Los discípulos cercanos

(Mt. 17,1–9)

Padre Emilio
2 min readMar 10, 2017

Este domingo, reflexionamos en torno a la Transfiguración del Señor. Este acontecimiento se realiza unos días después de la escena del Primado de Pedro. El Señor Jesús va al monte Tabor y escoge para ello a sus discípulos más cercanos.

Ellos eran Pedro, Santiago y Juan. Son los únicos a los cuales el Señor Jesús les pone un sobrenombre, son los que pueden presenci­ar la resurrección de la hija de Jairo (Mc. 5,37 y Lc. 8,51), son los que en el momento crucial de Getsemaní, están junto al Señor (Mt. 26,37 y Mc. 14,33). Juan y Pedro son los enviados a preparar la última cena (Lc. 22,1), ellos dos son los primeros en llegar al sepulcro (Jn. 20,3) y como apreciamos en este Evangelio inspi­rado son los que participan de la Transfiguración.

Pedro es la “piedra”, sobre la cual se edifica la Iglesia, Santiago fue hermano de Juan y el primero de ellos en conseguir la corona del martirio (Hch. 12,2). Juan -el discípulo amado-, se encargó del cuidado de nuestra Madre María, viviendo la castidad y muriendo de anciano.

El Señor Jesús pudiendo haberse transfigurado sin la necesidad de la compañía de sus discípulos, nos descubre aquí, lo importante que es la vida comunitaria. Es junto con ellos que se muestra tal cual es. Los hace subir a la montaña, lugar que usualmente Dios en el Antiguo Testamento escogía para revelarse, y les muestra su divinidad. Los apóstoles, también, descubren, en profundidad, una dimensión nueva para ellos, de la persona del Señor Jesús.

Es aquí donde el Señor les muestra lo que significa la vida comunitaria, que se expresa de forma sublime en la Trinidad. Se manifiestan junto con el Hijo, el Espíritu en forma de una “nube luminosa” y el Padre que en forma de voz decía: “Éste es mi Hijo el amado, mi predilecto. Escuchadle.”

Descubren lo hermoso de la comunión y participación: Dios en sí mismo y entre cada una de las personas divinas, Jesús también comparte su divinidad con Moisés y Elías y ahora lo hace con ellos. Estaban, tan asombrados que Pedro manifestó su alegría y proclamó: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!”

Al igual que los discípulos, que descubren lo hermoso de la vida comunitaria, nosotros también tenemos que vivir amándonos los unos a los otros. La vida comunitaria entre hermanos o en la familia es algo vital para la persona. Pidámosle a la Madre, que reunía a los discípulos en oración antes de Pentecostés, que nos descubra el inmenso don de la vida comunitaria. Pidámosle también a Ella junto con José y Jesús, sean para nosotros modelo de la auténtica familia cristiana.

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