PEDRO MARÍN | ÁNGEL NOGUERA

El último adiós a la libertad

El campo de concentración de Albatera fue uno de los más sangrientos de España llegando a albergar más de 15 mil presos | Palizas, humillaciones, vejaciones, torturas y fusilamientos diarios caracterizaron a este infierno

Pedro Marín Muñoz
8 min readNov 27, 2019
Portada de la revista Interviu creada en 1976 | Fuente: realcasinomurcia.com

Cae la tarde primaveral en Albatera. La guerra ha terminado. El hacinamiento se hace cada vez más insoportable entre los presos. Tan solo una suave brisa es capaz de aliviar sus cuerpos enjutos. Un altavoz rompe la calma anunciado los fusilamientos.

El 24 de octubre de 1937 el bando republicano inaugura el campo de trabajo que años después se convertiría en su propia tumba. Cerca de dos mil presos cumplían labores agrícolas así como el restablecimiento de carreteras y caminos. Según La Gaceta de la República, estas áreas se crearon para los condenados por delitos de rebelión, sedición y desafección al régimen juzgados por los Tribunales Especiales Populares y por los Juzgados de Urgencia.

La esperanza se pierde en el puerto de Alicante

Alicante, última ciudad portuaria en caer en manos franquistas, 1 de abril de 1939. Miles de personas se aglutinaban en el muelle esperando para subir a algún barco que los alejase fuera de la represión que se avecinaba. Pero ese barco zarpó solo con su esperanza ya que fueron retenidos por las fuerzas sublevadas y conducidos a un penal provisional, el Campo de los Almendros. Éste se situaba a las afueras de la ciudad (en el actual centro comercial Plaza Mar 2) y era donde pasaban la primera noche como reclusos. Desde allí, como si de un purgatorio se tratase, eran destinados a los distintos campos de concentración de la zona. Este recinto estaba rodeado de almendros y cuentan que los más hambrientos se comían las hojas de los mismos. Unos treinta mil presidiarios pasaron por él en los diez días de funcionamiento, entre finales de marzo y principios de abril.

Al día siguiente eran conducidos hasta la estación de Benalúa donde entraban en un tren para ganado. A la entrada, jóvenes con boinas rojas encaramados a los vagones les atizaban con varas. Hasta cien presos llegaban a entrar en cada vagón. Como sardinas en lata, apenas podían respirar. Nadie era consciente del destino que les esperaba. Para algunos de ellos, Albatera se convertiría en su tumba.

“El Auschwitz de Franco”

El nuevo campo franquista tenía una planta rectangular con 200 metros de ancho por 700 de largo y estaba rodeado por una doble alambrada de espino. Así lo dibuja Damián Sabater, ex alcalde de San Isidro, con un palo sobre el mismo terreno donde se encontraba el campo.

Plano del campo de concentración franquista elaborado mediante antiguos documentos | Realizado por la arquitecta María Jesús Salcedo

Los familiares de los presos venían de toda España para intentar pasarles comida y ropa entre las vallas

Al otro lado de las vallas, en cada esquina, había una torreta desde donde los soldados vigilaban a los presos. Dentro del recinto había varios barracones, los que llegaron primero se instalaron dentro huyendo del sol y el calor, pero poco después huyeron de allí comidos por los chinches y los piojos. En una esquina del campo se encontraba otro barracón, de allí saldrían los presos que fusilarían al día siguiente. Enfrente de este, estaba el edificio de las oficinas y en una esquina, alejada de todo, las letrinas. Rodeando el campo había otra alambrada donde los familiares que venían desde todos los lugares de España intentaban pasar comida y ropa a los suyos. La vigilancia era extrema, tanto es así que Damián Sabater cuenta cómo el padre de un amigo suyo, atraído por la curiosidad y observando tras una palmera, fue sorprendido por los guardias quienes dispararon a la misma para ahuyentarlo.

Los tres disparos que ahuyentaron al joven curioso | Pedro Marín

Cuando llegó la noche había más de 15 mil presos en un espacio preparado para unos dos mil. Muchos pasaron la noche de pie, encogidos, sin apenas un triste sitio donde sentarse. Eran los soldados marroquíes los encargados de patrullar y vigilar a los presos mientras que por los altavoces les indicaban que se fueran agrupando según procedencia.

Eran los mismos presos quienes cavaban las zanjas mientras sus compañeros los observaban

Dejaban salir a los que tuvieran 16 años o menos y a los mayores de 65. Comenzaron los fusilamientos, eran los mismos presos quienes cavaban las zanjas mientras sus compañeros los observaban. Cada preso que se acercara a la valla era correspondido con un tiro por los diferentes vigilantes de las torretas. Los soldados marroquíes se encargaban de fusilarlos mientras que los soldados españoles asignaban el tiro de gracia y lanzaban los cuerpos a las fosas.

De humanos a bestias

La primera de muchas torturas llegaba cada mañana, cuando nadie sabía si ese día sería el último de su vida. Venían a buscar hombres desde cualquier parte de España. Todos los presos hasta los más débiles estaban obligados a formar y debían permanecer firmes sin desfallecer durante horas. Eran las Comisiones las encargadas de formar “sacas” de presos. En aquel escenario, debían reconocer en aquellos rostros barbudos, chupados y ennegrecidos a los futuros fusilados. Solían ser alcaldes, concejales de izquierdas o gente que había formado parte de la política republicana en algún momento de su vida. Pero también había presos que anteriormente habían delinquido.

Los sacaban de la formación y los fusilaban allí mismo

Cuando los reconocían, comenzaba el infierno. Los sacaban de la formación para llevárselos. Otras veces eran fusilados allí mismo y en el peor de los casos, eran torturados delante de la atenta mirada de sus compañeros hasta que quedaban inconscientes.

Había torturas más crueles. Según cuenta el relato de Isidro Benet, uno de los supervivientes del campo, recogido por la obra de Isabel María Abellán: “los sacaban del campo para atarlos a una palmera y allí, bajo el sol seguían dándole palizas”. A lo que el propio Isidro añadía: “En otras ocasiones, los ataban con alambre de espino y retorcidos de dolor se quedaban hechos un triste monigote tirado en el suelo”. Contaban algunos presos que sobre uno de sus compañeros inconsciente, uno de los comisionados vertió sobre él algo parecido al agua. Pensaban que era para reanimarlo. Otro comisionado, sacó una cerilla y lo quemó vivo. Los presos contemplaban aquel horror llorando sin cesar sabiendo que ellos serían los siguientes.

Hambre para comer

Los fusilamientos no era lo único que mataba a los prisioneros, pues hasta 138 de ellos murieron de hambre y enfermedades apenas transcurrido el primer mes de encarcelamiento. El suministro de alimentos era prácticamente nulo, de vez en cuando se daba una lata de sardinas cada tres personas y un chusco de pan para 5 mientras que les concedían un poco de agua cada dos días.

Antiguo horno que servía también de almacén. Único rastro del campo que ha sobrevivido hasta la actualidad | Pedro Marín

Uno de los alimentos más comunes entre los presos era una torta elaborada con sardinas aplastadas, trozos de pan, peladuras de naranjas que los guardias moros tiraban a los presos y algunas hierbas. Todo esto se ponía a cocinar al sol. La espera de su cocción era interminable, los presos se retorcían de hambre. Con la tapa de la lata de sardinas podían cortar el pan de manera equitativa y así ahorrar disputas.

Cada día, uno del grupo podía mojar pan en el aceite de las sardinas, aunque ésto hacía que sus estómagos enfureciesen más aun.

L’estiu

Con la llegada del verano la gente enloquecía del calor y de la escasez de agua. La poca humedad que había sobre el suelo se evaporaba y la superficie del campo se convertía en una costra salina.

“Estaba prohibido hablar de la muerte”, decía Isidro Benet

Los presos se unían en círculos donde cada uno contaba su historia o alguna conocida. Era ésta la única manera de que pasaran las horas un poco más rápido. “Estaba prohibido hablar de la muerte”, aseguró Isidro Benet en su relato.

“Todos los hombres yacían en calzoncillos, se tapaban la cabeza y la espalda con la poca ropa que les quedaba. No podían pensar. No había aire suficiente que pudieran respirar. El sol se clavaba en sus cuerpos desnudos”, revivía el superviviente.

La suciedad y los parásitos invadía los barracones a lo que se le sumaba un olor nauseabundo que imposibilitaba la estancia. Algunos hombres cuando enfermaban se refugiaban en aquel lugar hediondo, pero nunca se supo si lograron salir.

“Esta España, nunca satisfecha”

Octubre llegaba a su fin y junto a él las labores en el campo de concentración. Prácticamente vacío, los presos deambulaban más anchos por su hábitat ante la mirada indiferente de los guardias con los que compartían las mismas ganas de salir de allí. Ambos desconocían su destino final. Mientras los presos se debatían entre la vida y la muerte, los sublevados conversaban sobre sus futuras consignas.

Un jueves 26 de octubre de 1939, el campo de concentración de Albatera cierra sus puertas. En tan solo 7 meses, se vivió uno de los peores horrores que dejó la Guerra Civil.

Monumento a los caídos y recluídos en el campo de concentración de Albatera. | Fuente: lacronicaindependiente.com

En 1957, Franco declara este área como zona devastada queriendo borrar así la huella que dejó en esta localidad alicantina. Según testimonios recogidos por Damián Sabater, eran muchos los huesos y restos humanos que iban encontrando los vecinos en este lugar convertido en zona agrícola. No obstante, los jornaleros sellaban su silencio amenazados por los capataces franquistas quienes no querían que las fosas comunes saliesen a la luz.

Ochenta años han pasado desde aquel genocidio pero para algunos este hecho jamás será olvidado. Pues fue allí donde muchos dieron su último adiós a la libertad.

METODOLOGÍA

Los datos de este reportaje han sido recogidos a través de entrevistas y apoyados en diferentes libros.

Para empezar, la entrevista la realizamos a Damián Sabater con quien contactamos por cercanía. Elegimos a este personaje por tener grandes conocimientos sobre el campo de concentración ya que desde pequeño vive en la zona y ha estado al tanto de todo lo ocurrido todos estos años. Su poder político le llevó a organizar una jornadas anuales en memoria del campo de concentración que arrastró a algunos de los mismos presos que pasaron por el campo de concentración y a pequeños medios locales que difundieron los hechos. Además de historiadores, familiares de las víctimas y otros interesados en el tema.

Base de datos: https://drive.google.com/file/d/1C5uhsK2oX3Kexo2RotIXGwVVHdli0DNG/view?usp=sharing

Por otro lado, esta investigación ha estado apoyada en tres libros: “La línea del horizonte” e “Isidro” de Isabel María Abellán y “Los campos de concentración de Franco” de Carlos Hernández de Miguel. Aunque en este caso, hicimos un gran hincapié en “Isidro”, ya que en esta novela se recoge el testimonio real de Isidro Benet, uno de lo presos supervivientes del campo de concentración de Albatera. Por su parte, de “Los campos de concentración de Franco” pudimos aportar datos relevantes del campo de concentración del que nos centramos y de otros del resto de la provincia, como el citado de “Los Almendros” en Alicante.

Por último, las fotografías han sido obtenidas la mayoría por Pedro Marín, uno de los redactores de este reportaje. Además de otras fotos recogidas y cedidas por otros medios de comunicación como son: lacrónicaindependiente.com y armharagon.com. Mientras que, el plano del campo ha sido realizado por la arquitecta María Jesús Salcedo quien diseñó el boceto a nuestra petición para este trabajo.

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Pedro Marín Muñoz

La clave está en no identificarse con un pensamiento o ideología común. Sé tu mismo. | Estudiante de Periodismo en la UMH |