efectos.

El Acuerdo de París afirma ahora (Artículo 2) que el objetivo es mantener el aumento de la temperatura media global “muy por debajo de 2 grados” y “proseguir los esfuerzos” para limitarlo a 1,5, a fin de reducir el riesgo y los impactos del cambio climático. Muchos están poniendo el foco en la mención a 1,5 grados como un gran éxito, pero no hay planes para lograrlo. Tampoco hay menciones a ese 50%, así que ahora el mundo se dirige hacia un incremento de temperatura cada vez mas cierto muy por encima de 2 grados. En lugar de un conjunto de reducciones planificadas y coordinadas, que habrian apuntado a los combustibles fósiles y a los responsables de la creación de GEI, el Acuerdo de París acoge “contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional” (INDC). Estas intenciones “están más en línea con un calentamiento total de 3 grados” (The Economist, 12 de diciembre de 2015). Sin embargo, muchos siguen aplaudiendo porque de hecho este alejamiento del objetivo se admite en el mismo Acuerdo.

De hecho, el Acuerdo de París espera impactos importantes derivados del cambio climático antropogénico y ha renunciado a evitarlos todos. Esto es evidente en las disposiciones que se hacen para la adaptación. Sin embargo, la responsabilidad de forzar a otros a adaptarse no se menciona y se excluye explícitamente la asunción de responsabilidades y compensaciones (Cláusula 52 del articulo 8).

Así pues, el Acuerdo de París mantiene la expectativa de una interferencia antropogénica peligrosa en el sistema climático, el daño deliberado a los inocentes y la adaptación forzada. De hecho, en contradicción con el propio mandato de la UNFCCC, confirma la conversión de la comunidad internacional de la prevención a la gestión de riesgos. En el artículo 8, se puede encontrar la promoción de la ‘Evaluación y gestión integral de riesgos” y “facilidades de seguros de riesgo, agrupación de riesgos climáticos y otras soluciones de seguros”. ¡Como si el seguro contra incendios hubiera detenido alguna vez un incendio!

Además, todo el artículo 2 queda retratado por la frase: “en el contexto del desarrollo sostenible y los esfuerzos para erradicar la pobreza”. El desarrollo sostenible se enfatiza repetidamente en el Acuerdo de París, apareciendo 12 veces en los primeros 10 artículos. De hecho, el Acuerdo no puede leerse fuera del contexto de un lobby empresarial y del nuevo programa de crecimiento bajo el disfraz de “desarrollo sostenible”. Las mismas declaraciones de apertura del documento destacan la importancia de la Resolución de las Naciones Unidas de octubre de 2015 A/RES/70/1. “Transformando nuestro mundo: La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, que a su vez promueve el crecimiento económico, la tecnología, la industrialización y el uso de la energía. El fin específico del objetivo 8 de esta resolución de la ONU es mantener el crecimiento económico per cápita a una tasa de “al menos 7% de PIB anual en los países menos desarrollados”.

La devastación ambiental que esto supondría se debe abordar mediante el “esfuerzo por desvincular el crecimiento económico de la degradación del medio ambiente”, que no tiene sentido a menos que se emprenda en términos absolutos y que es sencillamente imposible para la economía industrial que se promueve en el Objetivo 9. Sin embargo, la esperanza de milagros tecnológicos encaja bien con la fe en una expansión económica sin fin de la producción de materiales y energía.

El Acuerdo de París sigue el ejemplo y afirma que: “Acelerar, alentar y facilitar la innovación es fundamental para una respuesta mundial eficaz y a largo plazo al cambio climático y para promover el crecimiento económico y el desarrollo sostenible” (Artículo 10). De hecho, abordar la cuestión del cambio climático no requiere de nueva tecnología que, incluso si es exitosa, requiere décadas para pasar de la invención a la innovación y a la aplicación. Ese plazo es un lujo que ya ha sido derrochado por décadas de inacción y expansión de los combustibles fósiles. La reducción de los GEI es necesaria de forma inmediata utilizando tecnologías existentes apropiadas (no high-tech), cambiando las infraestructuras, transformación y control sistémico de la demanda.

Ahí radica el problema del Acuerdo de París; es una fantasía que carece de un plan real sobre cómo lograr los objetivos de reducción de emisiones. No se mencionan las fuentes de GEI, ni un solo comentario sobre el uso de combustibles fósiles, nada sobre cómo detener la expansión del fracking, el petróleo de esquisto bituminoso o las exploraciones de petróleo y gas en el Ártico y el Antártico. Del mismo modo, no hay medios para hacer cumplir la ley. El artículo 15 sobre la aplicación y el cumplimiento establece un comité de expertos que será “no antagonista y no punitivo”, lo que significa que no tiene dientes y no puede hacer nada frente a los incumplimientos. Luego está el artículo 28, que ofrece la opción de retirada sin ninguna sanción. Todo el mundo parece haber olvidado ya cómo Canadá se retiró del Protocolo de Kyoto para hacer fracking a una escala industrial masiva y ambientalmente catastrófica.

¿De qué sirve confiar en los gobiernos que firman este acuerdo con una mano mientras que con la otra invierten cada vez más en la extracción, la combustión y el consumo de combustibles fósiles? Estos son los mismos gobiernos que saben que el mundo tiene una reserva probada de combustibles fósiles tres veces superior a lo que hace falta quemar para alcanzar los 2 grados, pero continúan buscando más. Son los mismos gobiernos que promueven tasas de crecimiento del 7% y la proliferación de la industrialización y la infraestructura energética moderna, incluida la tecnología avanzada de combustibles fósiles (Resolución de la ONU A/RES/70/1). Así, nos prometen 1,5 grados mientras construyen infraestructuras y apoyan procesos de producción que requieren una expansión masiva de los combustibles fósiles en un sistema económico construido sobre el consumo masivo y una cultura de la moda low-cost de usar y tirar.

El divorcio de la política económica y energética de los objetivos del artículo 2 sólo puede verse como un cinismo total o un delirio total por parte de los negociadores que aplauden París. Tal vez todos ellos estén altamente entrenados en el arte orwelliano del doblepensar. En cualquier caso, los objetivos a los aspiran no guardan relación alguna con la realidad de lo que los gobiernos, y sus socios empresariales, hacen hoy, o los otros tratados que esos mismos gobiernos están firmando de forma simultánea.

El sistema económico ya se ha comprometido a seguir explotando los recursos lo más rápido posible en la carrera por el aumento de la producción de material y energía. Basta con mirar los objetivos del Horizonte 20:20 de la Comunidad Europea y su promoción del crecimiento y la competencia y el pulso constante por el TTIP (Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión. Aparentemente, el crecimiento económico es la prioridad para ser protegido y promovido por encima de todo.

La contradicción en el corazón del Acuerdo de París realmente no es sorprendente porque la poderosa presión a favor del crecimiento como solución al cambio climático ha sido orquestada durante algún tiempo por empresas y financieros usando la retórica de una economía verde. Como he señalado en otra parte (Spash, 2014), esto implicaba la combinación de argumentos a favor del crecimiento para aliviar la pobreza con la necesidad de la gestión de riesgos ambientales, y tecnología “verde” promovida a través de trillones de dólares dirigidos a los “empresarios” (es decir, las corporaciones multinacionales), para crear una “nueva economía”. La tecnología y la innovación son claves para esto, con su economía neo-austriaca y su retórica de ‘libre mercado’. La política de cambio climático debe elaborarse en consecuencia para servir a la economía del crecimiento con acumulación de capital, de modo que esta última se convierta en la solución (y no en la causa) de la primera.

Desagraciadamente, muchas ONG ambientales han comprado este razonamiento ilógico y justifican su apoyo en una postura pragmática. El lenguaje neoliberal está muy extendido en sus informes y recomendaciones de políticas y su adopción del capital natural, servicios ecosistémicos, compensación y comercio de emisiones. Estos nuevos ecologistas pragmáticos creen, sin justificación, que la financiarización de la naturaleza ayudará a prevenir su destrucción. Así, hay ecologistas que promueven el comercio de emisiones de carbono pero prestan poca atención a sus peligros y fracasos (Spash, 2010). Por ejemplo, Nat Keohane del Fondo de Defensa Medioambiental ha escrito en su web cómo presionaron en los pasillos de París para “una apertura de los mercados”.

El gobierno de derechas de Nueva Zelanda, que lidera un grupo de presión de 18 países, también tuvo a sus negociadores presionando por los mismos mercados internacionales de carbono. Sin embargo, no encontrarás comercio de emisiones, mercados, topes o compensaciones en el doble lenguaje del Acuerdo, sino más bien la expresión “resultados de mitigación transferidos internacionalmente” (cláusula 108 y artículo 6), algo que Keohane aplaude.

El doble lenguaje y una redacción estratégicamente ambigua es el punto culminante de la diplomacia internacional en el Acuerdo de París. Esto es lo que hizo posible el Acuerdo y el por qué tiene tan poco sentido. No busquen las palabras petróleo, gas natural, carbón o fracking porque no merecen ni una sola mención. Tampoco hay nada sobre el tratamiento de las fuentes de emisiones humanas de GEI, o las estructuras que las promueven. Considere algo tan fundamental como el uso de la energía. La única frase que menciona la energía aparece en el preámbulo y se limita a reconocer la necesidad de promover “la energía sostenible en los países en desarrollo, en particular en África”.

Lo que el Acuerdo de París cuenta es una historia extrañamente irreal. Aparentemente, la causa del cambio climático no es la quema de combustibles fósiles o las fuentes de energía, sino una tecnología inadecuada, y la solución es el desarrollo sostenible (es decir, el crecimiento económico y la industrialización) y el alivio de la pobreza. En lo que respecta a los actuales sistemas de producción y consumo, no es necesario cambio alguno. No hay élites que consuman la gran mayoría de los recursos del mundo, no hay corporaciones multinacionales o industrias de combustibles fósiles que necesiten ser controladas, no hay capital que acumule sistemas competitivos que promuevan el comercio y luchen por los recursos y emitan grandes cantidades de GEI a través del gasto militar y las guerras, y no hay gobiernos que amplíen el uso y la dependencia de combustibles fósiles.

La irrealidad de este documento sólo se compara con la irrealidad de los elogios que le han dedicado los medios de comunicación y otros. Esto es una señal de cómo la ambigüedad estratégica y el doble lenguaje se han convertido en una forma aceptada de hacer política internacional y de informar sobre ella. La gente puede incluso aplaudir diciendo que la UNFCCC ha fracasado durante más de 20 años y que el planeta se dirige mucho más allá del 2 grados de sobrecalentamiento. El florecimiento retórico de un acuerdo exitoso está destinado a ocultar una total falta de sustancia. El Acuerdo de París es, en el fondo, un documento que consiste en objetivos independientes y unilaterales inaplicables, pero que se está vendiendo como un consenso multilateral con compromisos firmes.

En última instancia, una simple prueba de la eficacia del Acuerdo de París habría sido una dramática caída en el precio de las acciones de la industria de los combustibles fósiles, que está cargada de activos tóxicos.

Es decir, un acuerdo serio habría dado por perdidas todas las reservas de combustible fósil que no pueden ser quemadas sin dirigirnos más allá del objetivo ya superado de los 2 grados. Esto habría revelado los balances financieros que están en bancarrota. No pasó nada en el mercado de valores porque el Acuerdo de París no es percibido por la industria de los combustibles fósiles, y los mercados financieros, como una amenaza al business as usual, y posiblemente es incluso una gran oportunidad para nuevos instrumentos financieros y la actual explotación económica del planeta, con billones de dólares para la industria energética en subvenciones para la innovación y el desarrollo tecnológico.

En realidad, el Acuerdo de París es una compilación de contradicciones previstas y determinadas a nivel nacional. La Secretaría de la UNFCCC no adelantó ningún plan de acción y su último Acuerdo está totalmente divorciado de las operaciones de los sistemas económicos y políticos actuales. El cambio climático antropogénico puede ahora deslizarse convenientemente de la agenda política y mediática hasta que llegue el momento de la próxima gran Conferencia de las Partes prevista para el 2023, cuando se programe un ejercicio de “toma de acciones”. Para entonces, es probable que pocos de los políticos responsables de esta farsa, si es que hay alguno, siga en el cargo, y ni ellos ni los burócratas y negociadores que han celebrado este gran éxito tendrán que rendir cuentas. La aceleración de los impactos del cambio climático parece ser lo único que ahora alterará la complacencia de la comunidad global.

El profesor Clive L. Spash ocupa la cátedra de Política Pública y Gobernanza en la Unievrsidad de Viena y es el editor en jefe de Valores Ambientales. Ha realizado investigaciones sobre la economía y la política del cambio climático durante más de 25 años y su trabajo en el área incluye el libro Greenhouse economics: Valor y ética, así como numerosos artículos. Su crítica del comercio de carbono sufrió un intento de censura mientras era un alto funcionario del CSIRO en Australia.
Se puede encontrar más información en www.clivespash.org.

https://www.clivespash.org/wp-content/uploads/2015/04/2016-Spash-This-Changes-Nothing.pdf

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