Gina, 3 años después
Las dos miserias
Cali, 15 de junio de 2017
Habitante de calle es el término técnico que ahora usan cientos de funcionarios públicos en Colombia para designar a aquellos que antes llamábamos habitantes de la calle. Habitantes de la calle era otro término técnico para hablar de personas en condición de pobreza extrema, que a su vez era eufemismo de indigente (del latín «in», ‘no’, y «digerere», ‘disponer’), esto es aquel que no dispone de lo necesario para vivir.
Gina es una mujer indigente y vive en la miseria. Duerme cada noche en el filo del puente vehicular que transforma la avenida primera en calle quinta, Cali. Durante el día recorre la ciudad con su carga a cuestas: varias capas de ropa encima y un envoltorio, que es su cobija y su techo. En la noche, regresa a su rincón.
La primera vez que la vi dormir en ese trecho imposible (menos de 25 centímetros de ancho), fue en mayo de 2014. Tres años después sigue pasando las noches allí, incluso mientras se desgranan los diluvios de abril y mayo. En ocasiones, improvisa un techo de plástico templando una bolsa grande y transparente desde la segunda o tercera verja del puente. La he visto caminar hacia su hogarcito tarde en la noche, a la una o dos de la madrugada, cuando el tráfico vehicular cae a uno o dos autos cada 10 o 15 minutos. No se levanta antes de las 7 de la mañana, a pesar de que el río de carros comienza a rugir temprano, hacia las 5 o 6.
Pero Gina no es solo la indigencia del miserable, sino la miseria del que mira y escribe sobre ella. El reverso de la miseria invisible del indigente es la impotencia del que la ve y, a lo sumo, reporta o denuncia la situación con algo de urgencia y genuino dolor.
Urgino ve a Gina desde la ventana de su auto en movimiento o de reojo mientras camina la calle, y se libera de culpas señalando el horror. Suspira para sus adentros: «quisiera, pero no puedo traerla a mi casa. Mis ingresos no me permitirían sostenerla. No soy yo quien puede resolver la situación de Gina. A lo sumo, podría darle algo por unos días, unos meses, unos años, pero jamás será suficiente. ¿Y qué con los cientos de miles de Ginas de la ciudad?»
Más o menos ese es el razonamiento de Urgino, la expresión de impotencia del bienintencionado ciudadano de capas medias, la ecuación que sintetiza su suave retirada. Este repliegue de la solidaridad es persistentemente alimentado por el sálvese quien pueda de quienes sobreviven a las borrascas del día a día. Pero no se trata solo de una retirada culposa. El impotente Urgino reconoce turbiamente en Gina el rostro de su propio horror. Sabe que no hay nada en Gina que lo distinga de lo que bien pudo ser su propio destino. El dominio que Gina tiene sobre las circunstancias que la forjaron no es sustancialmente mayor que el dominio que Urgino tiene sobre las circunstancias que lo han moldeado. Y los vientos pueden cambiar de repente. Una costosa enfermedad que acaba con los ahorros. Un secuestro impagable. Un terremoto. Una crisis económica nacional que liquida los sueños y proyectos de muchos. Un accidente de tránsito que arruina. La quiebra de la institución en que trabaja. Una estafa o un robo. Una mala inversión.
En fin.
Sabe que Gina bien pudo ser, en virtud de una red capilar de infinitas circunstancias, una profesora universitaria, y Urgino, el mendicante a quien Gina observa con afectado pesar. ¿Cuáles circunstancias? El profesor que alentó sus estudios y desalentó los de Gina. El recibo de inscripción que nunca llegó. El 2,9 que alguien redondeó a 3,0 en sus calificaciones finales. El burócrata que aprobó el préstamo para la casa familiar. Aquel funcionario que se negó a atender la audiencia. La bisabuela que no quiso ceder los derechos sobre la escritura y murió asesinada por ello. El despojo o el desplazamiento de 1948, que antecedió al de 2001. La inexplicable muerte del primer hijo, lo que desquició a unos y aplomó a otros. La reducción de presupuesto para el hospital local en el que malnacería un niño cuya defecto congénito terminaría por ahogar las precarias finanzas de una familia. La relación amorosa que no cuajó. Circunstancias, cientos de capas y capas de circunstancias que moldean vidas aquí y allá creando Ginas y Urginos por doquier.
Vulnerables a las circunstancias, terminamos por naturalizarlas llamándolas destino, cuando realmente no son más que la acerada medida de las miserias del mundo. Ninguna vida debería arruinarse por ellas como no se arruinan hoy las familias escandinavas cuando la madre pierde el empleo, ni se derrumba la vida de un colombiano porque la iglesia lo excomulga, ni se fractura para siempre el destino de una mujer casada cuando se descubre su tórrido romance secreto, ni se condena al infierno y para siempre a la adolescente que se sabe homosexual… Apenas hace algunas décadas eso era suficiente para el destierro. Hoy pueden ser fuente de sufrimiento, pero no de expulsión. En Holanda, una funcionaria acaba de asignar 3 millones de euros del erario público para financiar los implantes mamarios de las personas transgénero insatisfechas con la apariencia de sus cuerpos. Lo que ayer era tragedia hoy es oportunidad y elección gracias a las redes de protección institucional que abrigan a la persona transgénero. Al menos en Holanda.
Llamamos destino, mala suerte, pobreza, cosas de la vida o ay qué vaina, a la ausencia de redes de protección institucional y de soporte vital que nos acojan cuando se presentan estas circunstancias adversas. Sin soportes, todos —incluido Urgino—, experimentamos toda suerte de desazones e impotencias.
Urgino piensa: «no tenemos la vida asegurada y nuestra posición en la estructura social no es firme ni estable. Podemos resbalar y caer al precipicio en cualquier momento». Y la instrumentalización rutinaria de la inseguridad, del miedo y de la incertidumbre laboral, social, económica le permite a amplios sectores de la economía alentar sus negocios. Por ejemplo, el miedo a perder la salud alimenta la costosa inversión en medicina prepagada. En 2016, las aseguradoras colombianas agrupadas en Fasecolda emitieron 9,2 billones de pesos en primas y pólizas. Es como si cada colombiano entregara 15 mil pesos mensuales para asegurarse un poco el destino. El 45 % de esos 9,2 billones se usa para resguardar cosas y bienes, el 28 % para asegurar a las personas y el 25 % para seguridad social (riesgos laborales, seguro de desempleo, salud...) y son los Urginos los que más hacen inversión per cápita en seguridad, y lo hacen porque ven en Gina su propio reflejo fantasmal como una espada de Damocles. Una amenaza latente.
Por supuesto, los recursos disponibles para ser Gina o Urgino no están equitativamente distribuidos en Colombia, y en sociedades tan profundamente desiguales como la nuestra, es más probable ser Gina que Urgino. Colombia tiene uno de los peores indices Gini, en un continente con la peor distribución de la riqueza del planeta. Cuando provienes de una barriada popular, asistes a un sistema escolar precarizado y tu familia trabaja en empleos mal remunerados e inestables, la excepción es engendrar Urginos, y siempre se está en riesgo de convertirse en Gina. Por supuesto, habrá algunas Ginas que se transforman en Georges Soros y algunos Urginos que derivan en Steve Jobs, pero son tan pocos y tan extraños estos casos que terminan mojando prensa y alentando la idea de que con empeño individual y suficiente persistencia nos salvamos. La literatura de superación personal y de emprendimiento empresarial es rica en este tipo de anécdotas celebratorias. Pero fomentar el esfuerzo individual y el empeño personal a pesar de que todo corre en contra es como animar a un náufrago a cruzar a nado y río arriba el Orinoco mientras uno navega confortablemente en lancha a motor. Las historias de prensa narrando la ruina y caída en desgracia de un poderoso como Dominique Gaston André Strauss-Kahn o el fulgurante ascenso de un habitante de las barriadas como Oprah Winfrey no son más que notas al margen para salpimentar la ancha y tenebrosa devastación real e imaginada de millones de personas.
…Y ahí va Urgino, conduciendo su auto asegurado, poliza todo riesgo, mientras Gina se levanta a las 7.40 de la mañana y comienza deambular por la ciudad arrastrando como pueda las miserias culposas de Urgino y la suyas propias.
Nota: Si está interesada o interesado en conocer acerca de Gina, lea «Una mujer en la esquina curva del tráfico» y «Un niño nació desde que vi a Gina por primera vez en la esquina curva del tráfico».