Las cosas que he aprendido en 2016

Patricia Morales
6 min readDec 27, 2016

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Enero empezó entre gyozas, sushi y ramen. En Hong Kong la gente es muy china y muy guarra. Las ancianas se tiran eructos sin pudor y los hombres se sacan mocos con su única uña larga adornando su meñique. En Tokio la gente es educada, hace cola para entrar en el metro y sus calles suenan mucho. Son tan diferentes que comer tan bien en las dos ciudades me hizo sospechar y confirmar algo que llevaba tiempo mascullando: la comida asiática me gusta MUCHO.

En febrero celebramos el cumpleaños de Emilio en Valladolid, sospechando que los 35 iban a ser mejores que los 34. Jordi Évole vino a la redacción a jugar al ping-pong y mis padres vieron El Rey León antes que yo. Creo que era su primera vez en el teatro, y les gustó. Febrero también fue el mes en el que empecé mi primer reto: comer durante dos semanas como Gisele Bündchen para demostrar que no todas podemos.

En marzo comí muchas tartas, recibí un clavel, comí mi primera raclette y paseamos con Hugo y Lucas bajo el frío de La Alberca. También hice mi primer grafiti para vender un terreno y fuimos a una exposición pintada con tiza.

En abril fui a mi primer Lunes de Aguas en Salamanca, hice mi primer hornazo y nos estrenamos en La Ancha. Emilio entrevistó a Lili y Elsa mientras yo le explicaba cómo se juega al voley playa. Yo descubrí el cacómetro electoral y conocí a cuatro chavales que son más inteligentes que muchos mayores.

Mayo lo empezamos en Murcia, conociendo a Helena y comiéndonos a Vega. Hacíamos reuniones en la mesa de ping-pong donde todavía estaban María, Jordi y Antonio. EL ESPAÑOL ganó un premio a la mejor página web y yo conocí a 3.000 chinos que vinieron a Madrid como premio de su empresa. Descubrí que soy un oscuro objeto de deseo para muchas chinas que me tocaban para hacerse fotos conmigo. En mayo también jugué mi primer torneo del año. Nos ganaron jovenzuelas en mejor forma que nosotras. Empecé mi segundo reto: tres meses con Kayla Itsines. Fui por primera vez a un box de CrossFit y acabamos el mes en un barco en Benidorm. Juan se fue y volví a ocuparme de las redes en la redacción.

Junio empezó en Oropesa y Benicassim para jugar el segundo torneo del 2016 y puntuar, por primera vez, en el ranking nacional de voley playa. Empecé a perder kilos y lo demostré comiéndomelo todo en la boda de Belén y Dani en Salamanca. Inma se casó y yo leí en su boda entre lágrimas y después de que sonara mi canción favorita de Vetusta Morla. Mi cagalera, mis mocos, Esther, Eva y yo nos fuimos a Formentera. Descubrimos que somos muy miedosas para coger una moto, asumí que ir en bici a los sitios es más cansado de lo que parece y comprendí que una piña natural puede llegar a costar 12 euros en un chiringuito de Ses Illetes.

En julio vimos atardecer desde una terraza madrileña, Emilio dio una primicia sobre Sergio Rodríguez y yo me enorgullecía hasta el infinito. Me quitaron los brackets, me compré mi primer juego de UFC para la PlayStation y tuve a Juan Carlos Navarro más cerca que nunca. También nació Pokémon Go, hice mis primeras pokeballs y salí en los informativos de medio mundo.

Agosto se llevó a Emilio hasta Brasil para cubrir sus primeros Juegos Olímpicos y yo fui con mis amigas al tercer torneo del año: Xeraco. Quedamos segundas y ganamos dinero. Con algunos compañeros de trabajo nos fuimos a la Feria de Málaga, probé el Cartojal, los espetos, me pinté los labios con mi nuevo color favorito y canté LÍNEA por primera vez en el Bingo. Como hacía calor, unas cuantas nos fuimos a las piscinas naturales de Cercedilla y comimos muy sano. Para empezar mis vacaciones (lo de meses anteriores sólo eran escapadas) me compré tres bodys, me quité el sujetador y descubrí lo placentero que es llevar las tetas al natural. Repetimos la foto anual en el pueblo de Cris y Emilio vino por primera vez.

En septiembre despertamos en Cracovia, lloramos en Auswitch y comimos muy barato cosas muy ricas. En Varsovia aprendí historia judía, me leí la Torá y cenamos en nuestro nuevo restaurante favorito. En un tren de esos de las películas vi por primera vez La Lista de Schindler, La vida es bella y Frozen. Lloré tanto que los japoneses con los que viajábamos se asustaron. Saltamos la frontera y aparecimos en Berlín. Vi la puerta de Ishtar, la de Brandenburgo y tomamos café en un restaurante giratorio a muchos metros de altura. Bebimos un litro de mi nueva cerveza favorita y nos montamos en un avión rumbo a Mallorca para pasar nuestras terceras vacaciones con Pepe, Pau, Laia y Lucía. Descubrimos Sa Dragonera y nos despedimos como siempre, con una ensaimada y un helado de fresa en C’an Joan de S’aigo. Me volví a teñir de rubia, recibí flores porque sí y nos invitaron al club de polo de Barcelona. Allí conocimos a una bloguera del Hola! que nos cayó muy bien y vivimos la mentira de un hotel de cinco estrellas. También desvirtualicé a La Voz de Larra.

En octubre despedimos a Balta, que se ha ido a Colombia a vivir una vida merecida lejos del periodismo. Viajamos hasta Saint Tropez para volver a ver a la Patrulla Aspa y volé por primera vez en un avión que hace piruetas en el aire. Me podía haber matado pero fue una de las mejores experiencias de mi vida. Cubrí la Fiesta Nacional para Instagram Stories con Moeh Atitar bajo la lluvia y creí enamorarme de los pechos de los Legionarios. Celebramos el aniversario de EL ESPAÑOL con un vino llamado “mi úlimo cono”, que ha sido el vino más malo de todos los que he bebido este año.

Mi abuela, la que me crió, la que no me reconocía por el puto y maldito alzheimer, la que me daba besos, la que era más suave que un bebé recién nacido, la alegría de mi niñez, la que me curaba mis huesos rotos, la que me alimentaba y cuidaba hasta que ya no pudo más, a la que llamaba mamá antes que a mi propia madre. Ella, mi abuela, murió el 13 de noviembre, en el cumpleaños de mi padre. Estuve tres días despidiéndome de ella, no me quedaron lágrimas y aprendí que la vida es muy puta. Con ella se fue una parte de mí que dudo mucho que consiga recuperar. En noviembre también cumplió años mi madre, mi tío, mi prima y mi soprimo, mi cuñada y mi suegra. También descubrí que soy alérgica a los berberechos. Pero de este maldito noviembre no recordaré más que esa imagen de ella.

Diciembre, como siempre desde hace ahora 31 años, empieza con mi cumpleaños. Lo celebré sin ganas, sin sonrisa pero con un pintalabios nuevo en mi boca. Viajamos a Vitoria y a Logroño y descubrí que me gusta el vino rojo, pero sólo cuando es crianza. También escuché por primera vez a Crystal Fighters, hice mis primeros (segundos) Facebook Live y vi a Sarah Jessica Parker de cerca.

Una amiga se ha divorciado, otra está embarazada y otras dos se han ido a vivir con sus novios. Otra encontró trabajo, otra está en UK y otra lucha cada día por sacar su plaza de señora inspectora de Policía. Puede que 2016 no haya sido malo del todo. Como dice mi madre, lo de mi abuela es ley de vida.

He aprendido tantas cosas y de tanta gente que no debería quedarme sólo con lo que tanto me ha hecho llorar. Y lo mejor de todo es que todas esas cosas nuevas las he vivido con las personas que me quieren y que siempre están ahí para sacarme una sonrisa.

Por un 2017 lleno de nuevos colores en mis labios.

Vámonos!

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