Pilar Guerrero
6 min readMar 14, 2017
Fuente: Unsplash

Lección para navegar

Llegó temprano hasta el muelle para saldar la apuesta. Alfredo iba serio como siempre, hablando lo justo y concentrado antes de partir. No iba molesto, aunque habría preferido navegar solo esa mañana bajo el cielo de pocas nubes y mucho sol. Pato iba ansioso por dentro aunque su cara no daba seña alguna. Subieron al bote y Alfredo revisó que todo esté en orden, se pusieron chalecos salvavidas y el motor arrancó.

Anduvieron lento al principio, y poco a poco el viaje fue tomando más velocidad. Se alejaron de la playa, pasaron frente a los hoteles y sólo entonces Pato supo lo que era ver la orilla desde el agua.

— ¿Cómo hiciste para ganarme la apuesta? — le preguntó Alfredo.

— Supongo que es una mezcla entre experiencia y suerte — respondió Pato con una sonrisa.

— ¡Pero cortar todo el pasto del jardín, las orillas, y recoger las hojas en una hora! ¡Aún no lo entiendo!

— Mi papá me enseñó que todo está en la mente, la fuerza, la rapidez, la habilidad. Si lo cree tu cabeza, lo puede hacer tu cuerpo — explicó Patricio sin dejar de mirar el agua.

— Entonces te decías, “voy a navegar, voy a navegar, voy a navegar” y cortaste el pasto hecho una bala…

— No. Mientras cortaba el pasto me imaginaba en el agua, como ahora; imaginaba que el ruido de la máquina era el ruido del motor y que así como maniobraba la cortadora por el césped de tu casa, podría conducir un bote — le dijo con cierta vergüenza — y aquí voy ahora, ¡en un bote de verdad!

— A mí no me resultan las cosas. Por más que las quiero, no llegan — comentó Alfredo y sobrevino el silencio.

Patricio notó que Alfredo conducía con maestría, avanzando a mayor velocidad cada vez, sin perder la calma, ni la concentración. Aunque su rostro estaba todo el tiempo serio por dentro estaba más relajado. A medida que avanzaban paralelos a la costa el viento se les vino a la cara y buscó protegerse, Alfredo siguió igual.

— Hay una chica con la que quiero salir — comentó Alfredo — la invité un día y no quiso.

— Pero dile de nuevo, a lo mejor cambia de opinión.

— Hay una fiesta el otro sábado, quiero pedirle que me acompañe.

— ¿Es de esas fiestas elegantes donde se ponen corbata? — inquirió Pato con ironía.

— De esas, y no quiero ir solo. Tú que ganas apuestas imprevisibles, ¿tienes alguna idea?

— Puedes limpiar tu pieza e imaginar que bailas con ella — le sugirió conteniendo la risa.

— No barro en mi casa, me carga el polvo — se quejó Alfredo.

— Entonces pon música, baila y piensa que estás bailando con ella — y se imaginó a Alfredo bajando las persianas y escondiéndose para que nadie lo vea.

— ¿Y si le digo no más? Voy con mi mejor cara y la invito a la fiesta. Tiene que resultar.

— Prepara el terreno, primero. Aprende a creer, no siempre vasta con querer.

Alfredo quedó pensando y no le dijo, pero le encontró razón. En el tramo de regreso, notó que Patricio observaba detenidamente la forma de manejar el bote, “tal vez quiere aprender”, pensó, “si le gusta navegar también debe gustarle la idea de conducir”.

— El martes voy a invitar a mi compañera a la fiesta. Si acepta, te enseño a conducir el bote.

— ¡Dale! — contestó Patricio ocultando su sorpresa, sin dejar pasar la oportunidad. ¿Tú me avisas?

— Te mando un mensaje.

El jueves a mediodía, Patricio escuchó sonar su celular: Te espero el sábado a la misma hora, en el muelle. Concéntrate para que no llueva. Saltó de alegría y estuvo a punto de abrazar a su profesora de artes, pero le habría costado una suspensión. Miró el cielo por la ventana y le pareció que el tiempo se las aguantaría sin llover unos días más.

El sábado en la mañana Alfredo se levantó temprano. Había estado pensando en cómo enseñarle a Pato a conducir. Él mismo no recordaba cómo había aprendido, tal vez mirando, en alguno de los días en que acompañaba a su papá a pescar, pero, por más que quiso no podía recordar una enseñanza de su padre, quería citar alguna de sus frases como lo hacía Pato, y la memoria le jugaba una mala pasada. Por su parte, Pato también se levantó temprano y escribió una nota con su mejor letra, la que era poco entendible aún siendo el mejor esfuerzo. Salió de su casa comiendo un plátano y se dirigió al muelle. Tenía tiempo y confiaba en que alcanzaría a hacer las dos cosas que se proponía para ese sábado en la mañana.

Antes de llegar al muelle, Alfredo revisó su teléfono para ver si tenía mensajes. Su compañera no le había confirmado aún, tenía que pedirle permiso a su papá quien llegaba ese día en la mañana. Cuando llegó hasta el muelle vio una nota pegada en el borde del bote. La nota decía: “Me voy a demorar un poco. Me concentré en tener sol en la mañana y mi papá se concentró en darme trabajo extra. Llegaré en una hora o antes si puedo.” No era como lo había planeado. Esperar con paciencia no era su mejor cualidad y se sentía puesto a prueba. En eso sonó su teléfono. Tenía un mensaje: Me dieron permiso. Pasa a buscarme a las 10. Casi soltó el celular, se sintió realizado y prometió esperar a Pato por dos horas si era necesario, la vida le sonreía, además el viento era agradable y el sol prometía quedarse. Revisó la embarcación con cuidado, y recordó la primera vez que navegó solo, aparecieron los recuerdos de la estela ancha que dejaba el motor tras su ruidoso paso, la sensación de esa libertad que se lleva por dentro, de la que se respira. “Todo llega a su tiempo”, le había dicho su padre antes de permitirle salir a navegar solo la primera vez, su voz nítida había venido sin hacer esfuerzo alguno.

La voz de Pato gritando su nombre lo trajo de vuelta al bote y a la realidad. Lo saludó levantando el brazo. “¡Qué bueno que llegaste!” le dijo, “tengo todo listo”. Pato subió casi corriendo y se puso el chaleco rápidamente, estaba pensando en qué preguntar primero sobre el funcionamiento, cuando el teléfono de Alfredo sonó otra vez. Era un mensaje de su compañera. Alfredo lo leyó, se sintió asustado y le preguntó a Pato:

— ¿Qué haces cuando algo en lo que vienes creyendo está a punto de fallar?

— Lo mismo que hago para conseguir las cosas, pues: trabajo y confío, aunque me duela hasta el estómago — le contestó mirándolo fijo.

— Entiendo — le respondió y respiró profundo. Luego agregó, — concéntrate, Pato, aquí comienza tu lección.

— Dime no más, ¡estoy listo para este bote!

— Qué bueno, así va a salir todo bien: tu lección para navegar y mi salida en la noche. A mi compañera le dieron permiso, pero tengo que hablar con su papá primero.

— Suerte entonces — le deseó Pato.

Y emprendieron rumbo hacia la costa opuesta del lago, la idea de Alfredo era recorrer una hora y regresar. Esta vez Pato ya no imaginaba que conducía el bote, lo estaba haciendo; y Alfredo por su parte, imaginaba que enseñarle a Pato era lo mismo que conversar con el papá de su compañera, o tal vez incluso más fácil.

Muchas gracias por leer y apoyar mi trabajo creativo. Si te gustó la historia de arriba, tal vez también te guste esta otra:

Pilar Guerrero

English teacher,coffee and story lover, I appreciate a well written text as much as good espresso. También escribo en español, mi lengua materna.