La Torre de los Vientos en Atenas: La primera estación meteorológica de la historia

Revista Interesante
3 min readJun 7, 2024

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A los pies de la Acrópolis, en el Ágora romana de Atenas, se encuentra un singular edificio octogonal construido en el siglo I a.C.: la Torre de los Vientos, la estación meteorológica más antigua de la historia.

Diseñado por Andronicus Cirreste, el edificio -visible desde distintos puntos del Ágora- contaba en su interior con un reloj de sol, un reloj hidráulico y estaba coronado por una veleta, sirviendo para medir el tiempo y conocer la dirección del viento.

La Torre de los Vientos es una estructura octogonal de casi 13 metros de alto y ocho metros de diámetro, construida con mármol procedente del cercano monte Pentélico, que también sirvió como cantera para el Partenón. A cada lado está tallada una figura que representa el viento que sopla.

En lo alto del tejado de esta torre, un Tritón de bronce, con una vara en la mano derecha, se movía sobre un pivote, y señalaba la figura de la cámara en la que “descansaba el viento”. Así, cada muro representaba un viento: Bóreas (norte), Kaikias (noreste), Euro (este), Apeliotes (sureste), Noto (sur), Labios (suroeste), Céfiro (oeste) y Escirón (noroeste) representaban por ese dios, perfectamente tallado en mármol.

Debajo de cada uno de ellos colgaba un gnomon (instrumento antiguo) o una vara cuya sombra se proyectaba sobre una escala graduada para medir el tiempo, que servía como reloj de sol.

Dentro había un reloj de agua que marcaba la hora en los días nublados y en la noche.

El reloj de agua era un aparato formado por un depósito desde el que el agua fluía uniformemente hacia un depósito situado en el interior de la torre, donde se medía su nivel de subida en una escala que marcaba el paso de las horas. Cada nuevo día, el tanque se vaciaba y se llenaba nuevamente. Aún se conservan las tuberías por las que pasaba el agua.

Meteorología clásica: Aristóteles había observado que cada viento tenía propiedades meteorológicas diferentes

Aristóteles observó que cada viento tenía propiedades meteorológicas diferentes: más seco del noreste al suroeste, más húmedo del noreste al suroeste.

Los vientos del norte trajeron nieve y los del noroeste-norte fueron vientos huracanados. Gracias a ello, y sabiendo exactamente dónde soplaba el viento, se podía hacer una previsión meteorológica más o menos fiable, lo cual era importante para una sociedad que hacía hincapié en el comercio, que se realizaba mayoritariamente por barco.

Aristóteles tuvo la idea de fijar a la aguja magnética de la brújula una rosa con las iniciales de los nombres de los vientos que soplaban, en total 10 vientos. Posteriormente, el geógrafo Eratóstenes de Cirene se dio cuenta de que muchos vientos eran ligeras variaciones de otros y lo redujo a ocho vientos principales, modelo que todavía se utiliza en la gran mayoría de sistemas de navegación actuales.

Tradicionalmente, en el mundo mediterráneo, los vientos clásicos servían como indicadores de dirección y orientación geográfica, concepto heredado de los antiguos griegos y romanos. Orientada con precisión a cada una de las distintas direcciones del viento, la Torre de los Vientos se convirtió también en una enorme brújula que marcaba los puntos cardinales.

Varios usos

Sin embargo, el uso de la torre como estación meteorológica duró poco. Durante la época romana fue vandalizado y su mecanismo saqueado.

Posteriormente, con la expansión del cristianismo durante el último Imperio Romano, la Torre de los Vientos se convirtió en el campanario de una iglesia ortodoxa. Parece que pudo haber funcionado como iglesia en algún momento de la Edad Media.

En el siglo XVIII sirvió, medio enterrado entre escombros, como tekke o monasterio derviche. Durante este período, el arquitecto y arqueólogo británico James Stuart descubrió el antiguo mecanismo de reloj hidráulico escondido bajo toneladas de escombros.

Cuando los otomanos fueron expulsados ​​de Grecia a principios del siglo XVIII, el edificio volvió a ser abandonado durante casi dos siglos, hasta que fue reabierto al público hace casi una década. Ocurrió en 2016, tras la finalización de las obras de conservación y restauración llevadas a cabo por el Ministerio de Cultura griego, obras que devolvieron parte del esplendor perdido de esta joya olvidada de la historia y la ciencia de Atenas.

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