Racismo, liberalismo y despojo
Cómo el anti-racismo woke oculta la realidad del capitalismo y supremacismo blanco en México.
Racismo y figuras públicas
Sumado a todo lo que ha estado pasando en E.E.U.U. a raíz del asesinato de George Floyd, en estos últimos días presenciamos una serie de sucesos relacionados con el discurso del racismo y el anti-racismo en nuestro país.
El motivo: un foro titulado “¿Racismo y/o clasismo en México?” organizado por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), al cual fueron invitadas varias figuras públicas, entre ellas el auto-nombrado “comediante” Chumel Torres, conocido ampliamente por usar con frecuencia elementos racistas y clasistas en sus rutinas.
Las quejas y burlas en redes hacia dicho foro no se hicieron esperar, bajo el argumento (a todas luces válido) de que dar una plataforma gubernamental a los discursos de odio y sus representantes es una forma de trivializar y hasta legitimar dichos discursos. La respuesta —un tanto cuestionable— de la CONAPRED fue cancelar el foro en su totalidad.
Posteriormente y a raíz de las críticas, la cadena televisora HBO canceló también el programa “Chumel con Chumel Torres”. El youtuber, por su parte, respondió a ello excusándose tras el argumento habitual de “en el humor no hay límites” y denunciando una supuesta “censura” por parte del gobierno: “No voy a cambiar. No creo que lo esté haciendo mal.”
Racismo anti-woke y anti-racismo woke: dos caras de una misma moneda llamada liberalismo
Estos acontecimientos han formado un panorama bastante particular en las redes sociales, el cual se ha complementado con el actuar de los principales medios de comunicación y agencias de noticias, quienes influyen en gran medida en la opinión pública.
En este panorama, son comunes dos posturas que son contrarias entre sí, pero al mismo tiempo comparten una base filosófica liberal: el racismo anti-woke y el anti-racismo woke.
(“Woke” es un anglicismo que podría traducirse como “despierta/o”; se utilizó primero para referirse a personas que “despertaban” y empezaban a notar problemas sociales como racismo, machismo, etc. Con el paso del tiempo, su significado fue evolucionando y ahora denota la actitud de analizar sólo superficialmente dichos problemas sociales y evadir las razones reales detrás de ellos, sin contribuir a solucionarlos).
Los racistas/clasistas en negación (quienes en su mayoría son todos anti-progres) argumentan —al igual que Chumel—, que la comedia está exenta de límites, que una broma no es racista, y que “cancelar” a la gente por su tipo de humor es censurar y coartar la libertad de expresión. Los más moderados pueden llegar a aceptar que las bromas incurren en racismo, pero sostienen que eso no hace a la persona racista y no justifica la supuesta “censura”.
Por su parte, las anti-racistas postulan que no hay justificación para seguir esparciendo discursos de odio bajo la excusa de “humor”, y que criticar o no otorgar plataformas a esos discursos no es realmente censura ni daña la libertad de expresión. En realidad no se equivocan, el problema surge cuando analizamos más a fondo las opiniones y propuestas del sector “woke”.
Si bien mucha gente anti-racista está supuestamente consciente del carácter estructural del racismo y clasismo, una gran mayoría aún difunde la retórica de que estos y otros problemas sociales se solucionarían con “educación” y “concientización”. Este grupo es el más proclive a aplicar la “cultura de la cancelación” a organizaciones o figuras públicas.
De esta manera, ambas corrientes —racismo anti-woke y anti-racismo woke— convergen en la misma idea de corte liberal: el racismo y otros problemas sociales son principalmente de carácter individual, y se resuelven ya sea con métodos de corrección personal, o mediante una “mejor educación” que “cambie las ideas de la gente” sobre el racismo/clasismo. El liberalismo como doctrina individualiza las problemáticas y las soluciones a ellas.
Estas propuestas liberales, además de pecar ellas mismas de clasistas y academicistas (un ejemplo es la irónica cantaleta “estudia para que no creas que los discursos de odio son humor”), resultan poco efectivas para solucionar los problemas sociales que nos aquejan en estos momentos. Ambas posturas, ya sea por ignorancia o conveniencia, evaden las razones sistémicas detrás del racismo y el clasismo en el país (extrapolables también a Latinoamérica), e impiden con ello las soluciones pertinentes.
El racismo y clasismo como fenómenos sociales
Para poder entender el racismo y el clasismo hay que tener claros varios puntos. Uno muy importante ya fue abordado por algunas personas durante la controversia de Chumel: prejuicio, discriminación y racismo/clasismo son cosas diferentes.
El prejuicio se refiere a la acción de juzgar algo o a alguien con anticipación y sin razón alguna (erróneamente, la mayoría de las veces). La discriminación es el siguiente paso: llevar a cabo acciones guiadas por dicho prejuicio.
El racismo y clasismo, en cambio, son fenómenos sociales originados en prejuicios de “raza” o “clase”, pero se caracterizan por ser elementos opresivos guiados jerárquicamente, con un grupo de gente con poder para ejercerlos, y otro grupo sin poder sobre quien se ejerce dicha opresión.
Los anti-racistas woke parecen entender este primer punto, sin embargo su análisis se queda corto a la hora de examinar de dónde proviene el poder que delimita las posiciones jerárquicas asociadas al racismo y clasismo.
Es necesario pues hablar en el siguiente punto de los sistemas jerárquicos que se encuentran detrás de los fenómenos sociales del racismo/clasismo: capitalismo y supremacismo blanco.
Despojo y explotación: el rol del capitalismo y supremacismo blanco en el racismo y clasismo mexicanos (y latinoamericanos)
El capitalismo y el supremacismo blanco —independientemente de sus características particulares—, son ambos sistemas bajo los cuales las personas están categorizadas jerárquicamente de acuerdo a alguna característica arbitraria.
En el caso del capitalismo es su clase, es decir, su relación con los medios de producción, en el caso del supremacismo blanco es su color de piel (entre otras cosas). Estas estructuras no existen de manera separada, sino que se sostienen y retroalimentan entre sí, incluso a pesar de no haber nacido exactamente al mismo tiempo.
Ambos sistemas benefician considerablemente más a las personas en la parte superior de la jerarquía en detrimento del resto de los grupos. No es de extrañarse que en México, como en muchos otros países, exista una correlación entre color de piel, nivel socioeconómico y estatus social.
Pero los efectos más devastadores de ambos sistemas los podemos encontrar histórica y actualmente en el despojo y la explotación a los que son sometidos los grupos indígenas y la clase trabajadora —particularmente la de tez morena— en este país y en Latinoamérica en general. Cabe resaltar que los beneficiados por estos fenómenos han sido generalmente hombres blancos ricos y muy particularmente, extranjeros.
Efectos que van desde el saqueo efectuado a los pueblos originarios por parte de las potencias coloniales —acumulación originaria que cimentó el capitalismo en Europa—, pasando por la explotación bajo “comerciantes” textiles que en realidad eran más hacendados; el enriquecimiento de los empresarios tempranos por medio de la usura y el agiotaje; el continuo despojo de tierras a comunidades indígenas y su posterior mercantilización a partir de las Leyes de Reforma; la venta de indígenas en la naciente industria maderera; la protección excesiva otorgada a las compañías mineras por parte del apenas consolidado gobierno mexicano; las constantes y violentas represiones a obreros e indígenas a lo largo de los siglos XIX, XX e incluso XXI; hasta el modelo neoliberal que ha precarizado la vida de millones de personas desde su aplicación.
Estos son los efectos reales que han tenido los sistemas jerárquicos en México, efectos que aún vemos actualmente en proyectos de corte empresarial como el Tren “Maya”, el cual sin duda continuará con los mismos patrones de despojo y explotación, a pesar de estar a cargo de un gobierno que proclama con demasiada seguridad “haber acabado con el neoliberalismo”.
¿Cómo es posible que se hayan permitido y se sigan permitiendo con relativa normalidad estas injusticias? ¿Cómo es posible que se justifiquen o se evadan los cuestionamientos relacionados con ello? Una de las respuestas la hallamos en la doctrina liberal que mencionamos más arriba.
Al individualizar los problemas sociales, el liberalismo impide de dos maneras un análisis integral de estos: por un lado difumina la memoria histórica de cómo llegamos a la situación de inequidad en que nos encontramos ahora, y por otro lado nos oculta los mecanismos que permiten la perpetuación de sistemas jerárquicos como el capitalismo y el supremacismo blanco.
Es bajo la sombrilla del liberalismo que vemos “empresas conscientes” que se proclaman a favor de causas sociales, mientras se benefician al mismo tiempo de los sistemas y fenómenos de los cuales dicen estar en contra. Es gracias a la doctrina liberal que el discurso acerca del racismo se vuelve más acerca del “humor” y menos sobre el despojo y la explotación sistemáticas de los sectores más vulnerables de la población. ¿Qué hacemos entonces?
Más allá del liberalismo: cómo abordar los fenómenos sociales
Para poner fin a la inequidad y demás problemas que implican fenómenos como el racismo y el clasismo, es necesario examinar las estructuras que existen detrás de ellos. Debemos darnos cuenta que la individualización de los problemas sociales y las soluciones basadas en el mercado (como el activismo de consumidor o la apertura de mercados LGBTQ+) nunca podrán resolverlos, ya que ellas mismas contribuyen a perpetuarlos.
Una vez considerados estos puntos, necesitamos proponer soluciones encaminadas a desmantelar estas estructuras jerárquicas. Solamente así podremos empezar verdaderamente a hacerle frente a las problemáticas que enfrentamos hoy en día.
Nota: existen ejemplos en la Historia como el de Afganistán, cuyas reformas progresistas logradas bajo gobiernos populares fueron echadas atrás debido a que estos sistemas jerárquicos no fueron eliminados y resurgieron con más fuerza.
Cabe recordar que estos sistemas jerárquicos fueron implantados en su mayoría con base en la violencia, física e institucional. En el panorama contemporáneo es posible que existan caminos pacíficos para abandonarlos, pero es primordial nunca descartar otros modos considerados “violentos”, ya que muy probablemente los grupos dominantes no permitirán los primeros.
Finalmente, es preciso aclarar que en este artículo hablamos específicamente de racismo/clasismo, y los sistemas detrás de ellos. Otros fenómenos como el machismo —y el patriarcado como sistema jerárquico que se añade a los otros— requieren un análisis similar, el cual no abordaremos aquí al ser más pertinente e integral para el tema una perspectiva femenina, perspectiva que el autor de este artículo no puede ni debe proporcionar.