Hogar

Ramón Margarida
2 min readNov 20, 2017

No todos los días se llega a un nuevo planeta. Y mucho menos a uno tan parecido al nuestro. Nuestro planeta, nuestro hogar, ay, tan bello, tan lejano, tan arrasado.

Siento orgullo. Orgullo de pertenecer a unas de las pocas expediciones que pudimos lanzar, como desesperado recurso, para salvar nuestra especie. Orgullo. ¿Seguro? ¿Por haber destruido nuestro planeta hasta el punto de hacerlo inhabitable? ¿Por salvar nuestra especie? ¿Con qué fin? Muchos aseguraban que no merecía la pena, pero la naturaleza es obstinada, y la necesidad de perdurar acaba imponiéndose a la razón.

A las pocas semanas de entrar en órbita comenzaron los rumores. “Hay vida”, decían algunos. “Basada en el carbono”, aventuraban, sin arriesgarse demasiado, otros. Pero los especialistas en teledetección lo sabíamos hacía tiempo. Además, la vida primitiva era algo común: varias de nuestras sondas automáticas habían encontrado, hace ya siglos, vida microscópica en nuestro propio sistema solar. Pero jamás logramos encontrar vida inteligente, a pesar de nuestros esfuerzos por buscarla. En cierto modo habíamos perdido la esperanza de que existiera, y habíamos aceptado, con el paso del tiempo, que estábamos solos en el Universo. Varias decenas de misiones a la superficie del planeta no nos hicieron cambiar de opinión.

Pero dos órbitas solares después (el equivalente a tres de nuestros años) llegó la noticia. Una de las sondas robóticas encargadas de cartografiar, en detalle, los cuerpos celestes más cercanos con el fin de explotar sus recursos mandó unas intrigantes imágenes. En ellas se podían ver unas estructuras metálicas, ya destruidas, y de origen claramente artificial. Todo apuntaba a que “ellos”, como les llamamos, también habían destruido su planeta. Esas bases eran el único recuerdo que quedaba de ellos.

¿Es ese el destino de todas las especies inteligentes? No lo sé. Sólo espero que no cometamos los mismos errores de nuevo. Ahora este planeta es mi nuevo hogar, y lo será de mis pequeños, que están de camino. En pocas semanas saldrán de sus huevos y verán por primera vez, con sus ocho ojitos, la luz del sol.

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