MI SUEGRA VS EL DESTINO

Perita Cernas
5 min readApr 20, 2024

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Cuando la señora Vitelina supo la noticia, únicamente tomó su canasta del mercado y se retiró de la casa de su hijo Federico, al menos eso me contó él, y es que odiaba la idea de que yo le hubiere ganado la apuesta de nuestra vida; porque, naturalmente, como a muchas suegras, tu vida ya le compete, tu destino parece patearle las espinillas diariamente. Desde que me conoció le caí gorda, sea porque soy un tanto atractiva o por su incapacidad para aceptar que hay mujeres verdaderamente inteligentes, y ni ella ni Gertrudis, su hija mayor, formaban parte de ese distinguido listado. No era precisamente tonta, es solo que su temperamento flemático la orillaba a no razonar sus actos, creía que las consecuencias formaban parte de la imaginación colectiva. Recuerdo bien cuando me vio por primera vez; revisó el color rosa de mis uñas, el largo de mi cabello a penas por detrás de mis pequeñas orejas, el angosto diámetro de mi cintura, la comisura delicada de mis carnosos labios.

Dos meses antes de ese fatídico desayuno, tuvo el descaro de llamarme para decirme que yo era un juego para el corazón de su hijo, que únicamente lo tenía deslumbrado, que lo nuestro no funcionaría y que ella adoraba a su antigua nuera; una muchacha bastante fea, sin ningún atractivo o virtud sorprendente, pero de buenos sentimientos. Suficientes «que» para una sola conversación, la cual se quedaría en mi mente por años. Allí estábamos, tomando café y desayunando enchiladas suizas, fingiendo una sonrisa encantadora y desdeñándonos en silencio. En un intento por agradarle le conté parte de la historia entre su hijo y yo:

— Sabe usted, mis padres siempre me sobre protegieron, por ello, cada salida era especial, me peinaba y escogía la ropa con esmero. Cuando tenía doce años me permitieron ir al estreno de una película, como solo existía una plaza de moda, todos los chicos de los diversos colegios estarían allí. Iba caminando sobre la parte de afuera con mis audífonos y mi discman en la bolsa. Entonces vi al chavo más hermoso; grandes ojos verdes, pestañas y cejas pobladas, piel caucásica, delgado y un poco bajo de estatura. Era Federico, desde que lo vi me fascinó, aunque no le hablé guardé esa imagen para mí.

El destino es sabio, vea, al poco tiempo, el novio de la que era mi mejor amiga — una chica que me provocó muchos problemas — , me dijo que me presentaría al chavo perfecto para mí, estaba seguro que seríamos el uno para el otro. La fiesta de Moni era la cita. Lamentablemente, mi mamá es una mujer desesperada, como no encontró la dirección en menos de quince minutos, desistió y no pude acudir al encuentro. El lunes por la tarde me pasaron su email, lo agregué y comenzamos a charlar, efectivamente, era ideal. Pasaron dos años de conversaciones interminables, sin que supiéramos cómo nos veíamos físicamente. El colegio organizó una tardeada de día, el tipo de incoherencias divertidas que las madres organizaban para diversión nuestra, quedamos de vernos en un parque de la amistad, yo me pondría mi top celeste y él una playera azul, no me costó reconocerlo. No va a creerlo, al llegar estaba en frente de mí, aquel hermoso joven que me había encantado. Y bueno, para mí sí fue amor a primera vista. Así nos conocimos, hace más de diez años.

Vitelina me veía con desdén, sabrá su dios porqué. Las siguientes semanas me dediqué a agradarle, sin tener la necesidad ni obligación, la ayudé a lavar los platos que dejaban cada noche, doblaba la ropa limpia, sacudía, barría, cocinaba. Ahora lo pienso y estoy convencida que no debí hacerlo; el corazón no se gana presionando, este debe abrirse ante un cariño recíproco. Solo perdí mi tiempo, jamás nada fue suficiente. Que yo tuviera un buen empleo o mi disciplina, tampoco le agradaba. En cambio, si me equivocaba, eso sí que lo reconocía. Como la vez que planeamos una comida en familia, ella mencionó que tenía una vecina extremadamente pobre a la que ayudaba constantemente. Por ahí de las ocho de la noche, mientras ordenábamos lo usado, Tucán, el hermoso perro que era manso y amistoso, comenzó a ladrar de emoción, brincando alrededor de una mujer que caminaba como muerto viviente, su ropa se veía vieja, sucia, creo tenía un poco de vómito en el hombro. Cuando llegó a la puerta, la vi e inmediatamente asocié, — seguramente es su vecina que apoya tanto, vino a visitarla — , la dejé pasar, un poco contrariada. En cuanto todos los demás integrantes la vieron se hizo el tumulto, las mujeres gritaron, los varones corrieron a «ayudar a las damas», yo observaba inerte el espectáculo. Obviamente era una señora perdida, no representaba ningún peligro. El hermano de en medio, Cipriano, le pidió que se retirara, la guió mientras Tucán continuaba bailándole con la lengua de fuera. En cuanto se marchó, comencé a reírme, toda la imagen aún me causa mucha gracia. La señora volteó a verme con rabia, me dijo que no debía burlarme, me regañó y preferí no defenderme, solo asentí.

Mi amor por Federico siempre fue devoto, incluso la primera vez que me cambió por la guanga de Carmela «Piernavieja», su novia de la secundaria, una flacucha, alta, de nariz respingada, nubes grises en su mente y brazas calientes entre sus insípidas piernas. No era fea, es solo que, su vulgaridad y personalidad superflua la convirtieron en la zorra de las escuelas. No era de extrañar que los chamacos sin experiencia, se enamoraran de su desabrida gracia. Esa fue la primera decepción que marcaría mi adolescencia, así como la primer lección de mi vida amorosa: no esperes siempre lo mejor, ni siquiera de la mejor persona. Fue caótico, me citó en un café modesto, no quiso ordenar nada, solo yo pedí un americano, me observó disfrutarlo, recordó que me decía que parecía señora, las adolescentes no beben eso, y comenzó a destrozarme, a decirme que yo era la que valía la pena, él lo sabía, empero aquella había cambiado de parecer y quería intentarlo. Fue incomprensible para sus amigos, mis amigos, para cualquiera habría sido una grosería. Lloré en silencio, le pedí que se retirara, me quedé sin saber qué hacer. No había de otra, llamé a mi mamá para que pasara por mí, pagó mi cuenta, me abrazó, dejó que llorara en público, volvió a abrazarme con lágrimas en sus ojos, me llevó a casa, me arropó y se quedó a mi lado hasta que me dormí.

Nunca voy a entender cómo fue que a los pocos meses lo perdoné y accedí a ser nuevamente su mejor amiga.

Continuará…

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