Semillas de soberanía

William Castillo B
5 min readApr 9, 2024

--

“La semilla es como la bendición, que no se le niega a nadie”

Bernabé Torres (Valle de Gavidia, estado Mérida).

A 3.500 metros sobre el nivel del mar, por encima del sereno valle de Mucuchíes, en el estado Mérida, se encuentra un lugar muy real, que parece imaginado. Un lugar tan especial como las montañas, la tierra, la vegetación y los sublimes parajes andinos. En ese sitio –discreta y laboriosamente– se siembra la soberanía alimentaria de Venezuela.

Se trata del Centro Biotecnológico para la Formación en la Producción de Semillas Agámicas (Cebisa), un núcleo de investigación y producción de semillas mediante el uso de biotecnología, dirigido por campesinas y campesinos a través de la Alianza Científico Campesina del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.

El centro es dirigido por Proimpa, Productores Integrales del Páramo, una asociación libre integrada por campesinas, campesinos, productores locales, trabajadoras y trabajadores merideños que nació en 1999 –motivados por la idea de Hugo Chávez de trabajar por la soberanía alimentaria– y que hoy labora en estrecha alianza con científicas y científicos de diversas instituciones, como el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) y el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (INIA).

En ese pequeño edificio de tres pisos, al borde de una colina, al que se accede por una carretera empinadísima, se tienden puentes entre las investigaciones de laboratorio y la producción en campo para crear y reproducir variedades de semillas de diversos rubros.

Allí, en un pulcro laboratorio –y bajo estrictas condiciones técnicas– se utiliza la biotecnología para la reproducción asexuada de semillas: es decir, a partir de un grupo de células, de partes de una planta, se crea otra planta idéntica. La biotecnología garantiza que las plantas producidas en laboratorio conserven la misma identidad genética que la planta de la cual se originaron. Es decir, son clones, de los que luego nacerán las semillas. Hoy se producen en Cebisa semillas asexuadas (agámicas) de papa, ajo, fresa, ñame, batata y otros rubros. En el caso de la papa, las semillas de Cebisa llegan ya a productores de 20 estados. Allí se ha logrado el milagro de la soberanía en semilla de papa.

Estos procesos, que se creía hasta hace poco sólo podían realizarse en laboratorios de otros países o de grandes empresas transnacionales, hoy se producen en un espacio pequeñito y dirigido mayoritariamente por mujeres campesinas, por jóvenes trabajadoras y científicas que estudiaron en los liceos de Mucuchíes, y que hoy son especialistas en técnicas de reproducción genética del más alto nivel.

Se trata de ciencia aplicada al derecho a la alimentación. Ciencia para la vida, no para el mercado, como lo ha definido la ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, Gabriela Jiménez. Se trata de creer y de crear otra ciencia, para otra economía. Una economía al servicio de la sociedad.

Derecho a ser soberanos

En Cebisa nos reciben Edith, Moralva, Ingrid, Lalo y Jesús. Una frenética actividad se despliega en los laboratorios cuyo producto –las plantas de 80 variedades de papa y otros rubros, producidas genéticamente– pasará a una red de 12 viveros para generar la producción de semillas que, a su vez, irá a los campos y sembradíos de diversas regiones del país.

Hablan con una pasión que desborda y encanta. “Ponemos la ciencia al servicio de la producción y la alimentación”, afirman con seguridad. “Unimos saberes ancestrales y conocimiento científico para producir soberanía tecnológica y alimentaria”, se escucha también en medio de la conversa.

Todas y todos se muestran profundamente orgullosos. Y no es para menos. La mayoría de quienes que laboran en Cebisa son mujeres. Son ellas que las dirigen el laboratorio y cuidan la rigurosidad de los procedimientos científicos. En los viveros, las tareas se reparten para asegurar el cierre del ciclo, se evalúa el rendimiento, las características y la producción final de las semillas.

En la más moderna de sus instalaciones, el vivero de aeroponia, se producen semillas “en el aire”. Sí, en el aire. Las plántulas producidas en el laboratorio no se entierran, sino que crecen colgadas mientras son alimentadas desde arriba a través de un ingenioso sistema de microtuberías.

Pero la organización campesina va mucho más allá de la producción de las semillas. Más arriba, en Apartaderos, encontramos la Empresa de Producción Socialista de Almacenaje “Hugo Chávez”, entidad de propiedad social gestionada por las comunas y que permite acopiar papa y semillas a través un circuito que vincula a productores locales con las instituciones públicas y el mercado, que elimina los costos de los intermediarios y abarata los precios. Desde allí, por ejemplo, se envían mensualmente –con pago inmediato al productor y a precio justo– más de 100 mil kilos de papa para los programas del Ministerio de Alimentación, como la Ferias del Campo Soberano y los comedores escolares.

La alianza entre el conocimiento científico y los saberes ancestrales en Venezuela ha puesto la ciencia en las manos de las campesinas y los campesinos. La Alianza Científico-Campesina se expande hoy, diversificando la producción con otros rubros: batata, cereales, hortalizas, frutas y leguminosas. Hoy, en Venezuela, se produce papa a cotas bajas, a bajas alturas, lo que nunca habría ocurrido si no se hubiesen rescatado las semillas autóctonas, campesinas, las semillas soberanas.

En distintos lugares del país, más de cinco mil familias emplean la biotecnología y se integran a la innovación productiva agroalimentaria y cultural, haciendo posible una ciencia para la vida y abriendo paso a la economía comunal, a una nueva economía.

En Mérida se vive el sueño y se concreta la visión de Hugo Chávez. Un pueblo organizado y empoderado sobre el territorio, con saberes y conocimiento, con participación protagónica de las comunidades, y con apoyo del Estado para avanzar en la construcción de una economía al servicio del ser humano.

Sí, otra economía es posible. Una economía comunal, nuestra, soberana.

--

--