17. El amor es ciego y otros aromas

En breve
3 min readFeb 7, 2017

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Si no habéis leído Marianela, de Pérez Galdós, y tenéis intención, no sigáis adelante.

Si os da igual el spoiler, o ya conocéis la historia, os cuento o recuerdo: cuando Pablo, el protagonista, ciego de nacimiento, recupera la vista, causa una gran tristeza a su gran amiga Nela, que teme que perder su compañía en el momento en que él descubra su fealdad.

De hecho, en un hermoso y triste ejemplo de profecía autocumplida, Pablete acaba enamorándose de la belleza de su prima Florentina, que andaba de visita por allí (ya es casualidad).

Sin embargo, si trasladásemos este lacrimógeno melodrama al mundo real, lo más probable es que la historia transcurriese por otros derroteros bien distintos y mucho más al gusto de Marianela, a la que Pablo amaba realmente cuando de ella solo conocía su voz y puros sentimientos.

El sentido de la vista requiere de aprendizaje

Resulta que todos los hallazgos e investigaciones científicas hasta la fecha han coincidido en demostrar que el sentido de la vista no es innato sino que requiere de un proceso de aprendizaje que tiene lugar en los primeros meses y años de vida. En algunos casos, incluso, cuando un ciego de nacimiento ha conseguido recuperar la vista, ha tenido que enfrentarse a verdaderos problemas de adaptación y frustración personal.

Creo que ocurre lo mismo con el sentido del olfato. No que cause frustraciones, claro está, sino que es un sentido que vamos adiestrando con el paso del tiempo. En relación con las filias y fobias olfativas la psicología juega un papel importante. A lo largo de los años vamos asimilando sentimientos, sensaciones o experiencias a determinados estímulos que llegan a nuestra nariz. Por ejemplo, creo que nunca habría reparado en el fragante olor que desprenden los bebés si no hubiera leído El Perfume. Ahora me encanta. Sí, el libro y el aroma a bebé.

Aunque en cuestión de gustos no hay nada escrito, en muchas ocasiones coincidimos en lo que nos resulta delicioso o, por el contrario, maloliente. A pesar de ello, si realizamos una pequeña investigación de campo (preguntad a vuestros amigos) podemos topar con sorpresas completamente inesperadas (vaya pleonasmo!!!). Por ejemplo, conozco gente a la que le apasiona el olor a gas, a gasolina, a plástico, a quitaesmalte de uñas, a cloro o a disolvente, por no hablar del pegamento Imedio, que levantaba pasiones en mi clase de EGB.

Olor a hospital

También existen algunas fragancias notablemente controvertidas. A mi, personalmente, no me gusta nada el olor a coche nuevo que otros adoran. Y hay otros efluvios que ni sí que ni no. Que depende del día. El aroma del mar en ocasiones me parece excesivamente fuerte mientras que otras veces me resulta muy agradable.

Entre mis olores preferidos, así a bote pronto, puedo citar los de la tierra mojada, leña en la chimenea, napolitanas de chocolate en el horno, ropa recién sacada de la lavadora, las naranjas, el incienso, el café recién hecho, las tostadas, las bombonerías belgas, los geranios, las rosas, las peonias…

En el apartado de No me gustan, incluyo, además de los evidentes, como el olor a basura o restos biológicos, el olor a bayeta mojada, las toallas húmedas, el asfalto recalentado, los garajes, la humanidad que abarrota el metro en hora punta, el olor penetrante a perro en determinados hogares, los perfumes de color amarillento y las señoras que los llevan en el ascensor, o el olor a tabaco rancio en la ropa…

Por cierto, que en mi ranking de olores especialmente odiados destaca especialmente uno…

¿Alguien sabe por qué todos los hospitales del mundo huelen igual?

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En breve

Algunas reflexiones sobre los pequeños acontecimientos de la vida diaria. Por Angélica García, periodista