¿Cómo encarar la abundancia?

Solo en mi pequeña biblioteca hay 2.500 libros, cerca de medio millón de páginas.

Julián González
EÑES

--

En casi tres años podría leer toda mi biblioteca, trabajando con disciplina en jornadas de 8 horas. En tres años y siguiendo la misma pauta, no podría leer ni una centésima parte de la documentación disponible en internet sobre videojuegos y comportamiento corporal, un tema que me interesa mucho. En castellano, Google arroja 4,5 millones de entradas sobre el tema, y 35 millones en inglés. ¿Y qué de toda la música que desearía escuchar? ¿Y los filmes, videos, películas por ver? ¿Y los videojuegos por probar? ¿Y las personas por conocer?

Cada día millones de milenautas, los impacientes recién llegados al segundo milenio, experimentan con mayor intensidad esta desazón, este estado de desbordamiento, que se manifiesta como angustiosa conciencia de que hoy hay más de lo que podemos abarcar en una vida. También en el pasado reciente este estado de desbordamiento podía emerger, pero a diferencia de ayer, en la actualidad esta percepción se ha acentuado debido a que viene acompañada de creciente de disponibilidad efectiva. Hace algunas décadas se podía acceder a un inabarcable volumen de libros. Ya, recién pasado medio siglo de desarrollo de la imprenta Gutenberg, hacia 1500, se hablaba de exceso de libros y publicaciones. Hace apenas 100 años muchas personas experimentaban una suerte de cosmopolitismo de nuevo cuño, agudizado por la aviación en expansión, la amplia red ferroviaria en Europa, Norteamérica y parte de Asia y Suramérica, la radiodifusión en ciernes y la literatura de viajes. Pero el cosmopolitismo de hoy reviste una suerte de achicamiento extremo de las dimensiones: no es cosmopolitismo de lo ancho y lejano, sino de anudamiento y arracimamiento y saturación en un sólo lugar (las pantallas) en el que casi todo llega y casi todo resulta accesible en instantes. El cosmopolita de ayer era un ciudadano del mundo. El glocalita (global + local) de hoy es un ciudadano atado a su ombligo mientras rendijea el mundo. Las condiciones de posibilidad se han intensificado y generalizado de modo tal que, efectivamente, podríamos ir a decenas de ciudades en relativo corto tiempo (ojo, es el turismo la gran industria cultural), contactar a miles de personas de manera directa y descargar miles de libros y filmes para apreciar. Pero, con frecuencia, estas posibilidades no siempre se realizan y sólo en contadas ocasiones consiguen introducir alguna ruptura con nuestro etnocentrismo localizado y parroquiano.

Pero volvamos a la abundancia.

Mi colección de imágenes en Pinterest considera, en estos momentos, apenas iniciada hace un mes, más de 200 imágenes. Y eso que soy un coleccionista cauto, más interesado en desechar que en capturar. (Me esfuerzo más en elegir y descartar que en buscar, pues hay una profusión de imágenes fascinantes disponibles a un clic, que —de actuar compulsivamente— se desparramaría en centenares de tableros o álbumes. Hay usuarios de Pinterest con miles de imágenes colectadas en pocos meses. Confío en no parecerme a ellos pronto).

La pregunta, entonces, tiene sentido: ¿qué hacer con la abundancia? O, para usar dos término muy caros hace algunas pocas décadas atrás, ¿que hacer para que la abundancia no se convierta en hastío e impotencia?

Es claro que los procedimientos y disposiciones usuales para un mundo de escasez (oportunismo, acumulación preventiva, focalización, priorización-jerarquización) no sirven en entornos de abundancia. No sirve de mucho proceder de manera oportunista cuando se dispone de un amplio margen de oportunidades; no parece razonable atesorar cuando los recursos exceden los que podríamos usar en el curso de una vida; no resulta deseable concentrarse en unos pocos hitos y lugares cuando hay varios ámbitos y nichos por explorar y experimentar; no tiene sentido concentrarse en un único tópico —hacerse especialista— en desmedro de otros que podrían resultar igualmente valiosos y relevantes.

Quizás la clave está en que, progresivamente, vamos a ir desanclando de las culturas y disposiciones de la escasez, con su amplia valoración de los mecanismos de defensa, de las formas de atesoramiento, de la subyugación estratégica e instrumentalización de los recursos, su celebrada disposición a convertir a las personas en pieza-engranaje de un plan/proyecto, y derivaremos con relativa rapidez hacia el tipo de estrategias que conviene a entornos abundantes: trabajo colaborativo dado que un individuo no puede abarcarlo todo, disposición al juego experimental para explorar la mayor cantidad de posibles, valoración positiva del riesgo para romper con el confort etnocéntrico, y atención a las redes y relaciones orgánicas, más que a las jerarquías y mecanismos de subordinación. Con frecuencia este deslizamiento hacia las disposiciones de la abundancia adquirirá la forma y talante de aquello que durante años llamamos estilos, formas, modos, estéticas y prácticas posmodernas. Imágenes que se entremezclan profusamente con los argumentos, libros que leemos mientras verificamos —en la web— la música que al autor refiere en ellos, ideas que golosamente se van juntando unas a otras, sin más, revolviendo y mezclando lo que antes no se juntaba; escrituras repentistas entreveradas con datos y más datos, gráficos y modelos que soportan la argumentación, conceptos que parecen mapas, diarios de viaje que parecen álbumes de comidas comentadas, chefs que hacen química, físicos que crean imágenes artísticas, vintage y futurismo juntos. En otras palabras, toda clase de objetos híbridos como lo gusta subrayar a Bruno Latour.

El reverso problemático de estas tácticas de la abundancia, estos procedimientos fundados en la experimentación (no en el experimento, que es un modo propio de la escasez), son los despilfarros. Así como la abundancia puede producir toneladas de basura (1/3 de la comida producida en el mundo actual, se pierde antes, durante y después de pasar por las mesas), en otros ámbitos —la ciencia, la política, las artes— pueden producirse crecientes y desvergonzadas formas del despilfarro. La economía actual hace del despilfarro (de trabajo, de vidas y personas, de bienes, de recursos, de datos) un modo de regulación y operación funcional [redundancia, inflación comunicacional, recursividad administrativa sin sentido, mercadeo suntuario, narco-rococó en el vestuario, en las calles y fachadas no solo de las ciudades colombianas, sino de las del mundo (ver imagen del carro recargado de adornos en Japón)].

Solo una disposición orientada a profundizar la experimentación y el riesgo fuertes, la exploración creativa, la imaginación radical, puede oponerse seriamente a las tácticas del despilfarro (de los sectores integrados de la población) o de exterminio (contra los sectores marginados de la población).

Tal como le gusta afirmar a Carlos Pérez Soto, podemos ser grandes y felices. Adultos y felices. Salir de la infantilización brutal de la vida actual, con sus correlatos funcionales: la locura y la depresión administradas de las clases medias; o la criminalización selectiva o generalizada de los excluidos.

¿No es un poco delirante y cínico hablar de «abundancia» en un país con el peor índice Gini de América Latina, uno de los más inequitativos del mundo; con decenas de miles de niños en estado de desnutrición; con una pirámide salarial que concentra, en la base, el grueso de la población laboral que devenga entre uno y dos salarios mínimos; con una tasa de desempleo cercana al 10% y de sub empleo o empleo informal superior al 40 %; con más de 20 millones de personas en condición de pobreza, y casi 8 en indigencia?

Sí y no. Colombia tiene, en la actualidad, 13 millones de hogares. Un poco más del 60 % de esos hogares no presenta «déficit convencional de vivienda», mientras casi el 40 % sí. Uno de cada dos hogares colombianos no vive en condición de pobreza. Uno de cada cuatro hogares colombianos vive en la indigencia. Es el país de América Latina como más hogares dotados de televisión paga. La mitad de los colombianos hace uso regular de internet y hay telefonía móvil casi en el 100 % de los hogares. En otras palabras, incluso en algunos de los sectores más vulnerables las personas tienen algo más que sus «cadenas» por perder.

En Colombia somos un poco más de 45 millones de personas. En el mundo, somos 7 mil millones. Si de manera más bien salvaje y brutal hemos hecho lo que hemos hecho, hemos conseguido entrever lo que puede llegar a ser un porvenir otro, un mundo otro, más vigoroso, ¿qué tanto podríamos conseguir cooperando y experimentando de manera genuina y profunda?

Experimentar, explorar y sumar gente, hacer redes, forjar equipos, construir sujetos colectivos, vencer la lastimera soledad de los solos, de los que lloran sus dramas pequeños, como si fueran dramas singularísimos y únicos cuando, con diferencias sutiles, son los dramas de todos; burlarse del cómodo cinismo de los vencidos de ayer que recomiendan sus propias y rancias derrotas a los más jóvenes; apartarse de la simplona alegría de los atesoradores; desconfiar del talante y estilo de los oportunistas; hacerle el quite a los que recomiendan la depresión o la locura calculada como receta para sobrevivir en un mundo que creen cerrado y determinado para siempre; alentar la voz de aquellos que ven al rey desnudo y lo proclaman sin ambages; escuchar a los que no usan subterfugios y trucos para decir lo que puede decirse de manera simple; intentar decir las cosas de la manera más simple y directa posible, incluso aunque cueste mucho hacerlo.

Y reír, reírse mucho, pero no con la risa de autoayuda, esa risa protésica y mueca, sino con la risa de los viejos gocetas, los burlones, la de las mujeres y hombres grandes y negros del pacífico colombiano, una risa sin asomo de vergüenza.

¡Experimentar es la consigna! Pero experimentar juntos y en red, porque solo en red —conectándonos unos con otros y acentuando mediante nuestras conexiones las diferencias (no se trata de borrar ni disolver nuestras diferencias, sino de acentuarlas pero compartiéndolas)— podremos transformar creativamente la abundancia que nos sepulta, la exuberancia que nos achica e inmoviliza, y el exceso que nos aburre.

Julián González
Cali, 5 de junio de 2014.

--

--

Julián González
EÑES
Writer for

Diseñador de juegos de mesa, comunicador social y educador. Puede descargar gratis Todo está tan raro en el siguiente link: https://bit.ly/3BiGjMB